Prosa poética, 3

07-10-2009.
155
Madre RIP *
13-F.

Te nos has ido hace dos días, a esta misma hora y con este mismo cielo. Silenciosa y tranquila, al contrario que tu vida. Y quiero escribirte, mientras suena el Réquiem de Mozart en esta Almunia nueva.

¿Cómo resumir una biografía que se explica con una sola palabra: sacrificio? Tienes 17 años y empieza aquella guerra maldita del 36; posguerra, Kirye Eleison, tres niños sucesivos en los años del hambre; Dies Irae, amputación de la pierna de padre, cuatro hijos más, viuda a los 50, calamitatis et miseria, pensión de subsistencia, tus hijos creciendo, in favilla; tu 23-F (1.ª operación), Christe Eleison; cáncer de riñón, y de colon, embolia sin riñón ni colon, Dies Irae; carcinoma pulmonar…
Ahora que estaban floreciendo los almendros, tú te adentras en la raíz de la tierra. Y yo, desde esta terraza de Almunia…, ipensaré tantas veces en ti!
Me quedo con mi libro dedicado y releo el poema “Infancia”, que lo abre. Lo recogí al otro día, ¿sabes?, cuando tus hijos nos “repartimos tus herencias”: algunas fotos, tu sábana bordada, el tapete de croché…
¡Ah!, quiero que sepas expresamente que me estoy comiendo tu carne de membrillo, la más rica que se hacía en el mundo… ¡Será la última!
Fue mucha gente a tu entierro, ¿sabes?, y estabas muy bonica, con esa blusa tuya que te ponías para las bodas de tus nietos. ¡Ay, madre, cuánto te echaré de menos!
Mi suegra actual, la que nunca conociste, estuvo en el funeral y me dijo que «ahora notaría un gran vacío».
17-F.
Ayer fuimos a Almuñécar y recordamos el chapuzón que te dio aquella ola juguetona y traidora, y ‑allí‑ se me presentó tu última mirada y mi última palabra. Eran las diez de la noche del domingo pasado y yo dije de irme.
Te besé y te dije «Madre, tú, tranquila». Fueron mis últimas palabras. Tú me ofreciste la mejilla y me miraste en silencio.
Fue nuestra despedida. ¡Me hubiera gustado tanto saber qué pasaba por tu cabeza…? Porque sé que lo sabías. Tú sabías que te estabas muriendo:
—¿Qué me pasa a mí por dentro? Esto es otra cosa, algo muy malo, no es como otras veces… esto se acaba… —fueron tus dos frases últimas.
¡Cuánto daría ahora por haber podido entrar en el misterio de tus últimos silencios, entre tus sienes apretadas por tus manos, ¡horas enteras!, en ese mundo tuyo tan íntimo y tan solo…
Tuviste atisbos de humor, como cuando el Manuel hablaba de su jubilación y tú, de pronto, abrías los ojos y decías:
—Ahora tendrás que dar un guiso de migas.
18-F.
Son las 10 de la mañana cuando, después de una noche despierto, me vienen las oídas imágenes de tus momentos últimos. «La señora te levanta y te sienta en el váter, como todos los días; unos minutos y te ve desencajada; llama a alguien, mientras te sienta en el sofá; viene la ambulancia, el médico dice que te estás muriendo, 4 de tensión, reaccionas y con tus manos, ya frías, intentas ponerte el aire… 20 minutos exactos».
Necesito, madre, un último favor tuyo, el último servicio: aprovechar tu muerte para salvar mi vida.
Sospecho que no tardaré mucho en seguir tus huellas entre la niebla.

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