Trato genérico

Nota: Este artículo lo escribí en octubre de 2001 y se lo remití a la revista Andalucía Educativa para que lo publicara. Hasta hoy… Por eso lo edito en nuestra página web, para que tengáis referencias técnicas sobre cuál debe ser la expresión correcta frente a la horrible expresión feminista Violencia de género.
En las normas de publicación de Andalucía Educativa, en su n.º 25 de junio de 2001, punto 8, se lee: “En cualquier caso, todas las colaboraciones deberán ajustarse a las características propias de la sección de la revista a la que se dirige, observando un uso no sexista del lenguaje”. [Subrayado mío].

Para comienzo, tengo que decir que el lenguaje no tiene sexo, porque el chocho es de mujer, y tiene género masculino; mientras que la polla es cosa de hombre, y tiene género femenino. Yo soy hombre, y me podía sentir muy ofendido con tal denominación de mi adminículo más característico desde el punto de vista machista. No me atrevo a afirmar categóricamente que mi mujer piense lo mismo que yo. Pero creo que el argumento es tan razonable que no le importará aceptarlo como válido o, incluso, contundente.
Sin embargo, corroer los argumentos de los que han puesto su punto de vista político en la igualdad masculina-femenina —o mejor, por aquello de la educación— femenina-masculina, me va a costar un huevo; o un ovario a mi mujer, que me anima a este escrito. Ya empezamos. Y es que, tanto ovum como ovarium fueron términos neutros latinos que pasaron con significado masculino al castellano (in illo tempore; hoy debe decirse español). Nuestros antepasados se encontraron paulatinamente hecha su evolución fonética: sólo tuvieron que aprenderse que una cosa es el huevo y otra su conjunto, u ovario. Claro que yo he sido malvado y he utilizado la palabra huevo en tono machista. ¿Por qué?: porque hacer algo ‘por (h)uebos’ es hacerlo ‘por necesidad’; y el machismo ha introducido el significado ‘por cojones’, ‘por narices’, ‘porque me da la gana’, a esa expresión tan latina del opus est, ‘es necesario’.
¿Entonces los hombres no tenemos huevos? Parece ser que no: sólo espermatozoides. Así que ya hemos metido la pata. Los huevos son propios de las mujeres, que los contienen en sus ovarios. O de las hembras en general, sean o no racionales (aquí sí podría haber machismo, si yo dijera esta frase con doble intención; pero distingo entre mujeres y seres irracionales). Los hombres tenemos dos gónadas (femenino, ¡eh!) a las que normalmente se las llama testículos y, vulgarmente, cojones. O sea, que el machismo lingüístico parece que es un uso inculto de las palabras, cuando no se conoce su verdadera etimología.
Pero, ¿inculto quiere decir ‘mala educación’? No, por supuesto. Inculto puede ser un señor que no sabe latín o no se acuerda del que estudió. ¿Inculto es una ofensa? No: sencillamente quiere decir que no ha cultivado ese aspecto del saber, últimamente o nunca. Yo soy un inculto de la droga dura o de robar, porque nunca lo he hecho. Por tanto, hay inculturas positivas o beneficiosas; mientras que otras pueden ser muy inconvenientes. ¿Qué ocurre? Que el término incultura se ha quedado en su significado negativo, siempre. Así, negativo, nació el término machismo, ‘actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres’. Sin embargo, la mujer es más discreta y su feminismo o ‘movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres’, en absoluto es agresivo. Cuestión de significados o semántica, pero no de valores gramaticales. El género es cuestión gramatical, carente de valor semántico.
En esta línea, puedo añadir que una cosa es el grado superior de cualquier dedicación y otra muy diferente es la grada superior. ¿Hay machismo o sexismo en estos usos? Estoy seguro de que no. Simplemente, especialización. ¿Qué parecería si a nuestra hipotética presidenta la nombrásemos como la más Alta Carga de la Junta de Andalucía? De risa.
Las/os políticas/os han confundido el género gramatical con el sexo sexual (permitidme el evidente pleonasmo). Si yo miro a una mesa e intento descubrir su sexo, seguro que me llevo un desengaño. Sin embargo, no puedo escribir *el mesa. Y es que la inmensa mayoría de las palabras que utilizamos son nombres no sexuados, a los que les hemos agregado un género gramatical. Mezclar sexo y género, cuando son conceptos que andan en distintas órbitas (la natural —el primero— y la gramatical —el segundo—), es una inculta confusión lingüística. De ahí que podamos utilizar el género masculino con valor extensivo, sin ánimo de erradicación; y, al mismo tiempo, el género femenino con valor intensivo, sin ánimo de aniquilación. Por eso nuestra lengua resulta más fluida, cuando decimos: Uno de los posibles autores es una mujer; frente a: Uno/a de los/as posibles autores/as es un hombre o una mujer. Por el contrario, el género femenino es siempre intensivo; porque si decimos: Una de las posibles autoras es…, entendemos que sólo se han presentado a esa autoría mujeres.
Sin embargo, me preocupa que esta cuestión no se acepte como evidente. Creo que la igualdad mujer~hombre es algo asumido. Llegar a estos extremos lingüísticos del “uso no sexista del lenguaje” es pasarse de la raya naturalmente gramatical.
 
José María Berzosa Sánchez
Catedrático de Lengua Castellana y Literatura
IES “Juan López Morillas”
Jódar (Jaén)
 

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