Los límites del amor

19-11-2011.

(Mensaje a un amigo)

Amigo Juan:

Hoy te quiero hablar de una de las varias formas del amor. De un amor excesivo. Pero, ¿se puede hablar de poner límites a algo tan noble y positivo como el amor? Sí. Hay que ponérselos. Aunque te parezca una idea extraña.

 

Déjame filosofar un poco. El límite está adherido interiormente a nuestra condición de hombres. El límite es una palabra última y terrible. En la tragedia griega, Prometeo se rebeló contra los límites de su condición humana. Eso los dioses no lo toleraban y por eso se le condenó al eterno tormento.

Hay límites del conocimiento. Sabemos poco o nada de todo. No sabemos quién nos hizo, cómo se nos hizo, ni por qué estamos aquí. El infinito de las estrellas y el pozo sin fondo del átomo nos aplastan o nos sumergen tan sobremanera, que resulta ridículo todo intento de dar respuesta racional o científica al fondo de cualquiera de nuestras cuestiones fundamentales. Por mucho que haya que luchar contra la ignorancia y el oscurantismo, el aceptar esos límites es constitutivo del saber, si no se quiere caer en aberraciones. Sería un tema largo para un intercambio epistolar.

Podría recordarte el problema de los límites intrínsecos de nuestros sistemas de estructuras científicas, explicativas de las diferentes áreas de conocimiento. Me refiero a Gõdel y compañía. Por todos lados topamos con el muro imponente del límite.

Límites a la esperanza de eliminar el dolor y el sufrimiento humano, y las injusticias en la sociedad. No es para dejar caer los brazos, porque hay que continuar y luchar. Pero no soñar con sociedades utópicas, olvidando los límites de lo posible, porque las utopías han desencadenado torrentes de sangre especialmente en el siglo XX.

Por más que queramos escapar de nuestro encierro para abrirnos al cielo claro e infinito en cualquier dirección, si es que tenemos algo más de alcance de vista que un topo, nos encontraremos con paredes que nos encajonan. Estamos emparedados en un sistema metafísicamente cerrado.

Yo no pensé nunca que habría también límites para el amor. Quizás porque me debía sonar de lejos aquello de mi formación jesuítica: «Amaos lo unos a los otros… como yo os he amado». ¿Cómo va a haber límites a la belleza, al amor a un hijo, a la compañera de la vida?

Sin embargo, los hijos no son nuestros, absoluta y totalmente nuestros. Y nuestras compañeras o compañeros tampoco lo son última y definitivamente. ¡Aquello del amor eterno! Algún día nos separaremos para siempre de ellos y de ellas.

Hacia la soledad última, nos vamos solos, y nos hundimos en la oscuridad última del túnel.

Cada uno ha de asumir su vida. No se puede y no se debe asumir la del otro.

Sólo cuando son bebés nos necesitan los hijos totalmente, y totalmente debemos darnos. Después de trascurridas esas primeras fases, absorberles con el amor una parte de su responsabilidad frente a la vida es vampirizarlos. Aunque sea con mucho amor y con las mejores intenciones. Pero es vampirizarlos, despojándolos de sus responsabilidades esenciales, e incapacitándolos tal vez para los grandes combates que deberán afrontar.

Los límites en el amor. No amor sin límites. No hay nada sin límites. Es un pecado metafísico, porque no corresponde a nuestra triste condición humana.

Ante la muerte o el dolor físico de nuestra compaña, si eso nos acontece, seremos también impotentes. En esos definitivos momentos, distanciarnos en la justa medida, a lo mejor no es egoísmo. Es muy difícil. Pero a lo mejor es dejarlos, a ella o a él, asumir su propio destino en su última soledad. Distanciarnos con ese propósito, con amor, con desgarramiento, con la muerte el alma. Poner límites hasta al Amor. Por el bien del Otro y por el tuyo propio.

Yo sé que algo de eso te sucede a ti. Ánimo muchacho. Tienes que salvarte a ti mismo.

bf.lara@hispeed.ch

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