27-06-2008.
ESCULTOR UBETENSE, NACIDO EN MÁLAGA
Úbeda tiene cosas que sobrecogerían de vergüenza hasta a mi buen amigo Loren. Y es que la relación de Palma Burgos con Úbeda es la historia de un desamor, de un amor mal acabado, en la que un atractivo joven se siente seducido por la belleza de una dama un tanto esquiva, a la que le profesa amor eterno.
Todo empezó en 1950 cuando un joven, apuesto escultor de treinta y dos años, en plena efervescencia creativa decide instalarse en Úbeda. Con anterioridad ya había venido a la Ciudad de los Cerros y mantenido encuentros esporádicos con la que sería su “amada”; tiempos en los que realizó el Señor de la Columna, simultaneando una intensísima labor de imaginería desde su taller, un tanto itinerante, de Málaga, Andújar o Madrid. Pero Úbeda le encandiló. ¿Quién, por muy poca sensibilidad artística que tenga, no queda cautivado por Úbeda? De ella hizo el centro de su imaginación creadora, de su realidad artística y hasta de su propia vida, un tanto azarosa, entregada a una profesión que a la larga le llevaría hasta la ruptura matrimonial.
La iglesia de Santo Domingo fue su centro de operaciones, sometido a una actividad frenética de un continuo trasiego de entrada y salida de material e imágenes. Su gran humanidad hizo del taller un semillero de artistas, peña de amigos, crisol de vocaciones, foro de tertulias… meta de cobradores. Gracias a su impulso, Úbeda es “Ciudad de Semana Santa”. Su obra se extiende por todo el sur peninsular, Madrid, Canarias, Alemania y, sobre todo, Italia. Es absurdo dar nombres ni de obras ni de alumnos ni de amigos; materialmente, imposible; pero sí remitir al interesado a la más extensa y mejor documentada obra publicada: Vida y Obra de Palma Burgos, de Felipe Toral Valero.
Al final de la década de los cincuenta, las cosas no le van muy bien en Úbeda. Sonrisas, palmaditas en las espaldas…; pero en el fondo, frialdad: “su amada” coquetea con otros escultores. Lamentable, la falta de reciprocidad, por la generosidad que él siempre dispensó a Úbeda.
En 1960 se establece en Italia, desarrollando una intensa labor en plena madurez artística. Consigue lo más granado de sus frutos: premios nacionales y diez medallas de oro. Pero, ya entonces, su Úbeda la lleva clavada en su corazón. Viaja constantemente a España y se llega por Úbeda, por razones de trabajo o para estar con sus amigos. En sus escritos siempre deja constancia del sentimiento que profesa a su “amada”: «¡¡Úbeda, mi novia!!; …cuando estoy en Úbeda, tengo que recorrer mis callejas de cal y piedra y buena forja, llorar a mis amigos que se fueron…».Siempre quiso morir y ser enterrado en Úbeda y así se lo pedía insistentemente al mejor amigo que tuvo, Andrés Fuentes Garayalde. Un día, 31 de diciembre de 1985, salía de su Málaga natal una ambulancia con Palma Burgos en estado de coma: a las pocas horas, moría en el regazo de su amada Úbeda, como siempre deseó.
Palma Burgos se merece, como recuerdo, algo más que una peana con cabeza en un rincón olvidado, como la que tiene. Cutre además, no por falta de calidad de la obra, ni por la infinita humildad que desprende (humildad, virtud es), sino porque es la patética expresión de la ausencia de generosidad de todo un pueblo al que tanto quiso en la figura de su “amada” Úbeda. Una imagen colocada, para mayor escarnio, en un ángulo del exterior de la iglesia de San Isidoro donde, un día sí y el otro también, amanece pintarrajeada por manos, de mentes, que de él nada hubieran aprendido. Doy las gracias a su “gongorilla”, don Marcelo, que vive enfrente, por su afán de mantenerla pulcra. La plaza de Palma Burgos es otra dedicatoria, despectivamente llamada “Plaza de los Yerros”, nombre que no dudan en aplicarle incluso autoridades municipales. Menos mal que no les ha dado por llamarla “Plaza de los Yerros viejos…”.
Mucho le debe Úbeda a este hombre, para el que nunca tuvieron la deferencia de nombrarle Hijo Adoptivo, a pesar de sentirse ubetense por los cuatro costados y de referirse siempre a los ubetenses como paisanos. Un museo, una fundación, una muestra permanente, una sala, una colección…, incluso un panteón para sus restos, sería una buena medida de agradecimiento y de perpetuar su memoria de una manera digna.
Nosotros, querido Loren ‑que tantos buenos recuerdos tenemos suyos‑, desde esta Atalaya le rendimos este humilde pero sonoro y apasionado homenaje; y, a partir de hoy, lucirá en nuestra Galería de Hijos Ilustres la inscripción que él siempre hubiera deseado:
FRANCISCO PALMA BURGOS
ESCULTOR UBETENSE NACIDO EN MÁLAGA
ESCULTOR UBETENSE NACIDO EN MÁLAGA
FRONTIS DE LA IGLESIA DE CRISTO REY EN LA SAFA
Francisco Palma Burgos es el autor del frontis de la cara oeste de la iglesia de la Safa, dedicada a Cristo Rey. La fachada se levanta sobre tres arcos de medio punto que dan entrada al atrio del templo. Sobre ellos, una arquería ciega de seis huecos. Y, sobre la arquería, la representación de Cristo Rey, recibiendo el homenaje de la juventud y de la humanidad desvalida. Así, aparece Dios Padre protegiendo y derramando su gracia, rodeado de efigies de niños y aprendices con útiles de trabajo, con las alegorías de la Caridad y la Esperanza, con un total de 32 figuras. En definitiva se trata de un Cristo en el Monte Tabor.
Palma Burgos comenzó el proyecto a últimos del año 1952, utilizando en su realización piedra caliza de cantería, en un extraordinario relieve de más de cien metros cuadrados. El tiempo empleado fue de cuatro años y cinco meses, cobrando por la obra 350.000 pesetas.