Úbeda: tus límites humanos, 3

24-06-2009.
Editado en la revista Gavellar.
Año IX, n.º 100.
Marzo de 1982, p. 8.
El término papihonrao es tabú en Úbeda: todos lo utilizamos discretamente y todos tenemos una idea aproximada de lo que significa. Es una expresión que puede dar mucho juego si queremos entrar, a su través, para conocer una idiosincrasia peculiar.

Tengo un pariente que supo definirme muy bien lo que unos y otros entienden por el término. Unos son los que ejercen, quieran o no, de papis; y otros los que no pueden ejercer, porque no lo son.
Para éstos, la palabra tiene unos aspectos que pueden considerarse denotativos del significado: ‘hombre rico, olivarero, ahorrador y cerrado’. Para los que lo son (y no reconocen serlo) la forma tiene subconscientes connotaciones peyorativas: ‘agarrao, oportunista, inculto y ricacho’. Y precisamente porque no quieren ser así, ni parecerlo, huyen del término como de la peste.
La verdad es que la palabra define un concepto que fluye bastante, dentro de estos límites apuntados. El papi tiene olivas y tierras, pero ¿cuántas? El papi es agarrao: ¿hasta dónde? Es rico; mas esa riqueza es una nebulosa. Entre ellos saben cuánto y cuántos pueden ser. Pero como el campo es tan malo y está tan hundido, no quieren exagerar. Siempre se quedan cortos. ¿Por miedo? ¿Por precaución?
Es la primera vez en mi vida que he visto, sistemáticamente, no presumir de lo que se tiene; incluso molestarse por aventurarle unas posesiones y una riquezas, evidentes para los otros, pero no reconocidas en su dimensión por ellos. Por lo que creo que se puede concluir lo siguiente: el papihonrao sufre el síndrome de la falsa pobreza. ¿Qué hay detrás de esto? ¿Un temor social? Puede parecer ridículo, pero tiene visos ciertos. Reunir cuerda tras cuerda de tierras y olivas exige un esfuerzo duro y continuado que no debe airearse ingenuamente por una veleidad presuntuosa. Por eso callan lo que tienen y se tapan entre sí. Tal vez como el avestruz.
No haré distingos entre ellos, porque para mí tienen una incidencia social idéntica y notable en la vida ciudadana. El papi es un conservador por naturaleza. Avanza lentamente por el camino de la renovación agrícola y mental. Es una rémora en nuestra sociedad.
Pero no todo es negativo en su actitud. Dentro del ambiente ciudadano, el terrateniente y el agricultor más o menos poderoso son una fuerza notable en el conglomerado social. No en vano la tierra es la madre de todos los esfuerzos, la más generosa, la más segura en rentabilidad, cuando tomamos una perspectiva de años extensos. Además de aquellas observaciones previas, el papi es nuestra base, aunque no lo tengamos asumido, porque Úbeda es fundamentalmente agrícola. Giramos inevitablemente en torno a ellos, aunque los releguemos internamente. Y es en esta actitud donde tendremos que reconocer nuestra equivocación. Igual que ellos han de recapacitar sobre su lentitud de reflejos sociales y sus miras tan inmediatas, nosotros hemos de acercarnos y valorar su esfuerzo, su ocupación básica de riqueza, motor de inercia de toda la economía. Si el campo va mal, todo va mal. Acerquémonos a ellos para que potencien el campo. Hagámoslos más abiertos con nuestras ideas, más agresivos intelectualmente desde su sencilla incultura. Démosles lo que les falta: progresismo. Un agricultor que no viva de sus rentas es un bien social que hay que potenciar siempre, porque generará riqueza para él y para la sociedad.
Ellos tienen también quejas calladas de nosotros. Su trabajo es duro, física y moralmente, y padecen cuando contrastan su esfuerzo y el nuestro. Son tan distintos que se sienten marginados, se relegan. Fuera de su ambiente, se acallan innecesariamente, cuando podrían y deberían estar a nuestro par. Se quejan en voz baja de nuestra incomprensión y de nuestro fácil vivir. No sé si a ellos les cabe también el honor de prédica de los versos de Miguel Hernández:
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la cierra callada,
el trabajo y el sudor.
Porque el papi no es terrateniente. Es un híbrido de amo y criado, de señor y vasallo, fundidos astutamente en su personalidad única, arribista y utilitaria. No se merecen el desprecio que algunos endilgan al terrateniente; ni los loores que otros derraman sobre los jornaleros. Por ser algo así, no son nada socialmente. ¿Cuántas veces he oído esta frase de sus bocas?: «¡Si nosotros nos uniéramos, nadie podría con nosotros!».
Pero esa unión deseada y apetecible, si la originara otra intención, era mala ya, porque suponía enfrentarse con aquellos otros hermanos ciudadanos que los tenían y los tienen marginados.
Tengo que cerrar el tema por hoy y debo citar el breve párrafo que sobre el mismo escribió mi amigo:
«Nunca llegué a entender el ambiente cerrado de los papihonrados. Para mí es una clase de gente de poca valía social. Viven en su mundo, como si nada les importase, salvo sus olivas».
Permitidme para terminar un juicio sobre estas palabras: mi amigo ha opinado ligeramente sobre algo que no logró comprender. Debió callarse, si no quería errar. O, al menos, ser prudente, como lo son —con mérito innegable— los papis de nuestro pueblo.
José María Berzosa Sánchez.
Profesor Agregado de Lengua y Literatura.
berzosa43@gmail.com

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