Por las rutas del sol, y 2

 

11-07-04.

Mis alumnos con los suspensos de Junio aumentaron. Ya saltaba yo las treinta mil pesetas. ¡Capitán General! Dormía en el colegio y hacía las comidas en el Gran Hotel. Fuera yo casi contento… Pero en la casa del pobre… Enseguida me llamó el Rector. Nada más entrar, bronca por haber andado esos mundos de Dios arrastrando el honor de la Safa… Malviviendo y hurtando como gitanos…

Hasta trémolos y gallos le hacía su voz argentina… Estaba muy alterado. Y yo dudaba si acercarme, darle unas palmadas en el cuello y serenarle diciéndole:

 

Padre Manuel, no se me ponga usted así, hombre. ¡Coño! Que le va a dar algo… Lo único que de veras hemos arrastrado por esas carreteras ha sido el hambre, la gazuza que nos mordía en el estómago. Días hubo que parecía que éramos todo hambre. Y también hemos arrastrado alegría y juventud imposibles… ¿A que usted nunca ha cantado para engañar el hambre?
Y por lo afanado, no haya usted dolor de conciencia… Que por unos catorce o quince paternóster y mil o mil doscientas pesetas a Cáritas, todo queda bien resarcido… ¡Ay, padre Manuel, si en vez de dedicarse ustedes, todos en camarilla, a hundirme, me escuchara usted… Y capitalizara mi capacidad de trabajo y entusiasmo… Y la facilidad de contagiarlos…!
¡Qué cursos de verano le montaba yo con los de Magisterio en El Palo o en el colegio de El Puerto! Idiomas en serio. A fondo. Hasta dar con las raíces y la cultura del pueblo que les decantó. Música como el último, el más apurado medio de la formación humana… Y conferencias de hombres sabios… De esas que cambian el pensamiento y echan la vida por caminos nuevos y deslumbrantes… Y entonces sí que no me importaría ese vergonzante salario simbólico… que a usted no le remuerde…
Y el reverendo Bermudo seguía extralimitado, despotricando contra mí. Yo, pendiente del reloj y las clases, no me inmutaba. Y esto creo que le enrabiaba más… Y como yo sabía que mi sentencia estaba rubricada, no le repliqué que se me echaba encima la hora de atender a mis doce “grecolatinos”… Muy respetuoso se lo expuse y me liberé de su catilinaria. Aplazamos la continuación para esa misma tarde.
Todo se redujo a hiperbolizar la dureza de mi actitud respecto a los jesuitas de la Comunidad. Mi independencia nada humilde y obsequiosa con el padre Prefecto… Y —no podía faltar— mi seducción sobre los chicos… Hechizo más bien —o mal de ojo— le corregí yo deslenguado y harto de la misma cantinela.
Mucha caña me dio. Pero yo no siempre le dejé irse de vacío… Estaría bueno oírle repetirme que era tanto y cuanto de buen educador. Pero que eso me ensoberbecía y me hacía inaguantable… ¡Cómo le iba a dejar irse de rositas sin decirle que mi prevalencia entre los chicos era cuestión de ritmo, entrega y salero… Y que en mis relaciones con ellos —los jesuitas— respondía al trato que me dispensaban. Y que así había que tomarme o dejarme. Y que si los papeles tuviéramos cambiados, también yo le diría a él algunas cositas… Por supuesto, con menos dureza…
…Me sentía confortado. No había sido un timorato acoquinado. Que a cada tarascada suya buenos colmillos le enseñaba yo…
(70 lecturas).

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