No todo era paz en el jardín, y 4

24-11-2009.
Desde pronto y con el beneplácito del padre, Burguillos optó por una educación personalizada, integral, actualizada. Y expuso que no debían pensar en hacer de los niños archivos de datos y saberes.

Como se dormía pensando en los niños, con ellos soñaba y los veía envueltos en una luz torrencial… O jineteando, en plena campiña, preciosos ponis de largas crines. Otras veces soñaba una mesa larga, bellamente vestida de blanco riguroso, surcado por una greca azul. Y aderezada con cráteras y kilys griegos, desbordados de joyas y frutos frescos, aromáticos…
Despierto ya, lo que Burguillos pensaba le parecía mejor que esos sueños deslumbrantes. Y más a tono con su espíritu campesino. Cada niño era como un surco ávido de buena semilla que anhelaba espigas y muelos y pan crujiente.
Ya hacía años que Burguillos había trocado en parte la alegoría del sembrador para sensibilizar la función educativa. Sin descartarla del todo, habituado a estrenar educandos mayorcitos y sin cultivo, se le fue imponiendo el símil de los zahoríes. Y, con sus niños, sin dejar de verter belleza e interés en cada palabra, con cada gesto, objeto o situación, deseaba buscar y aflorar tesoros escondidos en su naciente personalidad… Porque eran niños muy favorecidos por la Naturaleza. Alberto, por ejemplo, con poco más de cuatro años, movía correctamente los trebejos del ajedrez.
Y apuró el año como lo inició. Con desencanto y amagos de soledad. Cuando se nubla la fe, escasea el oxígeno y no hay cariño contante y sonante, poco importa el crecer de la bolsa… Su gran capital eran los niños. Y acaso, sin advertir el confuso contexto familiar, los absorbía demasiado.
Absorción, seducción… Sonaban reiterativos en su vida: ya de estudiante; mucho más, cuando educador. Desconocía su dinámica. Menos aún en su personalidad frágil e insegura. En Carrión y Valladolid ya hubo Superiores preocupados de su influencia. Estimaban mermada su proyección en la grey. Decían que Burguillos encandilaba y disipaba a sus compañeros. Otros, como el padre Penagos, en Comillas, Rodrigo, Caminero… se lo celebraban como un don.
Pero él, ni con estos niños, ni con nadie, recordaba artes ni arterías. Seguía, sencillamente, las llamadas del corazón. Y devoto, con más alegría que la eflorescencia de las primeras rosas, esperaba sus primeros porqués. Y los procesaba como hebras del ovillo áureo de su personalidad naciente. Por estos tres niños, Burguillos se desvivía. Ni ocasión ni minuto se le escapaban que no lo exprimiese en su formación y felicidad. Jugar con ellos era una fiesta, una lección mutua. Él era quien más aprendía. Y gozoso de su quehacer, nunca pensó cuánto escozor sembraba. Y es que se sentía volcado, como un auténtico abuelo. Y vaya si lucía su entrega.
Vivencias había Burguillos…
A cuántos de sus antiguos alumnos más devotos hubo de recomendarles discreción y parquedad en sus encomios, que alguna novia o esposa insegura, celosona, posesiva, en suegra odiosa terminaba.
La transferencia del entusiasmo despierta anhelos. Al educando le halaga que alguien experimentado crea en él… Que le muestre de lo que es capaz y le ayude a conseguirlo. De ahí suele surgir la admiración y la gratitud. Los inexpertos lo llaman seducción. Sabido es que las expectativas razonables que se depositan en un adolescente, si éste la asume, condicionan su crecimiento. Ello requiere del educador con sus educandos parecido interés al que Pigmalión sentía por la talla que brotó de sus manos.
Cuando en sus ventoleras y alternancias optaba Burguillos por el matrimonio, siempre soñaba en una familia numerosa. Su arraigado temblor esencial le hacía temer taras transmisibles. Esto le reforzaba su indecisión. Pero no le apagaba las ansias de paternidad. Tan vivas que le llevaban a instrumentarse hijos ‑legión‑ entre sus muchachos.
En el padre de estos niños halló Burguillos un colaborador ideal. Era muy dispar a él, en ritmo, temperamento y aficiones. Pero adaptable, sufrido y leal como un can. La llave del Banco de España le hubiera confiado. Muchos años, desde los dieciocho hasta los cuarenta y tantos, cooperó y convivió con él sin cruzar jamás una mala palabra.
El inicio de año 1994, más que de gracia, lo fue para Burguillos de desgracia. A sus padres los perdió por ley natural, próximos a los noventa.

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