Vicisitudes de la vejez, 35

¡Qué nítidos tengo aquellos recuerdos de antaño y cuánto dudo y olvido los más recientes! Dicen los expertos que eso es producto de la vejez en la que se agrandan y afianzan los recuerdos antiguos, mientras los nuevos apenas se asientan en mi volátil memoria.
Recuerdo aquel gato que le gustaba comerse los culos de los pepinos (el resto no) y cuando nos lo poníamos de pequeñas, en verano, pegados en la frente, para refrescarnos y sentir un gustirrinín o sensación especial. También rememoro al gato que tuvimos cuando yo era pequeña y que lo encerraban en la cantina de la casa, pero que terminaba escapándose siempre, apareciendo, al día siguiente, en la cámara (la habitación más alta de la casa que pegaba con los tejados donde se guardaba el grano u otros utensilios de escaso uso, de labranza u obsoletos); adonde -por cierto- nos encantaba subir para jugar de pequeñas y sentirnos princesas u otros personajes de los cuentos de hadas, estando en un ambiente tan idílico y diferente del resto de la casa…

Continuar leyendo «Vicisitudes de la vejez, 35»