Por Mariano Valcárcel González.
El PSOE, Largo Caballero e Indalecio Prieto vuelven con fuerza.
Que si las dos almas, que si las dos esencias, que si las dos caras de un mismo partido. Que si idioteces variadas… La realidad es que la mediocridad y la acomodación se han hecho dueños de este partido, al que falta líder incuestionado y con aptitudes de político de Estado.
El declinar empezó no ahora, sino en estas últimas convocatorias electorales (autonómicas y nacionales); no, porque ya se iban perdiendo, por el camino, bastantes votos. La remontada de Zapatero ante Rajoy fue solo un espejismo, más propiciado por los errores del PP y por el hartazgo que la ciudadanía tenía tras los gobiernos de Aznar, tan prepotente él. Aparecía Zapatero como cierto aire fresco apetecible y se le votó mayoritariamente, pese a la campaña feroz que la derecha realizó desde el primer instante contra él y su gobierno; esta campaña, que nunca cejó, se nutría tanto de desvergonzadas mentiras como de verdades aumentadas de los errores idiotas que el socialista y su gobierno cometían. Mas, si se fijan ya en ciertos feudos tradicionales del PSOE, se advertían defecciones y bajadas de votos. El desgraciado gobierno en Cataluña, de unos socialistas más atentos a sus deseadas “identidades” que a la gestión socialdemócrata, apoyada en el partido nacional, lo minó profundamente tanto a nivel regional como nacional.
Los traspiés dados por Zapatero, en sus últimos meses (y en ello va con mayúsculas su rendición con nocturnidad y alevosía al imperio económico), fueron aprovechados por Rajoy y su PP para largarle la estocada final (curioso, que de lo que se le acusaba al otro era de lo que se beneficiaba, precisamente, este). En las autonomías, la cosa no iba mejor y el mapa rojo de los territorios se fue transformando en un mapa casi monocolor, azul. Así que no vayamos ahora con la milonga de que ha sido Sánchez el causante de la pérdida de votos del socialismo español; esto es mentira y sus adversarios en el partido lo saben y lo callan. Es una forma, también, de quitarse las responsabilidades y largárselas a una cabeza de turco, que sería el pagano de tal devenir desastroso. Tras la derrota de Zapatero (o Rubalcaba), el PP se asentó, ¡y de qué forma!, en el gobierno nacional y ahí va, afianzándose a pesar de los pesares.
Si Susana Díaz, al frente de la facción andaluza, se atreve a presentar frente en contra de Sánchez, sería muy recomendable recordar algunas cosas al respecto. Primero, que ella también, en Andalucía, ha perdido votos (no los ha ganado); y, si gobierna, es porque tiene cierto sostén en el denostado partido llamado Ciudadanos (derecha que quiere aparentar ser centro). Así que más gobierna por la inercia del caciquismo territorial que se tejió antaño que por su gracia personal. Andalucía perderá su impronta de feudo socialista como la perdió Cataluña, los dos graneros de votos que hacían saltar de ira a los de derechas (yo les he oído decir que la culpa de que gobernase Zapatero la tenían los catalanes y los andaluces, así de claro).
El acomodo en las instituciones y en su poder y beneficios (y, claro, en acechar la oportunidad de beneficiarse a nivel de partido y, peor, individualmente) han terminado siendo un lastre y un vivero de defecciones, no ya de militantes, sino de votantes; la corrupción y los desaciertos de bulto, cometidos en los gobiernos regionales y, otra vez, la dura lucha de propaganda realizada por la derecha y sus medios (que son prácticamente todos), han ido acabando con la credibilidad del partido y de sus dirigentes. Si algunos ahora gobiernan en sus feudos, lo es porque tienen apoyos de otras formaciones apoyos que, como se ve, son frágiles y circunstanciales. Hacer fuerza, en estas ínsulas de poder para atacar al secretario general actual, es indecente y suicida.
Falta, en el PSOE, una profunda renovación, tanto de ideas como de personas. La de personas se está demostrando difícil, dadas las inercias y los intereses creados, gracias a una amplia política de caciquismo y de estructuras políticas, sociales y económicas interdependientes (a veces creadas ex profeso) y, por lo tanto, muy difíciles de deshacer. La renovación de ideas pasa por retornar a las esencias socialdemócratas efectivas, abandonando la dependencia exclusiva de la doctrina neoliberal y capitalista, extractiva de los recursos, tanto materiales como humanos y financieros de cualquier territorio; hay que dar un golpe de timón a favor de la ciudadanía de a pie y de sus demandas; hay que ser valientes ante las estructuras permanentes que nos lastran desde siempre y que no fueron removidas ni en tantos años de gobierno socialista (y la oportunidad que tuvieron de hacerlo).
Si el socialismo español se convence de lo que es y de lo que debe hacer, se atraerá la simpatía y el voto de muchos de los que ahora se lo niegan y podrá mirar al populismo de izquierda (y de extrema izquierda también, no lo olvidemos), sin temor a que este acabe con él. Pero, ahora mismo, la situación es la contraria. Tanto el neocomunismo populista, como la derecha heredera del franquismo (que aquí el nacionalcatolicismo nunca se fue, no lo olvidemos) están haciendo palmas con las orejas ante un partido socialista en crisis profunda. Los votos que no quieren ir a la nueva izquierda, que atemoriza, se pasan, ¡oh, paradoja!, a la derecha; de ahí, el ver con estupor que, pese a la gran corrupción que es el PP, se le vote mayoritariamente (se le seguirá votando).
Pero, para lo anterior, es necesario acabar con los reinos de taifas de poder (se les llama “los barones”), por la emergencia de un o una líder que lo sea, con las alturas y claridad de miras que ello conlleva, con la talla que ello exige, con las ideas tan nítidas y definidas que se puedan convertir en incontrovertibles. Y, aclaro; de Susana Díaz no me fío; máxime, porque es meramente una del aparto nombrada a dedo por sus mentores del trono andaluz sevillano, una funcionaria del partido que hará lo que siempre hizo. Y tendería a mantener las estructuras ya decrépitas.
¿Pedro Sánchez es la solución…? Ahora mismo y en este tremendo dislate en que se ve inmerso el PSOE, tal vez no. Fundamentalmente, porque no tiene ya salidas viables y aceptables; pues, si deja pasar a Rajoy, por abstención, se le echarán encima muchos (y los neocomunistas pondrán el grito en el cielo, aunque es un mal menor y con el tiempo reparable), de formar gobierno con lo que tiene ni pensarlo (es absurdo y sería ahorcarse a plazo corto) y con supuestos apoyos de otros, explícitos o implícitos. Es jugar a la ruleta rusa, pero con el tambor lleno de balas (y ahora se suicidaría a medio plazo). Llegarse a las terceras votaciones es irse al despeñadero directo. ¿Entonces…? Dejar que Rajoy se cueza en su propio jugo, poco a poco, mientras o surge el líder esperado y deseado o Sánchez se forma para serlo.