Detrás de la crisis

14-05-2009.
EL JUEGO SUCIO DE LAS SUBPRIMES
El consejero financiero que, para multiplicar su beneficio personal, arriesga temerariamente el dinero ajeno que se le ha confiado, ¿comete un crimen penal? No comete un crimen penal, puesto que no está codificado por ninguna ley, y no será cosa fácil que este tipo de comportamientos llegue a ser codificado como delito. Pero sí es, ciertamente, una gravísima falta moral. Peor: una infamia. Pero, vamos a ver, ¿es que la moralidad tiene algo que ver con los fundamentos de nuestra sociedad actual?

El juego creador y el juego sucio
El juego es una forma de entender la existencia. Sin el escalofrío del riesgo, la tauromaquia y algunos deportes, como las carreras de autos, perderían atracción y sentido.
Los grandes creadores de empresas son también jugadores y, sin duda, son héroes en la mitología contemporánea. A costa de asumir un riesgo personal, el creador de empresa consigue la emergencia de estructuras productivas que hacen vivir a muchas personas. Esas empresas no hubieran llegado a existir sin su creatividad y su valentía para asumir el riesgo.
Otra cosa muy distinta es el jugador que juega con el dinero de otro y sin riesgo para él.
Se dice que el empresario arriesga, porque posee un espíritu deportivo. Y que es ese espíritu deportivo, más que la ambición por el dinero, lo que justifica moralmente las luchas despiadadas de la competición. Podría tal vez discutirse la legitimidad ética de este discurso darviniano sobre economía.
Pero la banalidad, la ligereza metafísica de la vida, entendida como juego o como deporte, pierde toda justificación desde el momento en que lo que el jugador pone “en juego”, sobre el tapiz, no es su pan propio, sino que es ‑como estamos viéndolo cada día‑ el ahorro de muchos años de trabajo de miles de viejos jubilados, o la economía de la pobre peluquera de la esquina.
Este juego a gran escala, protagonizado hoy día por los inversores financieros, ha ocasionado el acontecimiento mayor en la Historia de estos últimos cincuenta años: una megacrisis, un desastre de proporciones gigantescas.
La causa verdadera de la crisis
¿La desviación filosófica causante de todo esto, su razón última? Una perversión radical de las finalidades de las empresas.
En los dos últimos decenios, se ha desplazado el centro de gravedad de la empresa desde el aparato productivo hacia la función financiera. En otros tiempos, se invertía dinero para producir bienes y servicios. La función de la banca era canalizar el ahorro de la sociedad, mediante una prudente gestión del riesgo, poniendo los recursos financieros al servicio de las empresas.
El esfuerzo físico de la mano de obra y del trabajo intelectual en los despachos, todo contribuía a la producción de objetos o servicios vendibles. Los bienes se ponían a disposición del mercado y el resultado de las ventas generaba entradas de dinero en beneficio de todas las personas de la empresa. El sistema era inmediato, claro y simple, transparente. Eso era Adam Smith y eso era aún Keynes.
Pero las cosas han cambiado.
La economía se ha convertido en un gigantesco juego de Monopoly. El sentido profundo del liberalismo, que era la estimulación del espíritu de emprender, ha sido pervertido y con ello se ha transformado totalmente el juego económico. Un juego que hoy se desarrolla en plena virtualidad. En este juego virtual, ni interesan ni se tocan las cosas reales, ‑las materias primas, los productos industriales, las mercancías‑. Nada de eso. Lo que se maneja es sólo el dinero y los productos financieros, que son meros símbolos inmateriales. En ese mundo virtual viven esos nuevos managers Gerentes o directivos de una empresa o sociedad..
Una economía de casino, dicen algunos. Por eso las finanzas tienen mucho que ver con los juegos autistas de ordenador. Porque lo que ahora cuenta no es construir una industria con todas sus benéficas repercusiones sociales. Se invierte en opportunities Oportunidades., y no en la producción de cosas y de servicios útiles. Poco importa que se posea una firma de consultores, una empresa de construcción, una fábrica de autos… En el juego de la posesión y del poder, lo que cuenta son las cifras, esos símbolos cada vez más abstractos del poder.
