La frontera

El día 26 de noviembre de 2005, en uno de mis viajes a Tetuán con motivo de la presentación de Al son de una casida en el Parlamento del antiguo Protectorado Español –actualmente Salón de plenos del Ayuntamiento‑, uno de mis acompañantes, actor de la Comedia del Arte, recordaba la esplendorosa civilización de Al Ándalus mientras recorríamos la Medina en la mágica hora del atardecer.
‑Creo que la clave del retroceso de esta gente –decía‑ está en la mentalidad colectiva y estructura social que el fanatismo islámico ha generado durante siglos.
‑A veces el poder de unos impide el desarrollo de otros –contesté‑. El fanatismo religioso no es la causa principal del retroceso en el Islam. Todas las religiones tienen sectores fundamentalistas que los acontecimientos históricos han conseguido superar. Nuestra Santa Inquisición duró hasta el siglo XIX. ¿Cómo calificar aquel fenómeno religioso?

No intento justificar nada, pero cuando viajo a Marruecos, evoco mi infancia, incluso imagino la de mis inmediatos antepasados… ¿No éramos nosotros así? ¿Se nos ha olvidado el sistema de monarquía absolutista que tuvimos hasta el final del siglo XIX? ¿Y el sistema feudal o caciquil? ¿Cuántos analfabetos había en España a principios del siglo XX?

 

 

Delacroix, cuando en diciembre de 1831, después de regresar a París, a su vuelta de Marruecos y Argel, pasando por Sevilla y Cádiz, comentó: He hallado en España todo lo que había dejado entre los moros. Nada ha cambiado, salvo la religión; el fanatismo por lo demás es el mismo.
Pero España estaba en Europa y las ideas de la Ilustración llegaron y, aunque muy lentamente, la democracia se fue consolidando hasta arraigarse definitivamente.
Tampoco debemos olvidar el auge militar de Occidente en el siglo XV, que aniquiló el incipiente Renacimiento islámico con la Reconquista cristiana de Al Ándalus y la posterior derrota turca en Centro Europa. O el colonialismo en los siglos XIX y XX, que impidió en los países islámicos, igual que en todos los del tercer mundo, el desarrollo de una clase social poderosa cultural y económicamente, favoreciendo la estructura pseudofeudal que convenía a los colonizadores.
Como fruto de las situaciones anteriores, se produce la concentración de capitales en una minoría oligárquica sin mentalidad inversora y, en consecuencia, las diferencias sociales y económicas que sumergen a los pueblos en el retroceso, el estancamiento y la miseria.
Vivimos momentos difíciles: Oriente Medio, Irán, Irak… En general, un creciente rechazo de los países islámicos a todo lo que “huele” al Occidente que los colonizó y al nuevo imperialismo norteamericano que impone su ley en función de sus intereses económicos con la excusa de la democracia y la libertad.
Un poco más al sur de Marruecos, el drama se multiplica hasta convertirse en interminables tragedias (diez mil personas están en lista de espera en Nairobi para conseguir una patera). Nuestra única respuesta como miembro de la Unión Europea es ayudar a Mauritania a construir en su territorio albergues para inmigrantes y vigilar su costa con patrulleras. La inversión productiva en los países de origen de los inmigrantes es demasiado costosa. Así que una vez más –da igual el color del gobierno‑ el problema continúa avanzando como una epidemia que nos acabará devorando.
El agradable paseo con mis amigos finalizó, aunque hubo tiempo de seguir contrastando nuestros puntos de vista. A la vuelta, el exotismo maravilloso que vivimos durante tres días, dio un giro de 360º. Fui detenido en la frontera marroquí próxima a Ceuta. En el mismo día, de príncipe pasé a mendigo, de persona honorable a delincuente. Dos horas y media duró aquella interminable situación hasta que nuestro eficaz coordinador de la comisión Interreg del Ateneo de Málaga –Juan José Ponce‑ consiguió la orden de un ministro del gobierno de Rabat para que me pusieran en libertad.
Confundido con un traficante de coches, aún saboreaba los honores recibidos, unas horas antes, del mundo cultural e institucional de la ciudad de Tetuán. Me recibieron en el despacho del Vicepresidente de la Comunidad Urbana. Luego, me pasaron al solemne despacho del Wali, repleto de banderas y retratos de Mohamed VI, símbolos de la autoridad real. Por último, mi libro era presentado en el emblemático hemiciclo del parlamento del Protectorado Español.
Entre inexplicables acusaciones, intentaba encontrar sentido a mi desinteresada colaboración con un país que ahora me reconocía el esfuerzo con la mejor escenificación del teatro del absurdo. En aquellas tristes dependencias, ante un supercomisario de aduanas con uniforme azul y chanclas playeras, rodeado de malas caras y prepotente verborrea, me pregunté las razones que me habían llevado a colaborar en Interreg…
¿Qué hacía yo en Annual, en plenas montañas del Rif, a 43º a la sombra y el coche averiado en pleno mes de agosto? ¿Por qué tuve que sufrir el acoso de un grupo de jóvenes en mitad de un pueblo inhóspito, perdido en el mapa? ¿Qué se me había perdido en el monte Gurugú, refugio de subsaharianos? ¿Por qué escribí Al son de una casida?
Sin embargo, también aparecieron en mis pensamientos los buenos amigos que hice: Hassan Metaich, Abdel Alí, Fatima Zhora, Naima Ilhami… Las bodas a las que fui invitado, el magnífico acto de la presentación de la carpeta de arte, los aplausos del público que llenaba el teatro para ver nuestra Comedia del Arte en el Festival Internacional de Teatro de Tetuán…

Todo esto y más –pensé‑ es suficiente para dedicar mi tiempo libre a trabajar por la cooperación cultural entre nuestros pueblos. Y para volver cuando haga falta a un país donde la gente, a pesar de todo, prodiga afecto y hospitalidad.

 

En espera de los resultados de la investigación sobre mi aventura en la frontera, razones del retraso del viaje a Marruecos que organizaremos con todas las garantías, sigo con el ánimo bien alto para continuar en este apasionante proyecto de cooperación. Tan alto como el vuelo en helicóptero que hice sobre un mar de color azul intenso a mi vuelta a Málaga. En Marruecos el color azul simboliza el amor; para mí, la libertad. Las gaviotas, a mucha menos altura, parecían saludarme intuyendo mis emociones. Ellas no tienen fronteras, sólo son testigo del drama que se vive en cada una de ellas.
Málaga, 25 de marzo de 2006.
 
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Publicado en: 2006-03-25 (62 Lecturas).
 

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