Pan para hoy…

10-02-08.
Por indicación de un compañero, leo el artículo aparecido el pasado jueves en La Voz de Cádiz, titulado “Cadi parla català”. En él, con extraordinario sentido del humor, Antonio Burgos critica la propuesta de la Junta de Andalucía para que en nuestras escuelas se estudie el idioma catalán.

Andalucía tiene más población que Suiza, Suecia, Holanda, Bélgica y Montecarlo. Es una tierra rica y fértil que produce más aceite que el resto del mundo. Goza de un clima fabuloso. Tiene la costa más valorada de Europa y dispone de una población capaz de alcanzar metas extraordinarias. Me pregunto cuál es la razón por la que, sin embargo, estamos tan alejados de estos países desde el punto de vista económico y social. Por qué nuestra juventud tiene que emigrar en busca de oportunidades y por qué, si los andaluces somos tan emprendedores y decididos fuera de nuestra tierra, no lo somos tanto cuando permanecemos en Andalucía.
Mi amigo Juan llegó a Barcelona con siete años y a esa edad ya era el tirachinas más seguro de la margen izquierda del Llobregat. Vivió en una barraca en la falda de Montjuic junto a su madre y sus cinco hermanos durante mucho tiempo. Cuando se hizo mayor, fundó una empresa, conoció a una muchacha de Cabra de Santo Cristo (Jaén) y se casó con ella. Nunca le dieron nada pero, como muchos otros, dispuso de oportunidades y las supo aprovechar. Hoy, juega al golf y una vez por semana visita su empresa en la que un puñado de familias trabaja y alimenta sus sueños de futuro. A mi amigo Juan, cuando habla de su madre, María, se le quiebra la voz y se le llenan los ojos de lágrimas. Dudo mucho que, de haber seguido en Andalucía, Juan disfrutara de su posición económica actual.
Decía, no hace mucho, don Manuel Jiménez de Parga que «hace mil años, cuando en Granada y Andalucía había docenas de surtidores de agua de colores, para regar los jardines de los palacios y las mansiones, los habitantes de las llamadas comunidades históricas ni siquiera se aseaban en los fines de semana». Y claro, fueron multitud los que pidieron su cabeza por decir lo que había dicho. O sea, la verdad.
Durante la Edad Media, Andalucía fue el territorio más avanzado del occidente europeo y, durante los años de la civilización árabe, dispuso del más sólido patrimonio religioso, económico y cultural. Más tarde, con el descubrimiento de América, gozó de una increíble pujanza económica. Recibió el flujo de riquezas más importante de la época y, desde Andalucía, se distribuyó el oro de las Indias al resto de España y de Europa.
¿Qué ha pasado para que los andaluces del siglo pasado y del actual debamos plantearnos una cuestión tan lamentable como la emigración para poder sacar nuestras familias adelante? ¿Es que los andaluces somos peores que los catalanes, los vascos, los belgas o los franceses? ¿Somos más tontos, más vagos o más débiles? Yo creo que no. No es verdad que mientras el norte trabaja, el sur viva cantando y holgando.
Seguramente la razón está en que los problemas de los pueblos no se resuelven con subvenciones ni limosnas, sino ofreciendo el mayor número de oportunidades a la juventud. Los recursos que se dedican a los jóvenes son siempre rentables y eficaces; pero, para recoger euros algún día, no hay más remedio que sembrar monedillas de vez en cuando.
En esto deberían pensar nuestras mejores cabezas, que nunca faltaron en nuestra tierra. A esto deberían nuestros gobernantes dedicar su tiempo y su esfuerzo, que capacidad les sobra. Lo otro, es decir, imaginar realidades nacionales, preparar peones expertos en idiomas, hablar mal de los obispos y prometer subvenciones por no hacer nada, lo puede hacer cualquiera; pero con eso no se llena el estómago de nadie ni se contribuye a mejorar el bienestar de los ciudadanos. Eso, dicho sea con toda humildad, es pan para hoy y hambre para mañana.
Es muy fácil hacer leyes para salir del paso y contentar a los convencidos; pero crear las oportunidades necesarias para que los ciudadanos puedan trabajar, progresar y sacar adelante a sus hijos y a sus familias, sin salir de su tierra, eso es harina de otro costal.

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