El obispo, Zapatero y el estatuto

Como siempre, leerte, amigo Dionisio, es una gozada. Describes de maravilla las situaciones vividas en nuestro común pasado. Precisamente tu último artículo me ha traído a la memoria uno de los actos que yo más desdeñaba. Nunca me gustó el boato, tanta solemnidad, tanto personalismo, tanta veneración… Además, aquel obispo, cuyo nombre me enseñaron a decir desde tempranísima edad, no me caía bien. Tenía aspecto de vivir como un rey y yo no entendía bien, nunca lo entendí, cómo el evangelio de los pobres ‑creo que no hay otro para los ricos‑ armonizaba con tanta majestuosidad. De una de sus paternalistas pláticas recuerdo una frase que me impactó: “Quien ve al obispo es como si viera al Papa y ver al Papa es como ver a Dios, luego vosotros estáis viendo a Dios a través de mi persona”. O sea que el camino de la visión celestial pasaba por su Ilustrísima. Tenía yo doce o trece años y me sentía sobrecogido ante tanta sencillez emanada de tan altísimo rango. ¡Qué mitra! ¡Qué báculo! ¡Qué anillo! ¡Qué vestuario! Yo no sé si a través de toda esa parafernalia se llegaba a Dios. Al Jesús del Sermón de la Montaña, no. Eso pensaba yo en mis cortas y adolescentes luces.

Ahora, todo es diferente. Creo que los obispos visitan los colegios religiosos sin tanto simbolismo, incluso hacen lo que hizo Zapatero: sentarse a la altura de los alumnos y conversar en libertad, al nivel de los interlocutores y no al revés.
Todos los días 6 de diciembre, día de la Constitución, organizo cada año un juego de simulación en el que mi alumnado se agrupa en pequeños equipos para proponer normas, que debaten en asamblea y se votan. Negocian, se ponen o no de acuerdo sobre determinados artículos redactados por ellos mismos… Los temas elegidos están relacionados con sus intereses de preadolescentes (5.º y 6.º de Primaria): medio ambiente, organización del comedor, recreos… En fin, todo un simulacro de funcionamiento parlamentario. Una vez finalizado, les digo: todo esto es un juego para que aprendáis a tomar decisiones democráticas, pero la democracia es algo más profundo, es aprender a convivir en desacuerdo, a respetar las reglas del juego aceptando las propuestas de los demás, nunca imponiendo las propias si no es por mayoría… Da igual en el grupo humano al que se pertenezca: familia, clase, amigos… la democracia se vive, se practica todos los días, es una concepción de la vida, no sólo de la política.
Querido Dionisio: me tranquiliza el resultado de la encuesta de la Generalitat. A la gran mayoría de los españoles y, sobre todo, de los catalanes, no les interesa el Estatuto. ¡Menos mal! Yo creía que España estaba crispada con lo que se está largando. O será que, como ya ha salido bien, interesa menos. Desde luego a mí sí que me interesa. Y mucho. Me interesa y me preocupa. Tengo familia en Barcelona. Mi hijo dirige varios proyectos de calidad en hospitales de las cuatro provincias catalanas. Algunos amigos ejercen la docencia en esta comunidad con vocación de nación, según la mayoría de los representantes elegidos democráticamente. ¡Y qué! Si tienen vocación y a mí no me gusta que la tengan ¿cómo se resuelve? ¿Diciendo que no es constitucional? ¿Puede la Constitución prohibir los sentimientos? ¡Claro que no! Lo que sí puede y debe es limitar el nuevo estatus político para que la unidad de España no se rompa y la solidaridad sea un hecho. Solidaridad racional porque Cataluña aporta más que los demás al Estado y, en justicia, también debe recibir compensación por su esfuerzo cotizador.
La complejidad del proceso, aún no finalizado, requiere que funcione la negociación, los acuerdos y por último, la mayoría parlamentaria, es decir, la democracia. ¿No es eso lo que dice la Constitución? Otra cosa es que haya algo inconstitucional. Pero quien debe decidir lo que es o no constitucional no es Rajoy, Zapatero, Carol o “Perico el de los palotes”, es decir, cualquier ciudadano por muy uniformado que vista. Hay un Tribunal Constitucional que tiene encomendado ese trabajo. Y tanto el artículo 2 como el 138 de nuestra Carta Magna garantizan el principio de la solidaridad efectiva “velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español”. Así que, yo, interesado y tranquilo, como seguramente lo estarás tú, querido Dionisio; y la mayoría de los españoles, catalanes incluidos. Lo demás es pura dramaturgia política en busca del voto perdido. Me refiero a los políticos, no a ti, que te aprecio y te admiro por tus éxitos con o sin estatuto.
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Publicado en: 2006-01-30 (61 Lecturas)

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