«The young one»

16-02-08.
Me parece que este era el título de una canción que cantaba Cliff Richard cuando aún estaba con los Shadows. O sea, antes de emanciparse y pasarse a la otra acera. O sea, a la de enfrente. A nosotros esta canción nos parecía una de las más bonitas del mundo, porque nos sentíamos jóvenes y estábamos convencidos de que en la vida lo más importante era eso: ser jóvenes. O sea, como éramos nosotros.

Nuestro pasatiempo favorito era perseguir con denuedo a las niñas de las carmelitas en otoño, invierno y primavera; y a las vecinas de nuestro pueblo, durante los meses de verano. También nos gustaba beber vino, fumar cigarrillos a escondidas y poca cosa más. Nuestras madres se pasaban la vida rezando rosarios y ofreciendo novenas por nuestra salvación; nuestros abuelos decían que éramos unos golfos sin remedio; y los curas aseguraban que íbamos a arder eternamente en las calderas de chapapote del infierno. En resumidas cuentas, por seguir unas costumbres que hoy carecen de la menor importancia.
Nosotros, justo es reconocerlo, oíamos aquellos sermones como quien oye llover y en lo que, de verdad, pensábamos era en bañarnos en las albercas, jugar al fútbol y arrimarnos, disimuladamente, a alguna vecina en el guateque del domingo por la tarde. Pero aún nos quedaba tiempo para estudiar el latín que nos había quedado para septiembre y buscar un trabajo que nos proporcionara unas pesetillas con las que aliviar la economía familiar y ser felices. Así era nuestra juventud.
Decía Séneca que «los vicios de antaño son las costumbres de hoy». Aunque parezca mentira, acertó y por eso es un sabio tan famoso. Está muy claro que perseguir chicas, beber vino y fumar a escondidas ‑vicios espantosos de antaño‑, hoy no pasan de ser unas costumbres aceptables, propias de tiempos pasados. ¡Hay que ver lo que saben los sabios!
Hoy la juventud ya no persigue a las chicas por la calle: ahora las acosa y hasta las derriba. Ya no se conforma con tomar unos vasitos de vino la tarde de los domingos: ahora organiza concentraciones de miles de jóvenes para “hacer botellón”. Y algunos alcaldes complacientes pierden la popa y el fondillo, habilitando zonas en las afueras de las ciudades para asegurarse dos cosas: primera, que el día de mañana los jóvenes les otorguen el voto; y segunda, que en el día de hoy no se meen en la puerta de su casa.
La juventud mejor preparada de la Historia de España ya no fuma labores de Tabacalera, como hacíamos nosotros; hoy le pega al porro y a las “pastis”, se pincha, maltrata a sus padres, a sus maestros, a sus compañeros y hace otras muchas cosas que hoy consideramos vicios, pero que seguramente mañana serán sanas e inocentes prácticas, propias de épocas pasadas.
Hay que decir que no son todos. ¡Sólo faltaría! Y que, por supuesto, hoy como ayer, hay maravillosas excepciones. Hablo de la noticia de la prensa, en estos días, según la cual muchos jóvenes se inician en el consumo del alcohol y los estupefacientes a la edad de doce años.

Las costumbres, es cierto, cambian con las generaciones; pero algunos cambios hacen temblar. Por eso me gustaría que, en el futuro, Séneca no acertase, aunque perdiera un poco de su fama. Al fin y al cabo, ¿quién puede asegurarnos que la frase «Errare humanum est» no la dijera él?

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