Kyoto, antigua capital imperial del Japón durante diez siglos, ciudad de los 1 800 templos, santuarios, monumentos e incalculables jardinillos artísticos. Kyoto con su millón y medio de habitantes, su espigado y luminoso pirulí que sirve de referencia a los turistas desorientados. Kyoto, ciudad universitaria por excelencia, con esa Kyoto Women’s University que desmiente el machismo japonés.
Kyoto, con su Paseo de la filosofía que discurre a lo largo de un arroyuelo por cuya ribera y bajo los cerezos en flor le gustaba meditar al filósofo Nishida Ikutaro desde el famoso Templo Ginkakuji hasta el de Nanzenji. Kyoto, ciudad de la Convención, en donde ciertas Naciones des-Unidas no firmaron un acuerdo para salvar los pulmones de nuestra patria, la Tierra.
Kyoto, con su célebre y venerable barrio Gion, en donde a las geishas llaman geiko, y maiko a las jóvenes que aprenden el tradicional oficio de “artes diversas”, desde el canto, la danza y la música hasta la realización de la ceremonia del té, pasando por la variedad, el ingenio y la gracia en la conversación.
¡Qué diferentes eran las enseñanzas que nuestra vieja Celestina transmitía a sus discípulas Elicia y Areusa! Barrio Gion, en donde no es insólito cruzarse con esas delicadas figuras, obras de arte vivientes vestidas de incendio y arco iris.
Dos perlas negras los ojos, suave harina de arroz en la cara y dos pétalos de rosa roja por labios (las jóvenes maiko son como muñequitas con carita nívea y estético tocado, que andan a pasitos minuciosos sobre sus altas sandalias, mientras que las geishas, envueltas en finas sedas multicolores, deambulan con gracia altanera e indiferente), paseando por los aledaños del colegio de geishas o cerca de las okiya, machiya y, especialmente, de los karyukay, lugares privados en donde ellas residen y adonde solo suele tener acceso la élite política e industrial del país.
Karyukay, antaño visitados por samuráis y luego por militares USA, durante la segunda guerra mundial. Barrio Gion, en donde se encuentran los mejores restaurantes tradicionales y los más reputados teatros del país, entre los que está el prestigioso Gion corner especializado en espectáculos de marionetas, llamados los bunraku, y en la representación de la ceremonia del té. Barrio de Gion, recostado a lo largo de la ribera del sosegado río Kamo.
Disponíamos aún de tres días para visitar todo lo visitable: templos dorados y plateados, jardinillos zen, la Kyoto Women’s University, el Camino de la filosofía, el barrio Gion, el Parque imperial Gosho…
Anouschka, nuestra internacional y políglota Anouschka, nos explicó el nutrido e interesante programa de visitas que nos esperaba en los días siguientes. Su ardorosa juventud y el nunca doblegado entusiasmo de su madre, quizás las hubiesen predispuesto a engullir todo Tokyo en un santiamén, como si de un álbum fotográfico se tratara. Pero el racionalismo helvético, el comprender que «Quien mucho abarca poco aprieta», más la larga experiencia en parecidas lides, les habían hecho recapacitar y pergeñar un metódico y concentrado programa, del que no estaría ausente lo esencial.
—Papá, mañana después del desayuno iremos en tren hasta el Paseo de la filosofía, visitaremos los templos del sector de Okazaki, en especial el llamado Pabellón de plata, y disfrutaremos contemplando preciosos jardinillos zen. Luego almorzaremos en cualquier cantina y nos pasearemos por las orillas del canal-arroyuelo, que también están plagadas de santuarios. Al atardecer, nos iremos al barrio Gion, cenaremos y terminaremos el día asistiendo a una pieza de teatro tradicional en el Gion corner.
—¿Habrá tiempo para todo? —me decía mientras, tendido en el futón, intentaba reorganizar las emociones que poco después me sumirían en las honduras de un apacible sueño—.