Por José María Berzosa Sánchez.
Las mujeres, el perfume y la oración son los dones que nuestro enviado Muhammad ‑Paz sobre él‑ más agradece a Allâh; le alabamos el gusto, le entendemos; por supuesto, le amamos, estamos felices en su Umma: las mujeres, el perfume y la oración. El Cervantes que crea a un Don Quixote cristiano nuevo (los obligados a bautizarse) desde el principio del primer capítulo y alquimista desde la clarísima simbología del muy significante nombre Quixote, puesto en portada, es un musulmán; sus mujeres, en su libro, naturalmente, son de una pieza.
Dulcinea es el ideal caballeresco que, imprescindiblemente, sirve para encender y abrir el corazón del que inicia la búsqueda interior; no aparece jamás en carne mortal en el Quixote. De las otras mujeres, muchas, mortales y marchosas que pueblan y nos sorprenden en el Quixote, escogeremos a tres para abrir la ponencia “Libertades fundamentales de la mujer” del Congreso de la mujer musulmana (Córdoba 2 y 3 de marzo 2002); tres mujeres maravillosamente descritas por el mejor escritor del español de todos los tiempos, el universal Miguel de Cervantes Saavedra. Para llegar a ellas, no ha sido poco lo que he tenido que escribir más arriba. Ya lo decía García Márquez el día en que lo iban a matar: “La caza de amor es de altanería”:
1. La pastora Marcela (capítulo 14, de la primera parte). Su discurso es permanente escuela de retórica y enseñanza para todos, mujeres y hombres. Imprescindible conocerlo y memorizarlo. Marcela, fuera de un convento, el islam no los acepta, en 1604, acaba su discurso a los tontainas de sus amantes, diciéndoles: «La conversación honesta de las zagalas de estas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera».
2. Quiteria (capítulo 21, de la segunda parte). En plena boda con Camacho el rico, le es recordado su amor debido a Basilio el pobre y se casa con él. Sin bodas de sangre, fríamente, Quiteria cambia del rico al pobre, ateniéndose a lógica no cuantitativa.
3. Claudia Jerónima (capítulo 60, de la segunda parte). Cervantes, que no da puntada sin hilo, personaliza, en esta joven, su concepción de la libertad de la mujer con límites tan amplios, en los que incluso cabe error grave. Sin más, en las montañas que rodean a Barcelona, la bellísima Claudia Jerónima vacía en el pecho de su novio un fusil y dos pistolas porque, equivocada, cree que se va a casar con otra. Mueren en abrazo de amantes.
Si nos tomamos apenas una hora en la lectura de los tres capítulos arriba indicados, es seguro que la consideraremos bien gastada, sentiremos simpatía hacia el morisco Cervantes y entenderemos lo rabiosamente avanzado que es el Quixote para los televidentes del siglo XXI. De la lectura de esos tres capítulos, veremos que las mujeres cervantinas son mujeres extremadamente seguras de ellas mismas, toman libremente y por sí mismas sus propias decisiones y tienen libertad, incluso, hasta para equivocarse. Siempre, sin precisiones u otras limitaciones de talante machista, don Quixote las apoya en sus decisiones; eso sí, con la mano puesta en el puño de su espada dispuesto a emprenderla con esos tantísimos varones recalcitrantes que, con o sin dodotis de adulto, se inventaron la varita y otras perversiones de su flaco magín. Leedlo, os gustará. Cervantes, en lectura lenta, fascina, enseña, es maestro a nuestro alcance. Para eso, para enseñar, despertando la memoria histórica del cruel genocidio de españoles musulmanes, protestantes y judíos ocurrido en nuestra España, dejó libertad por amor y se unió a su pueblo morisco, tal cual airado Bodhisattva majakala terrible y compasivo. La compasión participa del sufrimiento ajeno. Musulmán con más calibre que el gran Al Jalash de Bagdag, regresó por amor a su pueblo muy a sabiendas del puerco que debería comer, del vino de las tabernas que debería embaular y de que no se podría, guarros inquisidores, lavar jamás. Testigo presencial del nunca suficientemente mencionado atroz genocidio y de la limpia derrota cristiana de Lepanto, levantó acta perenne en el Quixote. Amor omnia.