No todo era paz en el jardín, 1

10-10-2009.
No todo era paz, alegría y concordia en el jardín. Y por ello, y porque la vida le urgía iniciativas y caminos personales, Burguillos se devanaba a ratos el magín. Y como hacía tantos años, preguntaba a Dios en vano quid me vis facere? ‘¿qué quieres que haga?’.

Y ante la oscuridad y el silencio, se marcaba plazos, fechas para tomar el último tren. Horas breves había en que Dios se le insinuaba… Y Burguillos se enardecía, rebosando dicha. Eufórico, se sentía a punto de emprender la marcha de los bienaventurados, en cuyos pasos resplandecen el bien y la paz…
Por fin, y un poco a la desesperada, cabildeando por lo fino, puso a punto amistades y recursos. ¡Qué ilusión le hizo, siempre, vivir, hablar y escribir en italiano! Tenía Roma a dos palmos. Sorber su alma, italianizarse unos años y estudiar algo interesante daría profundidad y nueva luz a su vida. Que aún tenía frescas y enterizas sus capacidades. Y pujanza y afanes de actualizarse.
Para apurar el gozo de su último tiempo, no desaprovechaba un minuto de estar con los niños. Y, avaricioso de ellos, exprimía sus capacidades magnéticas. Y los pequeños, gozosos le correspondían. Y Burguillos, sensibilizado como si fuera a hacer el viaje en autoestop, sobre un mapa comprobaba distancias. Y Roma, peligro para caminantes, quedaba lejos…
Los niños estaban muy crecidos, dúctiles y hermosos. Y él se iba a perder su adolescencia y el placer y la gloria de orientar sus vidas. A ningún precio quería Burguillos perder definitivamente a sus niños. Y se dio plazo hasta septiembre para cocer su determinación.
Abril… penas mil. La Pascua de Resurrección de 1991 cayó en los finales de marzo. Trató de hacer la Cuaresma y Semana Santa con fervor y esperanzado. El resurrexit no le rozó el alma. Deshecho íntimamente, lágrimas y aleluyas resbalaron juntas. Ni un rayico de luz débil y sutil como el hilo de una araña iluminó su Pascua… ¡Nada!
Se le iba la vida recordando Pascuas Floridas en las que le rebrincó el corazón gozoso. Como aquellos montes y collados saltarines, exultantes, sicut arietes, sicut agni ovium ‘como carneros, como corderitos’Aún tenía fresca la llaga. La mayor de los supervivientes se les había ido en marzo. Apenado, trataba de consolarse, pensando que si el trabajo y la austeridad justifican la vida ante el Todopoderoso, su hermana Sofía estaba con él. Cortes despiadados son estos en el hilo de la existencia que mantiene la ilusión de vivir. Palabras, consuelos, lágrimas y plegarias… son como hojarasca que disimulan la sima de la muerte. Sólo la fe en Dios, tan complicada, quita hierro al trance.
Pensaba que su ausencia romana sería un beneficio para los niños. Y en las vísperas de la gran decisión, se apuraba tanto que se sumía en desolación y angustias. ¡Qué triste vivir soñando grandezas y sentir miedo de realizarlas! Como único consuelo un pensamiento: “Que Dios, donde quiera que le hallase, fuera el pan de sus días…”. Pero, cuando más decidido estaba, Dios se le escondía en el desván de los cielos. Y más que la llaga viva de su incapacidad de comprar, de casarse o entrar en religión, le angustiaba la búsqueda, el rastreo infructuoso de Dios. Y, entonces, su consuelo y su gozo eran los niños. Todo su tiempo, capacidades y entusiasmo volcaba Burguillos en ellos. Imantados les tenía. Jesús, con ocho, nueve años, se desbocaba aprendiendo. Cómo discurría y relacionaba causas y efectos, conceptos y palabras… En poco tiempo y sin esfuerzo, aprendió tantas poesías que parecía un florilegio parlante. ¡Qué bien hablaba! Pero, dolorosamente, Burguillos percibía que no se compartía su entusiasmo en la formación de los niños.
Participó en unas convivencias con sacerdotes. El sol y sombra de su fe no se determinaba. Pero se acorraló tanto, que en agosto, roto por dentro, desistió de su viaje a Roma. Y gestionó su incorporación, como cooperador, a una institución religiosa. El ideal hubiera sido ordenarse, al menos, como diácono. Pero no accedió a la propuesta…
¡Cómo, el resto de aquel verano de 1991, disfrutó y apuró el encanto y cariño de sus nietos! Nada manifestó hasta las vísperas. Bien explicitado quedaba, cuando empezó a regalar sus pájaros.
Con tiento exquisito, sin darle más trascendencia que a un viaje cualquiera, levantó el vuelo el último día de septiembre. Era domingo. Y no sabía si para alivio o dolor, le acompañó toda la familia. Algo se le arrancaba al despedirse de los niños. Pero pensó, de nuevo, que su bien se lo exigía. Mucho le costó abandonar su casa, sus libros, sus aficiones, veredas y amigos…

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