Al frío de las tinieblas, 1

06-06-2009.
Un jesuita leal con Burguillos, con mucho miedo le contó de una reunión solemne de Comunidad. Tema: “Burguillos. Su conducta. Necesario relevo de su función educativa”.
Obligado “paripé” se hizo en reconocer su capacidad de educador. Era el ramo de flores para “salvar la proposición del contrario”, tranquilizar la propia conciencia y poder, sin escrúpulos, sacar de entre las flores la daga veneciana… Votación a mano alzada.

No se le expulsaba de entre ellos por ineptitud, escándalo público, relaciones sacrílegas… Ni siquiera por excesos etílicos. Que todo esto y más le hubieran tolerado. Pues en todo abundaba la viña del Padre. Eran razones de mayor estima y momento. Su degradación y ostracismo se fundamentaba en que Burguillos, como Marcelino, pan y vino, sacaba alimentos del comedor. Y mucho más grave aún: hablaba mal de dos jesuitas, punteros en la renovación educativa y cristiana de aquellas manadas de internos. ¡Penoso! Diez años partiéndose el alma en la prédica de Cristo, verbo et exemplo, y no les cundía porque un seglar pelanas hablaba mal de ellos. Aunque nunca lo pudieron demostrar.
Ciertamente, Burguillos, sin tapujos, tomaba a veces del abastecido comedor algún yogur o bocadillo para niños hambrientos o anémicos del barrio Girón. Esto, que no fue problema en los tiempos de Taboada, con el nuevo jerarca, cuando le convino, sin previo aviso pasó a ser motivo de espionaje.
Un buen día, el padre Barón, frotándose las manos… Ya estaban las relaciones muy averiadas y la suerte echada. Él no sabía que Burguillos estaba al tanto de todo, pues nunca le faltaron confidentes dentro de la Comunidad. Era agosto y Burguillos aún vivía con ellos. Le llamó a su habitación y a bocajarro quiso arrinconarle. Y le preguntó:
—¿Adónde ibas ayer por la mañana, a las siete y media, con una botella de Fanta? Que te vio el hermano Chispa…
Al Rector, desde que supo Burguillos cómo llevaba el internado del Real Colegio, le había clasificado como “Rector pantalla”. Pero ese día, le dijo:
—¡Qué pequeñín te me haces como sacerdote y como persona! Me estáis cobrando quince meses de pensión al año, sin derecho alguno. Tú me estás usurpando la paga y derechos sociales correspondientes a mi cargo de Director del Colegio Menor Miralar, ¿y me echas en cara una botella de Fanta?
Quiso intervenir, pero Burguillos, impositivo, se lo impidió. Que le vio corrido de vergüenza.
—A cosechar iba. Y llevaba dos botellas. Una para el camionero que me acarrea el grano y otra para mí. Y bien pagadas os quedan, que esos días os ahorro la comida…
—Perdona, perdona…
—¡Escúchame, por favor! Y luego, si tienes algo que decir, hablas. Dedica tus frailes a menesteres más píos que el chivateo. Y, si por incapacidad has de hacerlo, escoge a gente lúcida y sobria. Porque el hermano Chispa esa noche, como tantas, llegó bien alumbrado. Y ¿cómo es que en tantos años de Superior no has aprendido a corregir sin delatar al informante, o chivato…?
—Perdona, hombre; perdona y olvida.
—No, Reverendo, no. No es cosa de perdón… Es cargo de conciencia. De restitución de cuartos y de fama. Te interesa, para largarme, acumular oprobios sobre mí. Y elevas a categoría de robo unos refrescos, unos yogures… Manadas de terneras harían falta para compensarme de la estafa múltiple que venís haciéndome desde hace quince o dieciséis años. Y toma nota: yo no tengo mantenida alguna, ni viuda ni soltera a quien…
Pretextó una urgencia, acaso de esfínteres o de corrimiento, y le cortó el tema. Pero Burguillos, inspirado como estaba, se lo acabó por escrito:
«Dales a tus soplones mejores recompensas. Y así, acaso más que unas botellas te denuncien furgonetas y coches que salen bien abarrotados de la despensa general. Y hasta el destino, Norte‑Sur pueden decirte… Y en cuanto al aireo de los ligues de tus allegados, “Barras”… Pubes y compañías nada compatibles con la de Jesús, no me culpéis a mí. Sella con silicona la boca a tantos testigos presenciales. Tunos, externos nocherniegos y jóvenes profesores. A mí, como no comporta interés educativo, no me dan juego. Que en la agenda de los educadores hay temas más trascendentes. Huelgan comentarios sobre conductas que no sean como caleidoscopios a cuyo través se muestre la vida a los educandos en tonos positivos, animados, ejemplarizantes.
