Érase un extraño país…

En donde los diputados, senadores y mandatarios se pusieron el sueldo mínimo mensual estipulado para el resto de los ciudadanos, con el fin de dar ejemplo de decencia y bien hacer.


Allí la gente era inteligente y creía a pies juntillas todo cuando estos servidores de la nación decían o hacían, pues habían sido elegidos de entre los más sabios y ejemplares de aquel añorado lugar.


Cualquier problema que se les presentase lo resolvían mediante fluido y abierto diálogo, y sin estar aferrados al sillón ni a ninguna ideología tóxica o maléfica. No tenían necesidad de retorcer argumentos ni inventar falsas noticias para que el pueblo llano los creyese. ¡Tenían una respetabilidad asombrosa!

Podíamos decir que ya eran santos, sin haber alcanzado la eternidad, puesto que no necesitaban fundar ministerios de la verdad, ya que la mentira y el revisionismo barato estaban erradicados de aquel territorio, siendo la pura y cristalina verdad la que circulaba y se expandía por todos los medios de comunicación públicos o privados…


En fin, era un extraño país de fábula, en el que todo el orbe terráqueo aspiraba a vivir, siendo el ejemplo a imitar por todo aquel pueblo que verdaderamente buscase la felicidad y el bienestar de sus ciudadanos, lejos de dictaduras -abiertas o soterradas- de una y otra colorida laya.


Seguro que ustedes, inteligentemente, ya habrán adivinado que no hablo de España, sino de un país imaginario, hipotético y utópico (que no distópico como el que padecemos); pues, me temo, que nunca llegaremos a conseguir ese estatus de perfección. ¡Ojalá me equivocase!


Sevilla, 4 de enero de 2022.
Fernando Sánchez Resa

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