Leo atentamente las palabras de José del Moral, comentando los poemas que van llegando a nuestra página web. Dice que le parece muy «difícil espigar los versos más bonitos». ¡Qué delicia de expresión! Le imagino sentado en ese agradable “Rincón”, inundado por el estimulante aroma del café y rodeado de compañeros, hablando de sus cosas. El olor del café es amable y sosegado. Bajo su influencia las conversaciones son evocadoras, tranquilas y reflexivas. Pero los cafés son fruto de la civilización. Florecen en las grandes ciudades, porque allí es imposible hablar bajo la sombra acogedora de los árboles o disfrutando del sol, el aire y la naturaleza.
Yo prefiero los viejos patios andaluces, repletos de macetas y de flores, para hablar y reír en compañía de los amigos y tomarme un respiro en esa lucha salvaje que es la vida. A veces pienso que España necesitaría un inmenso patio andaluz, con fuentes y macetas, en donde todos nos reuniéramos para hablar tranquilamente de acuerdos y desacuerdos, bajo el influjo de las plantas, del agua y del silencio.
José del Moral espiga los poemas. Yo los comparo a los árboles de un bosque. Como en ellos, en cada uno imagino un símbolo, una alegoría. “Tus ojos” tiene la gracia y la sensibilidad del tilo o la palmera; “Anita”, el afecto y la ternura del naranjo o del álamo; “Existo”, el vigor y la fuerza del olivo o la encina; “Torrenciales uvas”, la abundancia del bosque. El olivo es también sinónimo de honradez y lealtad. Hace unos cuatro años, en un macetón, en la terraza de mi casa, planté un olivo. Los domingos por la mañana, salgo a regarlo, a estar con él y a contemplar cómo el sol acaricia sus hojas; a verlo crecer, a mirarlo tranquilo y a pensar a su lado en esa tierra prodigiosa en que nacimos y de la que, tan jóvenes, nos arrancaron a los dos.
Cuando en vuestros poemas leo el amargo “quejío” de Rafael Hinojosa, la historia de Anita, los preciosos versos de Pablo Utrera o la magnífica descripción de Manuel Jurado, pienso que estoy tan solo como el olivo de la terraza de mi casa. Entonces, acudo a la llamada de los versos para intentar ser parte de ese bosque, sencillamente, como una simple lavanda o un pequeño y modesto tomillo. Vuelo con la imaginación junto a vosotros para sentir mis raíces muy cerca de las vuestras y, en vuestros versos, respirar el aire de mi tierra. Y sueño con volver algún día y llevarme mi olivo conmigo y plantarlo en un campo de Úbeda, de Andújar o Mengíbar. Los domingos por la mañana, iré a visitarlo para ver cómo abre sus ramas y disfruta de la lluvia y del sol y no se siente solo y diferente, como cuando luchaba por sobrevivir, en medio del ruido y la polución, plantado en la terraza de una gran ciudad.
Sueño también con sentarme, alrededor de una mesa, a vuestro lado, en el patio admirable del Parador o en la casa de Tony y de Berzosa, que es un vivero de flores y bonsáis; y tomar unos vasos de vino con vosotros y hablar del pasado y del futuro. Y también sueño que toda España debería reunirse así, como nosotros, para olvidar las envidias, los odios y el desprecio; para descubrir, entre todos, esos puntos de encuentro que sirven para unir a las gentes de buena voluntad. Para reconocer que todos tenemos parte de responsabilidad en la crisis de valores que anega nuestra sociedad. Para evitar que esa falta de valores no sea la herencia que dejemos a las generaciones del mañana. Para soñar, finalmente, con una escuela pública de calidad; porque sin educación no hay dignidad, ni libertad, ni ilusión, ni esperanza en el futuro, ni orgullo, ni justicia, ni posibilidad de promoción social.
Pero sólo son simples sueños que me vienen a la imaginación, contemplando a mi olivo o leyendo vuestros bellísimos poemas.
Barcelona, 3 de febrero de 2007.