Por fin me encuentro en este impresionante patio de columnas marmóreas al que llaman Paraninfo. He venido a parar a un colegio de postín, afamado e importante de mi ciudad de nacimiento. Nunca hubiese imaginado de pequeño que yo me haría maestro.
Tenía buenas referencias infantiles y juveniles de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (Safa) gracias a alguna que otra visita hecha desde el colegio Santo Domingo Savio de Úbeda, no exenta de cierta rivalidad colegial (insuflada por diferentes competiciones deportivas a nivel local o provincial), con la perspectiva de disfrutar sus amplios y numerosos campos de deporte o de asistir a interesantes películas, en los talleres de abajo, algún que otro domingo o fiesta de guardar.
Aquí nos encontramos arremolinados un numeroso grupo de los nuevos estudiantes de magisterio del curso 1970-71 (y de otros cursos). Venimos mayoritariamente de distintos puntos de Andalucía y de diferentes y variopintos colegios o institutos, incluso alguno que otro rebotado de alguna universidad, buscando un seguro porvenir al pretender estudiar una carrera que tenga buen futuro; aunque a mi temprana edad todo eso se encuentre en nebulosa y sin saber bien lo que nos espera a todos estos compañeros de promoción que habremos de conocernos, sufrirnos y/o amarnos cuando el tiempo futuro (durante tres cursos) vaya marcando sus huellas en nuestras vidas. Llego de hacer el bachillerato superior, tras dos reválidas, en los Salesianos de Úbeda, con ocho años de disciplina más férrea que la que voy a experimentar en la Safa (según me cuentan), habiendo hecho parte de la primaria en el Colegio Santísima Trinidad (cuando allí se ubicaba Auxilio Social), hasta que mi madre tomó la acertada decisión de cambiarme de cole al yo referirle, entre otras muchas cosas, que veía correr los piojos como caballos por aquellas antiguas bancas pareadas de madera.
Soy uno de los más jóvenes de esta promoción, aunque todavía no lo sé a ciencia cierta. Y me encuentro un tanto nervioso y preocupado pues ninguno de mis amigos ha venido a estudiar a este magno centro educativo. Mi soledad sonora me hace recordar que hubiese querido irme a Granada, a estudiar Historia del Arte, que era lo que me atraía sobremanera, pero mis circunstancias familiares y personales, a pesar de tener beca, no me han permitido dar ese salto geográfico y económico tan diferente, puesto que mi hermano menor viene por detrás y el sueldo de mi padre -como empleado de Biedma- no está para demasiados dispendios en mi familia de cinco personas.
Espero que -pronto- encontraré nuevos y buenos compañeros y, sobre todo, amigos (incluso amigas), pues estoy esperanzado de que (seguramente) perdurarán a lo largo de mi vida laboral y quizás más allá. Y es que mi timidez e introversión congénitas me hacen más dudoso e incierto el tortuoso e incierto camino de mi futuro.
Posiblemente también encontraré nuevos profesores, incluso profesoras que hasta ahora no he tenido desde párvulos, para conseguir una formación más integral y humanista; y tendré la ocasión de poder amueblar mi mente -lo más adecuadamente posible- para llegar a ser un ciudadano crítico y no formar parte de cualquier redil estipulado.
Muchas preguntas me asaltan en este momento. ¿Seré capaz de salir a flote de este avatar que hoy se me viene encima? ¿Lograré alcanzar -con buenas notas- este primer curso de magisterio que se me presenta con 14 asignaturas, nada menos (y los siguientes)? ¿Encontraré el amor de mi vida en estas aulas? ¿Seré feliz con la profesión que voy a escoger? ¿Podré ser capaz de dar a mis futuros alumnos los rudimentos e improntas más importantes y necesarios para su formación académica y humana? ¿Seré buen ejemplo humano a seguir?
Estas y otras muchas preguntas me planteaba aquella fresca mañana de principios del curso 1970-71, entre el tráfago de gente que me rodeaba, en aquel lugar tan impresionante y cinematográfico, especialmente al visionarlo por primera vez; y que -luego- sería mi segunda casa, al ser externo, durante tres cursos (dos, especialmente; pues el tercero será de prácticas y aún no sé en qué centro escolar ni con qué maestros las haré).
Se me presenta un ancho e ignoto horizonte, con nuevas situaciones de crecer y aprender, con trepidantes retos, con nuevos y variados compañeros que quizás mejorarán o agravarán mi aguda timidez y mis miedos congénitos a lo nuevo y desconocido.
¡Albricias, tengo 16 años y un interesante período de mi juventud por vivir, he de aprovecharlo!
Sevilla, 14 de diciembre de 2020.
Fernando Sánchez Resa
Estupenda forma de expresar las vivencias de acceso a la nueva vida.
Muchas gracias, Enrique.
Un abrazo