Los trinitarios: Los últimos serán los primeros, 2

21-10-2009.
No será aquí, ni yo tampoco, quien abunde en lo que ya anda arado, sembrado, labrado y segado, por hombres de la valía de Carlos Torres el omnipresente, Enrique Gómez el incansable y Domínguez Cubero el perito en rejerías, entre otros.

Quienes deseen profundizar en la presencia trinitaria en nuestra ciudad, tienen un hermoso camino: leerse el libro “Las trinitarias en Andújar / IV siglos de historia/ 1587-1987”. Todo un libro sabio para buscadores serios, ávidos de visiones y silencios que, por otra parte, anden en las antípodas del amarillismo al uso.
Visiones que, en el entorno de los trinitarios de Juan de Mata o de las trinitarias costeadas por don Martín de Valenzuela, fueron más frecuentes de lo normal. Su última visionaria habitó y habitará por los siglos en Andújar. Pero no se crean ustedes que nos estamos refiriendo a esa dama que puso mesa, bola, cofre y tarot en la masacrada judería de la Andújar de hoy, y que abona cuñas publicitarias, amén de donar lienzos en honor de la Cabeza, ante el silencio y la connivencia de los templarios apócrifos que perviven en el siglo XXI.
La más profunda y cabal de las santas alucinadas y casquilucias de Andújar vivió en el Convento de la Asunción (de las trinitarias) donde allá, por el año 1679, ocurrió lo que ustedes quizás sepan, pero ignora el pueblo. Ese pueblo que cada 8 de diciembre, año tras año, siglo tras siglo, contempla la procesión de la Inmaculada,también llamada delvoto”, creyendo, como creen algunos, que así se llama porque algunos alcaldes tienen “obligación”de ir con su cohorte a la procesión, para que no le quiten el sillón.
¡No, amigos, no! La cuestión no es para tanto, ni para menos. La verdad parece ser esta:
Ocurrió que, estando la Reverenda Madre Sor Lucía Yáñez, un 8 de diciembre de 1679, asomada por la celosía para contemplar la procesión que del convento de San Francisco de Asís salía por entonces, en honor y loor de la Inmaculada, vio que casi todos los que iban en ella estaban muertos, y las mujeres que veían pasar la procesión eran verdaderos cadáveres, lo cual le causó horror y espanto.
Tamaño alboroto tuvo que causar sor Lucía entre la comunidad, que las monjas padecieron sustos y soponcios por lo que hubiera visto aquella singular vidente; vidente que, ipso facto, comunicó al alcalde de entonces, don Pedro Soldado y Rojas, lo que aquello significaba.
No cayó, al parecer, en saco roto aquel esperpéntico suceso, porque a partir del hecho, sor Lucía fue una monja virtuosa y capaz de predecir acontecimientos futuros de gran importancia.
El futuro casi era presente, porque apenas un año después, en 1680, una terrible epidemia de peste apareció por nuestros pueblos y ciudades.
Enrique Gómez, en su obra Vaticinios para un pueblo, nos dice: «La epidemia fue mucho más mortífera que las de los años anteriores del mismo siglo».
Distendámonos por unos momentos, pensemos qué hubiese ocurrido en estos tiempos de caber‑cafés y brujas televisivas, si alguna casta, pobre y obediente monja trinitaria (de las que ahora convierten sus pañuelos en palomas blancas y sus latidos en pétalos de rosa sobre la Cabeza)comunicase a Jesús Estrella, corregidor popular de Andújar, que preparase buenas bolsas de euros, que algo le estaba preparando la oposición; porque, en el rosario dela aurora de la Peña del Madroño,casi todos los madroñeros iban en pellejos vivos y que las madroñeras andaban escuálidas, con lo guapetonas que ellas son.
¿Qué ocurriría? Yo os lo voy a decir. Ocurriría lo de siempre. Que mandarían a la priora hasta la consulta del psiquiatra del Hospital Alto Guadalquivir, mientras que contactarían con los de Flash Back, para que husmeasen con sus sensitivas, mandando al interventor municipal que buscase remanentes de la partida del “plan estratégico” para pagarle dietas y vídeo. Y aquí cohetes, echa y bebe que hoy canta tu coro y mañana baila mi peña. ¡Y a los plenos del Concejo que vayan los mensajeros!
Ante tal evento (esqueletos y cadáveres en el rosario de la aurora), se cabrearían los de siempre: Porras y el de las “diez de últimas”. También se callarían los de siempre: los nuevos masones de banda blanca y manoseado cetro. Y a los pocos meses, a la hora del alba, cuando Fray Arturo Curiel, el más sabio de los viejos templarios, anduviese por la calle de las Monjas, camino de celebrar misa ante la priora, sería abordado por Iker Jiménez que le preguntaría:
—Fray Arturo, loado sea Dios. ¿No tendrá su beatitud la culpa de lo de las caras de Bélmez, a causa de la fotografía que se hizo usted con Francisco Franco, cuando vino en plena dictadura a oír misa, aprovechando una montería en tiempo de berreas?
Luego, ante el silencio cierto y la mirada sabia e indulgente de Fray Arturo, el Iker de los pufos, pediría anuencia a la madre tornera para poder entrevistar a la vidente y le preguntaría:
—Sor Sensitiva del Santo Madroño, ¿padece de gota coral, apoplejía, parálisis o estupor?
Sólo obtendría una respuesta:
—¡Hermano Iker: pregúnteselo al arcipreste o, mejor, récele a la priora un padrenuestro!
Iker se frotaría las manos, mientras susurraba: «¡Ya tengo un argumento para mi nuevo libro! Le pondré título similar al del último éxito: ¡Cadáveres al alba!».
Luego, torcería la esquina. Se llegaría hasta la mercería El Danubio,donde compraría un plano de la ciudad. Se tomaría un descafeinado en el Cafetal. Compraría la revista Más allá en el quiosco de mi amigo “el Bombonas”y, atravesando como alma en pena la calle de la Feria y la Plaza de Santa María, aterrizaría en el hotel Logasasanti para darse una ducha y llamar a Madrid a la editorial. Lo que se dice, un investigador en toda regla.

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