Cuitado andaba aquel curso el inefable padre Navarrete porque, a su leal saber y entender, sus alumnos de Magisterio andaban cortos en las Ciencias Exactas y Físicas. Demasiadas Letras, que al fin y a la postre poco dinero dejaban a la menguada paga de sus maestros, obligados por necesidad a completarlas con clases particulares. (Esa fue, aunque parezca mentira, la razón ùltima que me argumentó personalmente como Delegado de Curso que era a la sazón. Al igual que la asistencia obligatoria al ensayo de canciones los domingos por la mañana, medida sin precedentes para los alumnos de 8.º porque, según él, nuestra ausencia ‑eramos sólo 16‑ se notaba en la masa de 350 alumnos).
Así, espoleado por el ínclito don Diego, ni corto ni perezoso cambió el Plan de Estudios del padre Aldama, aquel que tanta fama había dado al Seminario de Maestros que fundara el padre Villoslada y nos encasquetó Física y Matemáticas de Bachillerato Superior en 6.º y 7.º de Magisterio. De nada valieron súplicas, ni dádivas, ni la devotio ibérica de algunos de los más aventajados. Contra viento y marea, inspirado por el Espíritu Santo y espoleado, como he dicho, por don Diego, las incluyó en el currículum, aunque entonces no se decía así, y a sufrir tocan clases magistrales y miedos de que tanto disfrutaban ambos personajes.
Se acabó aquello de… “el 7.º descansó”, y a sudar aquella jerga incomprensible de diferenciales, símbolos y demás zarandajas que nos sabían a chino y que, gracias a Dios, sólo entendía Sánchez Cabezas, de privilegiado coco para la abstracción. Los demás, prácticamente todos, a chupar rueda y a aprenderlas de memoria, esperando un milagro para final de curso.
Así fue: inesperadamente nos vino del cielo y de la mano de don Jesús aquella ayuda que nos permitió pasar el mar, como dicen las crónicas, a pie enjuto. Así se lo he leído a don Jesús y así lo completo.
El examen se estaba realizando en el Salón de Estudios, local amplio donde nos diseminaba don Diego para no poder copiar unos de otros; incluso improvisaba una torreta con mesa de profesor y silla encima para otear a los mas rápidos en la copia…; pero siempre se atrasaba y el resto de los alumnos que tenían que usar el salón, donde estaban sus pertenencias, tenían que esperar fuera largo rato… don Jesús escribe en La vida en un columpio que ya le había reiterado su ruego, pero él se hacia el sordo, por lo que aquella feliz mañana del mes de junio estalló la tormenta, aunque para nosotros brilló el sol…
‑Esperen… esperen…, ‑decía don Diego con voz autoritaria y amenazadora…
Aumentaba el griterío, ayudado por el anonimato del cristal traslúcido… De pronto, la voz salvadora (que nos evocaba la frase salvadora “¡Lázaro, levanta!”):
‑¡¡ENTREN!!
Aquello fue un río de estrépito y victoria. El esforzado Márquez, paisano y no muy bien avenido con don Diego, acaudillaba aquella masa ingente que le arrolló literalmente y puso en estampida al matemático, aunque era licenciado en Química, que fue a refugiarse al mismísimo despacho del padre Rector, quien convocó a ambos profesores en sesión de urgencia.
A la ocasión la pintan calva y allí nos tienes a todos copiando el examen de Sánchez Cabezas en los escasos minutos que estuvimos más solos que la una, hasta la llegada de Casiano, el administrativo, nombrado de urgencia por el padre Rector inspector-vigilante de aquel examen. Pero ya era tarde: la copia estaba hecha y Casiano se limitó a recoger el dichoso examen que nos salvó el verano y, quién sabe en aquellos tiempos, hasta la mismísima carrera. Aunque, desgraciadamente para don Jesús, fue la gota que colmó el vaso de su expulsión del Centro de Úbeda.
(Este artículo fue publicado en 2006. No obstante, hace algunas semanas se suscitó una polémica sobre la verosimilitud de estos hechos, por lo que que parece oportuno refrescar la memoria de la mano de uno de sus actores.)