25-02-2010.
Tengo uno de esos pocos amigos del alma con el que hablo por teléfono dos o tres veces por semana. Cada vez me cuenta exactamente lo mismo que me había dicho la última vez. Siempre se toma la precaución de empezar con la misma cantinela: «Esto a lo mejor te lo he contado ya». (¡Vaya si me lo has contado! Doscientas y pico veces). Y después añade un comentario lleno de humor y de filosofía: «¿Ves tú? A mí el Alzheimer no me da miedo. Si me viene el Alzheimer, tanto mejor. Así me olvidaré rápidamente de los malos tragos de cada día. Además, tendré la satisfacción de estar viendo siempre caras nuevas».
A todos nos llega, con los años, la pérdida de memoria. Y a muchos también el miedo a la pavorosa enfermedad de Alzheimer. Dice el Profesor Beaulieu, conocido neurólogo francés (1), que a los 85 años el 50% de las personas padece alguna forma de demencia senil. Si fuera estadísticamente probado, habría razones para tener miedo al envejecimiento.
Pero ahora, una nota positiva. Leí hace unos meses que la aún más conocida bióloga y premio Nobel Rita Levi-Montalcini (2), a sus cien años, andaba por el mundo dando conferencias y transmitiendo además que su cerebro se conserva como a los veinte años. Tal vez exagere un poco (3).
Supongo que Beaulieu y Rita Levi deben tener cada uno su parte de verdad.
El envejecimiento produce la alteración de las conexiones entre neuronas, a causa de determinadas cambios en la bioquímica del cerebro. Por ejemplo, la disminución de la síntesis de ciertos neurotransmisores como la dopamina.
¿Degradación del cerebro? Sí. Y la Imaginería por Resonancia Magnética muestra claramente las áreas afectadas, de manera notoria en los casos de Alzheimer.
El cerebro necesita mantenimiento. En efecto, el cerebro es como un músculo que sin ejercicio se degrada y que se refuerza con el ejercicio.
¿Qué ejercicio? ¿Los crucigramas y los sudokus? ¿Por qué no? Pero me refiero a las nuevas terapias cognitivas. ¿En qué consisten? En el mantenimiento de la parte “inteligente” del cerebro. En activar ciertos territorios cerebrales de una determinada manera.
Hablando en términos muy generales, la evolución nos ha dejado una parte encargada de reacciones y respuestas automáticas ante las solicitaciones o agresiones del entorno. (El cerebro que Kessler llamaba reptiliano, y el límbico de Mac Lean y otros).
Pero lo más distintivo de nuestro cerebro humano es su parte “inteligente”, la que crea salidas ante problemas nuevos. Es la parte creativa, particularmente sita en la corteza prefrontal.
¿Cómo realizar esos ejercicios que proponen las nuevas terapias cognitivas?
A causa de su capacidad creativa, única entre las especies, el cerebro humano es como un gran teatro en el que cabe inventar representaciones altamente subjetivas de lo real y fabricar escenarios futuros imaginados; y de esa manera encontrar nuevos caminos de salida para situaciones inéditas, complejas e innovadoras.
Es más que sabido que en las estructuras “hard” nucleares del cerebro, además de la herencia genética, vamos almacenando desde la primera infancia un capital de esquemas cognitivos primitivos y de respuestas automáticas.
Lo que añaden las áreas neocorticales, especialmente la corteza prefrontal, es la elasticidad (resilience), la capacidad de adaptarse, flexibilizarse, encontrando escapes imaginativos a situaciones taponadas para las respuestas automáticas, de alguna manera ya preconfeccionadas.
Esquivar el envejecimiento cerebral mediante estrategias
¿Es posible regenerar el cerebro destruido? Cuando en el juego de ajedrez nos comen un peón, no hay manera de remplazarlo, pero sí de remodelar la estrategia global sobre el tablero para recuperar las funciones de ataque o de defensa. Lo mismo sucede con el cerebro. Puede que no existan aún posibilidades de reparación de un territorio cerebral destruido. (Por ahora. Veremos qué sorpresas nos reservan las células madre).
¿Cómo esquivar el envejecimiento cerebral? La plasticidad neuronal hace muchas veces posible la reorganización de las estructuras y la sustitución funcional de la parte destruida, reordenando y densificando las redes existentes.
Reactivando el cerebro inteligente se suplen las funciones deterioradas. Lo que las nuevas terapias cognitivas subrayan es que eso se puede y se debe hacer «de manera intencional y consciente». Hay que quererlo. Con opciones deliberadas.
De manera general, uno de los factores más destructivos es el estrés subsiguiente a la pérdida de integración social. La sociedad arrincona lentamente a los que van envejeciendo.
Pues bien. Se trata de hacer lo contrario. Decretar que el día de hoy va a ser lo más feliz posible. El de hoy, porque el futuro no existe. Mañana será otro día.
Poner la imaginación y el deseo para construir contactos sociales. Reactivar con intensidad los deseos y de ninguna manera ceder al aburrimiento. Poner en marcha la originalidad, buscando vías nuevas. Por ejemplo, las llamadas terapias mediante el arte. (Hacer lo que se pueda: bailar, pintar, componer, escribir). La vida está ahí para ayudarnos. La vida reconstruirá la vida en nosotros. A ver si somos capaces de morirnos vivos. Sí señor.
Un ejemplo entre otros miles y una sugerencia que me permito hacer al lector es la de asomarse al vasto mundo a través de internet y colaborar en sitios web como este mismo que está leyendo. ¿Por qué no crear y participar en foros activos, que nos abran al mundo? El mundo es grande y cada vez más abierto. No vamos a replegarnos ahora que el reloj de la vida nos está dejando cada vez menos tiempo para aprovecharlo.
NOTAS
(1) Inventor de DHEA, el famoso producto farmacéutico para el rejuvenecimiento.
(2) Rita Levi-Montalcini es entre otras cosas, la descubridora de la apoaptosis o programa de la muerte celular y también del factor de crecimiento (NGF) que determina el crecimiento y la diferenciación de fibras y neuronas del sistema periférico. Le valió su Nobel. Ver pássim en internet para más detalles.
(3) El año pasado dio una conferencia en un congreso internacional Edgar Morin, conocido sociólogo y autor francés de 89 años. Habló dos horas sin mirar un papel, cosa que yo, algo más joven, no pude hacer como siguiente conferenciante. Los conferenciantes fuimos después a un restaurante y el profesor Morin comió y bebió como si tuviese treinta años.