
Hoy, San Dionisio, obispo y mártir, recorro las corrientes fuentes internáuticas para saber algo de este personaje y me encuentro con dos: el autollamado Dionisio Areopagita, griego él y convertido al cristianismo por el mismísimo San Pablo, que predicaba en el areópago que, como todo el mundo sabe desde que existe Google, era una colina de Atenas, sede del Consejo que juzgaba a los malhechores como Ares y Orestes (a este, por el asesinato de su madre Clitemnestra, creo que por llevar semejante nombre).
Afirma Wikipedia que fue el único griego que convirtió Pablo de Tarso; pero vaya usted a dudar de las dotes persuasorias del apóstol. El Obispo de Atenas se dedicó a visitar a la Virgen María y a San Juan Evangelista, fue a Roma a conversar con el Papa Clemente y luego se fue a evangelizar Francia.

Este milagro‑leyenda fue eliminado de los misales, por la propia Iglesia, en el siglo XVII, cuando por fin descubrieron que, en realidad, lo que pasó es que el aprendiz del verdugo le cortó solo la bóveda craneana con un torpe hachazo.
En su iconografía, se le representa con dos cabezas: una sobre los hombros y la otra en las manos; porque «La imagen de un santo decapitado, que lleva su cabeza en las manos, resulta chocante», afirma Louis Rèau en su Iconografía del arte cristiano.
Se le invoca, no obstante y obviamente, contra el dolor de cabeza y contra la sífilis, llamado “mal francés”, aunque a mí no me ha quedado clara la razón de esta segunda invocación y su relación con el santo.
Perdón por esta interpretación personal de la historia.
Querido Dionisio, pa mí que eres el areopagita primitivo y auténtico, aunque con distinguidos aires franceses.
Muchas felicidades.