07-08-2010.
Un ex ministro, Boyer por más señas, expresaba en una entrevista muy reciente su estupor porque los jubilados se estuviesen, mano sobre mano, una media de veinte años. Venía así a asombrarse de este derroche y desperdicio de energías y de productividad que, sin embargo, todavía se les podían sacar a los españoles, en aras, supongo, de estrujarles más el jugo. Cierto que matizaba que para determinados trabajos eso de exigirles que continuasen más años en el tajo podría no ser muy correcto (ni sano, diría yo).
Determinados trabajos. ¿Cuáles?: los que ustedes saben y tienen en mentes. De hecho al momento nos vienen a la cabeza no unos pocos sino bastantes… Si nos pusiésemos a calcular de veras y honestamente lo que exigen ciertos trabajos (no sólo físicamente, que sería el primer baremo, sino también mentalmente) veríamos que nuestro ex se quedaría entonces bastante más corto que lo que inicialmente estima; que esa prórroga en la edad de jubilación hacia los setenta años, al menos sería en sí misma poco productiva.
Verán y oirán cosas en estos tiempos venideros al respecto e insistirán en lo de ampliar la edad obligatoria de jubilación. De hecho, ya hay una campaña orquestada en medios informativos para convencernos de la bondad de tal iniciativa. Es lo que mola y es lo que creen que así, de una tacada, salvará los fondos públicos destinados a pagar las pensiones. Con los argumentos más variados y mendaces.
La señora esposa del señor ex ministro podrá seguir realizando sus cortos publicitarios y ganándose una buena pasta, ¿quién lo duda? Podrá seguir asistiendo a sus citas sociales en las que, por su sola presencia, se le donan graciosamente unos dinerillos, ¿quién lo duda? Quizás por ello es por lo que el ex ha salido con lo de los veinte años, mano sobre mano, de los jubilatas. E incluso el mismo señor, que debe estar muy trabajado por tanto ajetreo (digo yo), sin embargo, considerará que puede, sin sobreesfuerzo alguno, seguir asistiendo a consejos de administración múltiples, dando conferencias cuando se tercie y convenga, acompañando a su diva por aquello del deber de representación y algunos gajes más entre descansos y descansos en ciertos lugares y mansiones. Es que todos sabemos que podrá seguir haciéndolo. Entonces… ¿a qué jubilarse, a estar ocioso y dejar en manos de otros estas actividades tan lucrativas?
Claro, él y ella lo pueden hacer, y otros más como ellos, cuyos trabajos más terribles han sido los de determinar qué se pondrán para ir al cóctel, dónde recalará el yate en la temporada de verano, cómo zafar al erario público las ganancias y plusvalías generadas, y cuidar que el hígado no se resienta demasiado de tanto trasiego líquido. Y así, hasta que la espichen, oiga, sin jubilarse nunca: ¡qué tías y tíos!
Y es que, además, encontramos a personas que dicen que ellas pueden seguir rindiendo y que no quieren que se les jubile a la edad obligatoria de sesenta y cinco años. Generalmente son de profesiones docentes (en universidades, claro) y liberales (abogados, jueces, incluso médicos y demás); llevan razón. Por ello, la jubilación debería ser adaptada a ciertos parámetros que sirviesen de baremo para poderla obtener; no uniforme y obligada. Además de la capacidad de poder seguir con garantías físicas para la actividad requerida (y no con continuas bajas médicas que así sí que encarecen más esa prórroga y en realidad son improductivos), debe tenerse en cuenta el tiempo de cotización y la cuantía de la misma, pues no es equitativo el que un trabajador que haya aportado su cuota durante cuarenta años tenga luego la misma base que el que llegó o cotizó sólo los últimos quince años (aunque los dos tengan la edad legal).
Determinar ambos factores, llevaría a realizar acertadamente las correcciones necesarias al sistema de pensiones, sin que llegase a fracturarse; pero me temo que los supuestamente “técnicos” aducirían que ello es eso: técnicamente imposible (lo que, traducido al lenguaje suyo y mío, quiere decir que conllevaría más trabajo y que no están dispuestos a hacerlo). Y, como para cualquier gobierno es más fácil dictar una norma fija y allá se las componga el personal, pues será que no.
Lo hemos visto ya por dónde van los tiros al respecto. A funcionarios (que no te escapas, tío) unas bajadas históricas, con la aquiescencia del común ciudadano que no ha levantado ni una ceja y de los partidos políticos que están callados como mújoles. Muy fácil, ¿verdad?, eso de detraer de la bolsa funcionarial. También fácil el congelar las pensiones. Total, que yo te pago, yo te hago lo que me convenga en su momento; lo curioso es que, en este tema, los políticos sí que han movido el piquito, para aparentar, no vaya a ser que los vejetes les monten un poyo de votos caídos (y a los mismos hay que tenerlos un poco hipnotizados, por lo de la papeleta). Y así, generalizando y yendo a lo más fácil, consideran que taparán tantos agujeros. No quieren congelar las pagas de jubilación, pero sí reducir el número de quienes las reciban. ¿Qué se creían, que no han hecho ya sus cálculos estos tíos?