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(Este artículo tiene 20 años. Parece mentira que siga tan actual hoy día)
En el periódico Ideal digital del 17 de agosto he leído un artículo cuyo titular y subtitular, respectivamente, dicen:
Internet arrincona la disciplina y el lenguaje en las aulas
Los docentes critican que los TIC no se utilizan para el fomento de los valores básicos. Piensan que perderán el control de la clase
El artículo en cuestión intenta exponer algunas de las ventajas e inconvenientes de la enseñanza en los centros TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) que la Junta de Andalucía está implantando de forma progresiva en nuestra Comunidad Autónoma. Sin embargo, el énfasis se pone, precisamente, en las consecuencias negativas que los entrevistados presuponen, sin conocer los resultados de su experimentación: deja de lado el «estudio del lenguaje, el vocabulario y no presta atención a los valores mínimos de la disciplina» ‑dice un profesor de Lengua y Literatura.
Desde la perspectiva de Jefe de Estudios ‑mi centro es TIC desde hace dos cursos académicos‑ me eché a temblar cuando comprobé que la mayoría del profesorado no tenía conocimientos básicos de informática. Aunque, en sus casas, los hijos manejan la herramienta con habilidad, ellos y ellas, cincuentones casi todos, temían, como yo, la incorporación de tan inhabitual forma de aprendizaje en el aula. ¿Qué pasaría con el trabajo en equipo? ¿Cómo solucionar los problemas técnicos? ¿Cómo enseñar con estos nuevos materiales? ¿Qué hacer con los alumnos que no conocen el funcionamiento del ordenador? ¿Qué hago yo que sí lo conozco, pero necesito a mi hijo cada vez que tengo un problema?
Para quienes estén interesados en esta cuestión, voy a relatar, brevemente, mi experiencia personal y las conclusiones a las que llegué en el primer año de utilización del ordenador como recurso didáctico.
He de aclarar que, la Delegación de Educación de Málaga organizó unos cursos de perfeccionamiento en el Centro de Profesores de Málaga y en los propios centros, que nos fueron de gran utilidad, no sólo por el progreso técnico que supuso para muchos docentes el manejo del ordenador, sino por la mentalización positiva que se nos transmitió en cuanto a las posibilidades didácticas que poco a poco descubríamos.
Convencido de que los principios pedagógicos en los que fundamentaba mis proyectos continuarían inspirando las acciones educativas, pronto comprobé el cambio radical que se producía en mi aula con la nueva herramienta. Mi evolución profesional me ayudaba a no tener miedo a las innovaciones, pero ésta era tecnológica y ese mundo correspondía a las generaciones posteriores a la mía. ¡Casi nada para los docentes procedentes de la escuela enciclopedista!
No había tiempo para la duda. El debate en los claustros era estéril; así que tomé la decisión de experimentar el novedoso instrumento didáctico, planificando una primera sesión de hora y media, en la que solucioné dificultades elementales y pedí ayuda a los más aventajados. Un cuadro cronológico de las etapas de la Historia, ilustrado con imágenes y explicaciones propias, fue el primer producto. Sólo era el principio. Un nuevo estilo pedagógico que, sin embargo, debía mantener los valores que habíamos conseguido en nuestro proyecto curricular, especialmente la cooperación, implantada definitivamente en nuestras estrategias metodológicas. El trabajo en equipo continuó, aunque cambió de orientación: ahora, los equipos los formaban dos personas, que a la vez conjuntaban su experiencia con otras dos de acuerdo a las pautas marcadas. La ayuda de los más expertos es muy efectiva para los menos hábiles, incluso para mí ‑incluido en los segundos‑.
La disciplina, demandada por la propia actividad, se reforzó por sí misma. (A veces me asombra tanto silencio cuando están accediendo a las fuentes de información de las diferentes páginas web, algunas indicadas en los libros de texto). El lenguaje escrito mejora gracias a los programas de auto corrección. El oral se enriquece en las puestas en común, al tener que utilizar un nuevo vocabulario propio del tratamiento de la información. La cooperación es continua, tanto en la búsqueda de información como en la elección de formatos y desarrollo del trabajo. El alumnado con necesidades educativas específicas mejora el rendimiento, la autonomía y la socialización si se les agrupa adecuadamente, con el apoyo correspondiente. Los más capaces sienten satisfacción personal al conseguir que un compañero desarrolle una determinada competencia gracias a su ayuda (en Matemáticas es muy eficaz, como aprendizaje horizontal).
Mis primeros miedos eran infundados: todos manejan el ordenador con más soltura que yo; y, quienes muestran menor dominio de la técnica, rápidamente aprenden con las indicaciones de los propios compañeros.
Se equivoca quien supone a los alumnos pegados a la pantalla toda la jornada escolar. Ni mucho menos. La utilizamos ‑sobre todo, en el área de Conocimiento del Medio‑ en dos de las cinco fases del proceso de cualquier unidad didáctica: planteamiento del tema, recogida selectiva de información, técnicas de trabajo, exposición oral y evaluación crítica. También en Lengua Castellana, en Matemáticas y en otras áreas del conocimiento, como complemento a la pizarra, que sigue siendo nuestro inseparable aliado.
Hacer las cosas bien ‑de acuerdo con los nuevos códigos de comunicación‑, memorizar comprensivamente los contenidos básicos, compartir el ratón y el teclado, consensuar las técnicas, preparar la puesta en común… ¡es esfuerzo!; aunque sea más placentero que el puro academicismo de la época del lápiz y papel. Si bien no es la panacea, ni el método excluyente, es un recurso nuevo y útil, sin el cual la formación de nuestro alumnado sería gravemente deficitaria desde el punto de vista de su futura incorporación al mundo informatizado en el que vivimos. Lo exigen los nuevos tiempos de la globalización y de la sociedad del conocimiento. Y la Administración debe invertir, inexcusablemente, en el perfeccionamiento del profesorado ‑deber incumplido, cuando se aplicó la Logse‑.
En mi centro plurilingüe y TIC (un ordenador por cada dos alumnos y un profesor coordinador con seis horas libres de docencia para solucionar los problemas técnicos), el esfuerzo, que el claustro hace por perfeccionarse a través de los cursos del CEP y en los grupos de trabajo existentes, es el mejor síntoma de la nueva y esperanzadora etapa, en la que la plantilla se rejuvenece por jubilaciones ‑lo que favorece la incorporación de profesionales jóvenes, mejor preparados en el uso de las nuevas tecnologías‑.
En mi largo camino de magisterio activo ‑cuarenta años‑, he aprendido que las teorías quedan en simples intenciones si no las convertimos en planes de acción, de acuerdo con los principios que defendemos. También, que el profesorado, en general, es reaccionario a los cambios, quizás porque, previamente, las administraciones educativas obviaron la formación inicial y permanente que requieren.
A todos ‑pero en especial a quienes se oponen, a priori, a cualquier innovación‑ les sugiero que dejen de mirar hacia atrás, para estar a la altura del nuevo reto, en el que la enseñanza cuantitativa de contenidos deja su sitio al aprendizaje de las competencias. La escuela necesita entrega y entusiasmo. Los docentes no podemos permitirnos el desánimo en los tiempos cambiantes en que vivimos. Hay que renovar técnicas de trabajo para quienes tienen dificultades de aprender, por su limitada capacidad o por la persistente desmotivación. Hay que preparar a todos para la sociedad en la que les tocó vivir: una sociedad informatizada, que avanza a un ritmo que no podemos controlar.