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09-12-06.
Existen dos medios fundamentales para la manipulación de la actitud humana: la imagen y el lenguaje. En el desarrollo de la imagen intervienen el gesto, el color, el diseño, la ornamentación… entre otros. Piénsese en el distinto significado del rostro, pintado o no; en la vestimenta, de uno y otro estilo; en el porte personal, elegante o vulgar… Son insinuaciones que transmiten una forma de pensar o de entender la vida: mi bandera la levanto, tu camiseta deportiva es llamativa, su uniforme es elegante… Sin embargo, el medio más poderoso es el lenguaje intencionado del manipulador, que se mete en el cerebro del oyente para convencerlo.
A la hora de manipular al ciudadano, tanto el dictador como el demócrata utilizan ambos procedimientos. Pero el más influyente es, sin duda, el lenguaje, que nos permite compartir la verdad; aunque también nos deja matizarla progresivamente hasta conseguir su falsa versión. He aquí el tema: una vez conocidos y manejados hábilmente esos recursos que permiten trastrocar los hechos, cualquiera puede convencernos de “su verdad”, si no conocemos la manipulación lingüística usada. Y esto suele ocurrir entre las personas cuya formación humanística es mínima; o que piensan que el interlocutor es “buena gente” que no va a engañarlo nunca. De ahí que algunos políticos estén convencidos de que la formación escolar de los alumnos debe ser discreta, para que no puedan discernir entre lo mejor y lo peor de los acontecimientos. Naturalmente, esconden esta intención diciendo que todos los alumnos deben desarrollar su capacidad cognoscitiva, sin ánimo insolidario. José Stalin afirmó lo siguiente: «De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario». Y eso es lo que ocurre cuando se quiere manipular a la opinión pública.
En tiempos de la dictadura franquista, la falta de libertad se tapaba con la eficacia económica, especialmente a partir de los años sesenta. El pueblo se sentía mejor, económicamente, y se despreocupaba de otros aspectos ideológicos indeseados. Hoy, en nuestra democracia, se nos ofrece la libertad de hablar con todas las civilizaciones e, incluso, con los terroristas, para entendernos y conseguir la paz. Por tanto, eficacia y libertad son dos trucos mágicos que utilizan los manipuladores de la opinión pública.
Según la perspectiva ideológica del manipulador, en su discurso, los mismos términos pueden tener un significado positivo o negativo. Autonomía es un concepto bueno, si supone la adquisición de poder; pero es malo, si ese poder que se consigue es escaso. Censura es un concepto bueno si se entiende que se realiza por el bien de los demás; pero es malo si significa una falta de respeto a la opinión discrepante del opuesto al sistema. Democracia es bueno si es el pueblo quien tiene el poder; pero es malo si los que gobiernan son los políticos que no respetan la opinión popular, o la manipulan. Independencia es bueno si mi necesidad nacionalista se siente satisfecha con ella; pero es malo si «pretendes separarte del conjunto nacional». En este sentido, el manipulador utilizará siempre los términos que considere positivos para el receptor, con el fin de seducirlo.
Cuando pensamos, siempre partimos de un planteamiento doble: amar frente a odiar, blanco frente a negro, grande frente a pequeño, independencia frente a autonomía… O sea, que debemos tener dos referencias siempre: una positiva y otra negativa, para tomar la decisión adecuada en el momento oportuno. Lo malo es catalogar el concepto positivo y, su contrario, el negativo. Lo que para uno es positivo (por ser del Barça) es negativo para otro (que es del Madrid). Y viceversa. Ahí es donde actúa el manipulador: algunos principios no son fijos, sino movibles. Y él procura adaptarlos a su necesidad.
En esto falla, últimamente, el proceso formativo, tanto en los padres como en los educadores: que no enseñan el valor positivo y negativo de los conceptos, procedimientos y actitudes; y se limitan a comprobar si los jovencitos saben que dos y dos son cuatro. (Por eso, el próximo curso se amplía el número de clases de Matemáticas, y se reduce el de Lengua española y Literatura). Solución: los padres y los educadores deben comunicar los valores positivos y negativos de los conceptos, para que sus hijos y los alumnos puedan decidir qué opción tomar en un momento determinado, con criterio propio.
Llevado por este talante, el manipulador utiliza unos razonamientos llenos de falsedad en las referencias técnicas y de sentimentalismo en las valoraciones subjetivas, con el fin de convencer al receptor.
Otra forma es la de repetir una vez y otra, a través de los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al fondo de los problemas. Este bombardeo diario configura la opinión pública, porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan. Aún nos dura la discrepancia política sobre el 11-M: «¡Queremos saber la verdad!», decían unos; y ahora lo dicen los otros.
El manipulador utiliza la cantidad frente a la calidad. Y esto se observa normalmente en las encuestas que realizan sobre circunstancias y comportamientos puntuales, ya sobre medios de comunicación, ya sobre actitudes y procedimientos políticos. La opinión de un entendido en la materia cuenta exactamente igual que la de un normal opinante. Así, el manipulador se siente confirmado por la opinión que él se ha encargado de preparar y, posteriormente, seleccionar. Y utiliza sus medios de comunicación para confirmar la “objetividad” de su encuesta.