Rumbo incierto, y 2

 

02-06-04.

 

[…] Y gracias a estos manejos y regates de supervivencia, a mediados de octubre tuvimos el primer camping. Y conseguimos que aquel celoso administrador (“moyo, moyo, moyo…”), en lugar de agorgojadas legumbres… nos abonase el importe en pesetas. Pocas eran…, pero el gerente del comercio de la División, de ancestros hebraicos, ordeñaba las piedras… Y redondeando los precios, algo aportaba. Que con otras contribuciones, nos permitía además de huevos, torreznos, aceite, vino y arroz, sorprender el inicio de la comida con apetitosos platos de entremeses.

 

 

A pie, ritmo de marcha y cargados con el propio equipaje y picos, palas, hachas, sartenes y “peroles”… cruzábamos la ciudad formados, cantando, desafiando al tiempo.

Este minúsculo despliegue cómo me recordaba las legiones de César… Bien alta la bandera, flameando al viento, abría la marcha apuesto y arrogante nuestro “signifer”. Pertrechados todos con las herramientas precisas, tres filas de “milites sub sardinis” le seguían. Y cerrando, agobiados como acémilas con aquellas tiendas de la guerra, los “calones”.

En la marcha y montaje del campamento éramos ágiles y espartanos… Y ¡cómo cantaban bajo la lluvia!
Un poco a la buena ventura íbamos aquella tarde. Que el riesgo y la improvisación en asuntos como este aguzan el ingenio en recursos e iniciativas. A la altura de Torreperogil, ¡el Chaparral! Disponíamos de agua y leña para cocinar y el fuego de campamento. Y en el amanecer, un museo al vivo de paisajes nos sorprendió. Previo desfile marcial y varoniles canciones de alborada, oímos misa en Sabiote.
Fue un día nuevo, inolvidable. Convivencia, entusiasmo y alegría de vivir. Ni un enfado, rasguño o contusión. No se extravió ni una cuchara… Calados, cantando bajo la lluvia, cargados de bellotas dulces y de proyectos de nuevas acampadas, regresamos al colegio.
A este camping sucedieron otros… Todos cargados de alegría, aventura y compañerismo. Hubo lluvias, pajares y ratas… Nunca un contratiempo. Aquel día de febrero, lluvioso y frío, a cuantos le santiguamos bañándonos en el río Colorado, una copa de coñac en el desayuno nos templó el cuerpo y alegró el espíritu. Yo no perdía ocasión de enseñarles a leer en la Naturaleza.
Era el sexto curso de mi aventurada vida en la Safa. Iba por el segundo trienio. Mi nómina in statu quo seguía. Un poco más de trescientas pesetas me faltaban para llegar a los veinte duros al día… Y doliéndome mucho, volví a mis clases particulares. Me dolía restarles tiempo y atención a mis muchachos. Y me apenaba por quitarme a mí mismo horas de gozo por no verles crecer… Pero me urgía allegarme algún dinero para sortear con dignidad mi estancia en Madrid.
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