El mar del «Lèman»

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31-05-07.
Cuando bajábamos hacia la pista de aterrizaje de Ginebra, el lago Léman estaba bajo nuestra trayectoria y Tony, asombrada, dijo:
-¡Tenemos un mar debajo!
Así de grande es el famoso lago suizo y, por ello, me permito el título de este artículo.

Pues a los pies de la casa de Angèle y Antonio, se contempla de día y de noche, lleno de colores variados, de nubes más o menos lluviosas, de abundantes barcos discretos, de ciudades y villas orilladas, de montañas enormes y de vientos amenos.

Desde Ginebra hasta Lutry (Lausanne), donde residen nuestros amigos, hay unos setenta kilómetros llenos de verdes campos, antiguas y modernas construcciones, pueblos unidos, rectas, curvas y más curvas, subidas y bajadas –algunas del 30%‑, agua y montaña, infinidad de semáforos, tráfico abundante (pero sereno) y rincones increíbles.
Hemos estado con ellos tres días y la experiencia ha sido inolvidable, por lo que nos han enseñado y por lo que nos han querido.
El castillo de Gruyères es de visita obligada, no sólo por su famoso queso, sino por su construcción y entorno. Tras la visita al castillo, paseamos por las calles de la ciudad, en donde contemplamos la típica decoración del restaurante El Chalet.
Seguimos la ruta turística, para visitar una torre solitaria y enorme (llamada La tour de Gourze), desde la que podíamos contemplar con una perspectiva diferente el citado lago de nuestro entorno. Desde allí, bajamos a Lausanne para comprar diferentes tipos de queso suizo.
Al día siguiente, tras las charlas nocturnas, amenas y cariñosas, hicimos el reconocimiento de los majestuosos viñedos del Lavaux en un pequeño tren turístico. Las viñas fueron instalándose, desde el primer siglo después de Cristo, en las empinadas laderas que dan al lago y que fueron cinceladas por los glaciares prehistóricos. El montaje, el cultivo y la recolección del viñedo tienen un mérito excepcional.
La calidad de la uva es extraordinaria, lo que permite la producción de vinos blancos, rosados y tintos de sabor genuino. A pesar de mi poco o nulo entendimiento enológico, todos los vinos que nos han dado a probar o beber Angèle y Antonio me han parecido de un sabor distinto y asombroso. Por lo que aprovecho para animar a los entendidos en la materia a que se acerquen por estos lares para disfrutar de un sabor y una perspectiva increíbles. Ambos conceptos se aúnan para que el espíritu se sienta de diferente forma.
Por la tarde, paseamos por las calles de Lutry, cenamos en un típico restaurante y, tras la cena, visitamos la ciudad de Lausanne, llena de parques y edificios notables, entre ellos el del Museo Olímpico.

 

Tengo que indicaros que el horario de las comidas es diferente al nuestro: se desayuna entre las siete y las ocho de la mañana, se almuerza a las doce en punto y se cena a las siete de la tarde.

 

Al día siguiente, por la mañana, Antonio nos guió entre los viñedos para hacer la marcha que ellos suelen realizar a diario, tras la comida. Hicimos un recorrido de unos cinco kilómetros, empapándonos del buen hacer suizo, por las orillas anteriormente citadas. Lo más curioso de nuestra marcha lo conformaron los llamados capites, que son ‘petites bâtiments isolés destinés à l’exploitation de la vigne’. En ellos, se encuentran dos apartados típicos. Uno, pequeño, puede guardar dentro de él una botella de vino que te regala el dueño. Y otro, más grande, tiene una serie de botellas de los diferentes vinos que se cultivan en dicho viñedo. Puedes escoger la botella o las botellas que te apetezcan y abonar su importe en una caja adjunta. No hay nadie para controlarte.

En Suiza esta norma está aceptada y respetada por todos sus habitantes. A nosotros nos asombró este uso. Y lo comprobamos cuando, por la tarde, fuimos al castillo de Chillón. Nos preguntaron por nuestra edad, para darnos unas entradas más baratas; se la dijimos y no nos pidieron ningún documento que confirmase nuestro aserto.

 

 

Tras el paseo matutino, Angèle nos estaba esperando con una comida casera típica y exquisita. Después de la comida, nos fuimos a ver el ya citado castillo de Chillon, en donde Tony actuó como una magnífica guía, leyéndonos los comentarios en español que había recogido a la entrada. Seguimos prudentemente sus pasos, por aquello de que la curiosidad es síntoma de inteligencia. Y nosotros no queríamos parecer torpes.

La visita del castillo mereció la pena, incluso para Antonio, porque no lo había visto por completo; pues cuando lo visitó (hace unos veinte años) no estaban abiertas al público todas sus salas. (Antonio recuerda con especial interés el sótano-mazmorra en donde permaneció encadenado el gran poeta romántico inglés Lord Byron, quien, en la columna en la que estuvo encadenado, él mismo cinceló su nombre…).
Al día siguiente, camino del aeropuerto, nos pasamos por la Universidad de Lausanne, para ver el lugar de trabajo del catedrático de Lengua española y Literatura, don Antonio Lara Pozuelo. Pues también nos llevamos otra enorme sorpresa, porque el edificio universitario y su entorno tienen una estructura original, buscando el sentido práctico de su uso y la belleza estética del paisaje.

Pero lo más significativo no ha sido este enorme descubrimiento del entorno del lago Léman. No tengo más remedio que decir que estamos llenos de alegría porque nuestros amigos nos han mimado como hermanos. Estamos boquiabiertos y eternamente agradecidos.

 

Nota: El bello paisaje del Lavaux acaba de pasar a ser Patrimonio Mundial de la Unesco.

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