Para el inversor financiero, absorbido por este juego perfectamente autista, toda referencia a lo social es irrelevante, cuando no risible. El nuevo inversor va a pasar muy pocas noches sin sueño, pensando en aquellas personas que pasarán muy malas noches, privados de empleo, víctimas lejanas y anónimas de su juego de poder.
Este sucio juego es un crimen de un nuevo estilo, aún no codificado por la ley, pero sí por la moral. Y no parece que lo vayan a pagar los golden boys Chicos de oro., ni los infames elegantes que están causando tantas miserias con la mundialización de la crisis.
La perversión de las finalidades de la empresa
Las ideologías y los mitos en vigor en nuestra sociedad son los que movilizan la empresa y lo que nos explica los comportamientos y decisiones de los directivos.
Los mitos en curso en la empresa de hoy, por ejemplo el de los winners Ganadores., están inspirando políticas profundamente inhumanas. Es grande la responsabilidad de muchas Facultades y Escuelas de Negocios que forman a los futuros managers, ya que, o bien alientan esos mitos en sus aulas, o bien dejan de lado la profunda dimensión ética de la gestión de la empresa. Mi crítica se extiende a Facultades pertenecientes a la Iglesia.
Además, por si algo faltaba, las firmas de consulting Asesoría.americanas se encargan de difundir esa filosofía entre su clientela empresarial.
El mal es vago y aparentemente inocuo. Ya no se dice que la empresa tiene como finalidad última ofrecer bienes y servicios a la sociedad. Se dice, más ambiguamente: «La empresa está para crear valor». Y bajo la púdica denominación de los “productos financieros, productos estructurados” se esconde lo que ha resultado ser un gigantesco timo. Puros matices semánticos. La lengua sirve para ocultar la verdadera naturaleza de las cosas.
Un importante ejemplo más de esos mitos fundadores es el business is business La empresa es la empresa.. El patrón de una gran empresa multinacional de alimentación me dijo un día unas frases aparentemente anodinas: «Nosotros no somos la Cruz Roja». «Nadie tiene derecho a criticarnos porque hacemos buenos negocios».
Le pregunto al lector: ¿Es aceptable que la empresa haga abstracción de cualquier otra funcionalidad que la de hacer beneficios? ¿Es aceptable que los dirigentes no tengan que rendir cuenta de los efectos negativos de sus decisiones sobre el cuerpo social? A ningún otro subsistema de ese mismo cuerpo social se le toleraría una tal autarquía de fines y de funcionamiento, dando la espalda al bien general. ¿Sería concebible que otros subsistemas sociales, por ejemplo el cuerpo de los militares o el de la docencia, funcionasen para y por ellos mismos, ignorando al resto de la sociedad?
En el fondo se esconde la pregunta filosófica que apenas nos atrevemos a formular: ¿Hay algo malo en ser egoísta y mirar sólo por los propios intereses personales?
Los intereses personales. Yo me digo que algo muy grave sucede en nuestra sociedad, cuando la opinión pública no sanciona a algunos personajes que se atreven a asumir cargos en la política y en la economía, con manifiesta incompetencia, y guiados sólo por su interés personal o el de su grupo. Quizás debieran saber que ‑como decía Cicerón‑ la res publica no es viable sin la virtud, sin la moralidad. Como tampoco la empresa.
La sociedad es culpable por su banalidad
Sería demasiado simplista atribuir la responsabilidad de estos sucios juegos a un limitado grupo de personas. No es así, puesto que la sociedad, a través de la TV, la prensa y los semanarios, deifica a estos personajes, los aplaude, y justifica que ganen fortunas insultantes. Es la misma sociedad que tolera las remuneraciones escandalosas de los futbolistas. Una sociedad que se ha echado a la espalda los valores fundamentales.
Valores de la empresa, valores del individuo
