Esto era una vez una ciudad andaluza, acogedora y maravillosa, que se conocía en el mundo entero. Allí vivían dos niños -cual dos soles-, en la zona de la Encarnación, bajo el parasol de las Setas, que se iluminaba más que las estrellas del firmamento todas las noches para hacerles lumínica competencia. Respondían a los nombres de Abel y Saúl; y eran tan guapos y simpáticos.