06-11-06.
Me habéis llenado el correo, el teléfono, las manos y el corazón de mensajes de ánimo, de aliento y de ilusión. Amigos lejanos, con los que sólo he cruzado a veces unas palabras o un saludo, me han llamado para decirme que hay que seguir adelante, que no podemos abandonar una tarea que tanto ha costado poner en marcha y en la que hemos depositado tantos sueños. Muchas gracias. Ha sido como cuando la casa se llena por sorpresa de personas que te vienen a ver y estar contigo, porque saben que no te encuentras bien. Y a uno le gustaría acertar con las palabras exactas para agradecer tanto afecto y tantas atenciones; pero se encoge el corazón y las palabras se niegan a salir y, entonces, te conformas con mirar a los ojos uno a uno y a abrazarlos, sin prisas, para que, en silencio, hablen el corazón y el sentimiento. Y casi siempre se echa de menos a alguna persona muy querida a la que uno siempre estaría dispuesto a perdonar.
A veces los mayores nos herimos sin querer porque andamos a empujones y mordiscos en esta selva inhumana que es la vida. Y nos parece que disculparnos por nuestros errores puede acarrearnos el desprestigio o la falta de respeto de los demás. A mí me gustaría ser como esos niños de cuatro o cinco años a los que mi mujer enseña las primeras letras. Me cuenta que, después de una pelea en la que los dos acaban llorando y con algún botón de menos en la camisa, se quejan desconsoladamente a la maestra; pero enseguida continúan jugando al fútbol, secándose las lágrimas y limpiándose la nariz. Basta que alguien marque un gol para que todo se olvide, se abracen, se echen la mano por el hombro y vuelvan a sonreír y a ser los más amigos del mundo.
Por eso creo que, tras la lluvia de goles y mensajes que he celebrado durante estas semanas, debo deciros que todo está olvidado, que no hay resentimiento por mi parte y que quiero ser yo el primero en dar un paso adelante para recuperar la armonía y el buen clima en nuestra Asociación. Si por algo estoy triste es por haber podido molestar involuntariamente a un compañero que me ha llamado en varias ocasiones para manifestarme su admiración y su cariño. Creo que la uniformidad es la causa del aburrimiento, y que el entusiasmo y las más bellas ilusiones nacen de la discrepancia y el contraste. «Sólo amo a las personas que me contradicen», dijo el filósofo; pero dentro de la educación y del respeto, me atrevo a añadir.
Se cuenta que el apoderado de un torerillo, cuando éste pisaba una plaza por primera vez, ponía en el tendido más exigente, camuflado entre el respetable, a un a un amigo del torero encargado de lanzar un silbido en los momentos en que decaía el interés por la faena. Al oír el silbido, el torerillo se volvía hacia la grada, abría los brazos y preguntaba:
—¿Aónde está er mirlo?
Y la ovación estaba asegurada. Sin pretenderlo, algo así ha sucedido entre nosotros. Por todo ello, muchas gracias al mirlo y gracias mil a la afición. Y en cuanto a mí, disculpadme por la “espantá” y por no encontrar las palabras exactas que me hubiera gustado decir a cada uno.
Barcelona, 4 de noviembre de 2006.
Comentarios
Dionisio, me alegra tenerte de nuevo entre nosotros. Habrías dejado un hueco defícil de llenar.
Un abrazo.
Paco Fernández.
Un abrazo.
Paco Fernández.