Vacaciones 2010, 1

25-07-2010.
Las de toda la vida
Si quieres quitarte el calor
que la ducha sea caliente.

Considero que las agencias pueden quebrar y de hecho lo hacen dejando colgados los mil euros a cuenta, sabiendo que las maletas, precisamente las tuyas, se pierden por los entresijos del aeropuerto, si es que el avión puede despegar porque los controladores están en huelga, igual que los basureros aprovechan las quejas de los usuarios en varios idiomas para tratar de hacernos la estancia más aromática. También los aduaneros se empeñan en desnudarte y apropiarse de cuantos objetos llevas o te traes de recuerdo.
Puede que el mareo del barco ‑“crucero ideal” con posibilidad de ver cachalotes, delfines y orcas‑ sea continuo para los que nos mareamos en las barquillas de feria; que las aguas de beber extrañas descompensen tu organismo y te vayas de varetas abajo en un pis plas; además, puede que la persona que te acompaña para gozar del merecido descanso, también se haga insoportable por sus ronquidos profundos y vuvuzelazos como estornudos roncos de hipopótamo africano constipado y hambriento, que en el angosto camarote te los tienes que almacenar en la sesera porque, entre otras cosas, no puedes decir «Para el barco, que me bajo…». Y ni se corta las uñas, porque le requisaron las tijerillas; y bebe con exotismo impropio de la edad y la cultura porque «Aquí no nos conoce nadie» y porque «Hago lo que haces…».
Cansado de pagar “extras” por todo: taxis, tasas; por toser, por el agua embotellada del manantial de Manzanillo de Arriba, por el sol y las pamelas, los aceites y aerosoles para antes del bronceo, para mientras y para después…; por la hamaca, tumbona y el patinete de agua que te deja el pico de la gorra marcado en la frente para siempre; por el aire acondicionado, por el ventilador de bolsillo del moro y por el abanico a juego con el pareo; por la cantidad de regalos que hay que llevar para demostrar, de alguna forma, que hemos estado dos semanas en Punta Cana, para mi madre, para mi suegra, para Jaimito, para chacha Antonia (en realidad, para la vecina del tercero, la que invita a café alguna que otra tarde…); y estas postales para los amigos del cole.
El IVA es ahora del 18, la gasolina del 37, y la sardina con caña vale ahora 3 euros, porque no se han enterado de la congelación y, por tanto, son frescas, frescas…; no tan frescas las colas para el turno del comedor; el aerobic que por tripas tienes que hacer metido en la piscina especial para los jubilados en extinción, porque de paso echas a volar tu imaginación con los movimientos pilateros de la joven monitora que ha nacido para eso (en realidad es licenciada en Bellas Artes en paro), y que te da pie para contar a tus amigos del Centro de Día que «Estuvimos bailando hasta la madrugá».
Aguantar, más que el santo Job, que el bebé mulato se haga caca justo en tus narices, cuando estás tumbado en la arena leyendo el Marca, y que chilla como si estrenara cuerdas vocales. Aguantar a la madre de generosas carnes que desparrama por el biquini de hace siete temporadas, cuando aún era soltera con dieciocho kilos menos. El mozalbete de gimnasio que te echa las arenas calientes cuando “sin querer” iba tras la pelota playera que la niña guapa lanza como si fueran faralaes, acompañado siempre de un «Dios mío» a modo de disculpa. Te dejan “apimplanao”, por no decir «¿Dónde te apoyas, so gili?».
Al final, gozas avanzando por el paseo marítimo, cogido de la mano con la señora, o sea, tu señora, la de toda la vida, los dos “agambados” a pesar de las cremas, para llegar, por fin, después de los 500 metros que separan la playa («En primera línea», decía el panfleto) del pequeño apartamento compartido con tu hijo y su compañera, porque hay que aprovechar la inversión. Y sueltas aliviado las dos silletas plegables y las toallas portuguesas, mientras por el pasillo te bajas el bañador mojado que se te come la entrepierna escocía, pero resulta que esta duchándose el amigo de la compañera de tu hijo y renuncias de Satanás, de la foto de las Azores, de Carla Bruni, del Estatut, de la reforma laboral, de la capa de ozono y los agujeros negros en euros, de la crisis mundial y el calentamiento global, de las bolsas de plástico, del tiburón y las medusas concentradas y conversando en el metro cuadrado de playa donde me dejan refrescar el cuello y los pies hasta las rodillas, del trypanosoma gambiense y el virus extremeño del trigo con sus mutaciones y las pandemias de gripe asnal, como si fueran los culpables.
Ah, de noche hay botellón por esta zona y sólo me dejan hacer sudokus. Me quejaré a la alcaldesa.
Total, son quince días de merecidas vacaciones. Lo del síndrome post y pre vacacional es un invento de los psicólogos que no saben cómo sacarnos el poco dinero que nos queda y que estaba reservado para alguna ropa de invierno que se augura calentito, pero que nos va a dejar congelaos.
En el siguiente capítulo os contaré otra forma más económica de pasar dos semanas en julio.

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