El personal auxiliar, 1

16-04-2010.
En la marcha de los Centros Educativos, además del profesorado, forma parte como una columna o pilar básico, el personal auxiliar. Más, en los primeros tiempos en que la comida ‑racionada y escasa‑, la limpieza y lavado de la ropa de los internos, la atención a los alumnos enfermos y la limpieza general de todo el centro constituyen una labor destacada, importante, en el funcionamiento general.
Mi sincero reconocimiento para los que, con instinto materno o paternal, atendieron, cuidaron a los alumnos y entregaron su vida profesional al mantenimiento de la limpieza de patios y jardines.

Fuensanta León Martínez
Nacida en agosto de 1909, nos narró algunas de sus vivencias en una tarde de abril del año 2000.
Llegó a ser una verdadera institución en la vida de los internos y de la marcha del Colegio.
Ingresó por la mañana y el padre Villoslada llevó por la tarde 24 alumnos, en su mayor parte huérfanos; después llegaría a 75 el número de internos. Recuerda como maestros a don Francisco Guerrero, don Ramón Poblaciones, don Arsenio, don Sebastián, don Mateo, don Jesús Negrillo, don Isaac Melgosa, don Rogelio, don Obdulio, don Mauricio, don Antonio Sotomayor, don José Martínez Molina…
Para atender a las diferentes necesidades de limpieza, comida y lavandería, había en total nueve mujeres y Luis, el jardinero.
[…]
Narra la bondad de las personas responsables de suministrar el pescado y la carne, que aguantaron gran cantidad de tiempo sin poder cobrar (durante unos tres años) y seguían entregándole sus productos de comida: Matilde “la Pescaera”, Enrique, Luis y José Campos.
La llegada de unas monjas, “Obreras del Corazón de Jesús”, fundadas por el padre Castro, de Villanueva de Córdoba, para ayudar y salvar las dificultades, contribuyó a complicar la situación. Los alumnos internos sufrieron mayor privación y aumentó el endeudamiento económico que ya tenían, por lo que las monjas debieron abandonar nuestra localidad, con una desafortunada gestión.
Para reponer fuerzas, energías y cambiar de ambiente ‑dentro de una pedagogía moderna‑, durante el verano marchaban alumnos y profesores a un colegio de Almería o Málaga. Allí instalaban las Colonias Escolares.
Recuerda los viajes, en los cajones de aquellos camiones, donde se habían instalado unos bancos para aquellos alumnos o maestros que necesitasen sentarse. El resto permanecía de pie o sobre las maderas de la caja del vehículo.
Entre los numerosos sucesos dramáticos ‑después divertidos‑, evocados:
En uno de aquellos veranos llegó el momento de regresar de Almería y comprueban que les falta un niño. Surge la gran ansiedad y la búsqueda por todo el colegio, por las calles cercanas, por toda la población. Tras tres días, sin vivir, de amargura, los profesores deciden recurrir a la Guardia Civil, que logró encontrarlo. El niño se trasladaba a pie a Madrid, para felicitar a su madre, llamada Rosa, que celebraba su onomástica por estas fechas. La vuelta al lugar de residencia sirvió para una excelente recepción, y la parábola de “ya está aquí el Hijo Pródigo” comentada por uno de los padres jesuitas.
En otra ocasión, en la localidad de Serón. Era director don Francisco Guerrero y les regalaron un chotillo, que guardaron en los servicios, ya que regresaban a Villanueva al día siguiente.
Por la noche, un tremendo griterío -golpes, carreras, ruidos…- despierta a los alumnos, profesores y personal de servicio, que llamaron a la Policía. Los alumnos, temblando de miedo, se refugiaban al lado del padre Pérez. Linternas, pasos sigilosos para encontrar los causantes de aquellos gritos. Al final, un bulto, que se mueve. Era… el “chotillo” que, nervioso, había tirado todos los cacharros que se cruzaban en su camino.
Al regreso de El Puerto de Santa María, tras la etapa del verano, recuerda los numerosos camaleones que traían los niños, metidos en cajas, para cuidarlos y comprobar el cambio de color en su piel.
Como padres jesuitas destaca a Juan Isidro Pérez, Aldama, Serna, Martín, Lacave, Pérez, Sánchez. Describe a doña Ana Benavides como santa, trabajadora, que lavaba a los niños, preocupándose de su aseo personalmente, y del cuidado de los uniformes de pana negra, con los cuellos blancos.
Fuensanta ganaba, al principio de su trabajo, 50 pesetas al mes. Desde los años cuarenta hasta su jubilación, Fuensanta permaneció como una institución de amor, de sonrisa, de entrega a Safa, a sus alumnos, maestros y compañeras. Murió en octubre del año 2000.

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