Para que el empleado progrese en el escalafón de la empresa, o simplemente para no tener problemas en el interior de ella, en estos momentos no tiene más remedio que asumir los valores que la empresa exige a sus empleados. Valores que no son siempre compatibles con los sistemas de valores personales.
El trabajo en la empresa obliga al hombre a fragmentar sus días. Lo esencial del tiempo es para el trabajo; y el tiempo restante, para la familia y para sí mismo. Otro tanto sucede con los valores. Entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde, será el apagón total de los valores personales, porque hay que dejarlos a la entrada de la empresa en el guardarropa. Y queda un rinconcito, por la noche y en vacaciones, para vivir en conformidad con los valores íntimos personales y los de familia.
La empresa, tal como funciona hoy día, de la misma manera que fragmenta sus días, desintegra al hombre en sus finalidades y en sus valores.
Necesidad de un “humus ético”
Se impone hoy una revisión del trabajo del hombre y del sentido de este trabajo.
Mantengo que la empresa necesita un humus impregnado de los valores de una ética humanista. Empleo esta metáfora porque el humus de la tierra, el mantillo vegetal, favorece los procesos de fermentación y la aparición de nuevas formas de vida, los microorganismos tan necesarios en la agricultura. En el mantillo vegetal, prospera y pulula la ebullición de la vida.
Pretendo que es indispensable un humus ético, un substrato de valores que revitalice toda la estructura social, la motive y la dinamice.
Porque el sistema de valores en el que se desenvuelve la empresa en estos momentos está gravemente contaminado.
Unas ideas para terminar
1) La sociedad, a través del Gobierno, los sindicatos y los intelectuales, debiera ejercer una función crítica y de control (a distancia) sobre lo que sucede en la empresa. Desafortunadamente, el cuerpo social no ejerce esa supervisión, ya que cierra los ojos a la escandalosa precariedad, a la alienación del empleado (forma contemporánea de esclavitud), y al despotismo que se vive hoy en muchas empresas. No se puede aceptar el vasallaje en contrapartida del pan y de una no tan cierta seguridad en el trabajo.
2) La empresa es tan importante en nuestro mundo contemporáneo que hay que colocarla en el centro de la reflexión social, como le corresponde.
3) Las transformaciones radicales que la sociedad necesita no se van a operar movilizándola a través de los partidos, sino transformando primero la empresa.
4) La Universidad debiera ser el lugar social para el análisis crítico, pero apolítico y no partidista, en el que se estudie esa “especie biosocial” nueva, aún en plena emergencia, que es la empresa. Ha aparecido hace solamente unos doscientos años y aún necesita rediseño y profundas adaptaciones.
Las medidas contra la crisis
Si el lector conviene conmigo en que la crisis actual es una enfermedad del sistema socioeconómico global, quizás convenga también en que:

Las medidas actuales, de recapitalización de la banca, y las inyecciones de dinero público, para paliar el paro o estimular el consumo, no pueden ser más que alivios circunstanciales, pero que no sanan en profundidad la grave patología que sufrimos.
Harían falta medidas mucho más radicales, que restituyeran a la financiación su función primitiva de sostén de la actividad productiva real. Creo en la necesidad de refundar y potenciar las instituciones de financiación, cuya razón de ser sea apoyar las actividades realmente productivas.
Para llevar a cabo esas medidas, creo en el papel fundamental, pero no exclusivo, del Estado. Además, el Estado debe velar para que las masas monetarias, sin olvidar la velocidad de circulación, respeten unos ratios que preserven al dinero su rol de símbolo objetivo de la riqueza real. Debe poner frenos a la economía virtual.
Pero estamos abriendo un inmenso capítulo del que quizás hablemos en otra ocasión.

    bf.lara@hispeed.ch

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