Un consejo para ti y tus asociados: bien lavadas, meteos las manos en la conciencia. Y rebuscad, arañaos hasta dar con motivos más creíbles y catárticos… Porque por hacer el Marcelino, pan y vino, donde se trasiegan y acarrean cargamentos de víveres con rumbos inciertos, no se arrastra y despeña a quien tanto sudó y aupó Cristo Rey. Malos consejeros son, para actuar con justicia, los celos y la falta de humildad para aceptar la carencia de disposiciones educativas. Bien sabes tú que, en el fondo, estos compinches tuyos en la empresa de hundirme no justifican su inoperancia educativa y apostólica en mi lengua. Les encabrona, como a ti, la lidia suelta y bien ligada de mi toreo».
Y por darle un poco de nivel al suceso y tocar la cultura bíblica del páter, cerré así:
Detrahentem occulte proximo suo, hunc perdam.
‘Al que difama ocultamente a su prójimo, a este lo maldeciré’.
[Traducción enviada por Santiago Navarrete Rojas].
Bello y claro es el salmo. Pero, para el Reverendo, agua era que fluye y que pasa; y mientras, la manteca quedaba en la casa.
No pareció darse por aludido. Pero a los pocos días, ante el Ministro, le conminó a Burguillos a desprenderse de sus perros… ¡Sus campeones! Alegría y banderín de Miralar. Pareja de dogos alemanes de acrisolada estirpe. Negra y brillante la Sully. Y Hamlet, un impresionante arlequín. La Venus y el Apolo de los perros parecían. Grandes y mansos eran como dos terneros. Pero al Ministro, cuando en ausencia de Burguillos vagaba por Miralar, lánguido y etéreo como la pantera rosa, encontrarse con ellos ¡qué miedo le daba! E impresionable como era, de verlos tan grandes, se le desbocaba el corazón. Y declarados grave problema de Cristo Rey, con mucha pena, Burguillos hubo de buscarles alojamiento extra domum.
Pensaba Burguillos que, ya con su exclusión firmada y sus perros en la calle, al padre se le habrían agotado en su bolsita de Pandora insidias y vendavales. ¡Sí, sí…!
No se contentaba con dimidiarle el salario, que también, para salvar la suya, metía mano en su fama. Y de paso le forzaba para que, humillado y asqueado, se fuera voluntariamente sin indemnización… ¡Limpia jugada…! Mejor y con menos costo no lo hace ninguna empresa explotadora. Y Burguillos se hubiera ido.
Habló con un jesuita ajeno a Cristo Rey. Hombre recto, prudente y académico. Sin comentarios hirientes le aseguró que conocía muy bien al padre… Le recomendó intentar un acuerdo. Pero que si, como era de prever, no lo obtenía, sin agarraderos legales…
—Encomiéndate a Dios y resiste para no perder, por despido, los derechos contraídos; si hubieran cotizado por ti…
Y Burguillos, ni a Dios ni al diablo, se encomendó. Y tal vez por indecisión o por el consejo, siguió numantino y descocado. Y tratando de acelerar el desenlace, desestabilizaba al padre Barón que, hombre de empaque y distancias, no era sereno ni de ánimos. Y un día le pidió la nómina. Que en los dieciséis años que llevaba sudando Cristo Rey, Burguillos nunca supo qué era eso ni desde cuándo ni cuánto habían cotizado por él.
Y ¡qué bonita se la prepararon el padre Rector y su alter ego, el Administrador! Resultaba que Burguillos nunca había sido Director de Miralar… ¿Dónde constaba? No existía contrato de trabajo ni nómina. Ni siquiera en los catálogos figuraba. Y como Burguillos le arguyese al “Consagrado de Dios” que la Comunidad, todo Cristo Rey y él mismo lo sabían… sonriente y victorioso le contestó que él sólo reconocería lo que él o sus antecesores hubieran firmado.
Fue en su habitación. Primer piso de la casa de Comunidad. Era septiembre. Y por la ventana de par en par entraban fragancias de la arboleda y el pío-pío de los gorriones.
—¡Cerdo! ¡Cínico! ¡Te tiro por la ventana!
Y como, remangado y aspaventero, Burguillos hiciera ademán de ir a por él, se le escabulló como un ratoncito. No le hubiera defenestrado. Pero agarrado de los cabezones le hubiera zamarreado a placer, que era gente de vitrina y tenía manos de sastre. Acaso un rodillazo impúdico y certero…

Sí sintió pena sincera por él cuando en el juicio de los inspectores le oyó perjurar… Y náuseas le dieron a Burguillos al comprobar que, a cambio de un puesto de trabajo, logró el padre Barón un testigo falso. El perjurio… ¡Vaya usted a saber la elasticidad de su conciencia! Pero le rebeló que al pobre muchacho que sobornó le dejase marcado de por vida entre condiscípulos, colegas y alumnos.

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