Recuerdos de la SAFA – 28: La formación religiosa (I)
Medito.
Bueno, eso es lo que me han ordenado que haga.
Pero lo que realmente hago es dejar pasar el tiempo aquí sentado en un banco de la iglesia de la SAFA, de noche cerrada, con un frío penetrante. Nos han colocado en los bancos de siempre, pero dejando espacio entre nosotros, de modo que si normalmente nos sentábamos seis por banco, ahora estamos dos o tres. La iglesia está a oscuras, sólo están encendidas unas luces en la cabecera, apenas iluminando el crucificado. Dos velas titilan al pie de la imagen de la Virgen y otra está ante el sagrario. Nos han traído tras la cena, y nos han dejado en silencio.
De pronto, la voz del Hermano P. resuena a nuestras espaldas:
– “Pater noster qui est in caelis…”
Y seguimos todos:
– sanctificetur nomen tuum
adveniat regnum tuum
fiat voluntas tua
sicut in caelo et in terra.
Luego, las Avemarías, una tras otra, hasta diez de un tirón:
– “Ave Maria”
Seguimos nosotros:
– gratia plena, Dominus tecum.
benedicta tu in mulieribus,
et benedictus fructus ventris tui, Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei,
ora pro nobis peccatoribus,
nunc et semper,
et in hora mortis nostrae.
Y otro Padrenuestro, y otras diez Avemarías… Así hasta que nos daban permiso para levantarnos y marchar al dormitorio. Esto sucedía cada vez que había una conmemoración religiosa o era la Cuaresma o estábamos de ejercicios espirituales.
Y mañana, en ayunas, misa. Diaria.
Con los años, las costumbres fueron ablandándose, o al menos, así lo percibíamos. Quizás fuese porque pasábamos a cursos superiores, donde había más tolerancia, quizás fuese porque el ambiente disciplinario y religioso iba cambiando.
Pero el día a día, aún con los cambios propiciados a partir de 1968, no dejaba de ser un permanente ejercicio ignaciano: la misa seguía siendo diaria, aunque dejó de ser obligatoria cuando pasamos a la primera división, excepción hecha de los domingos y fiestas de guardar. Y, se me olvidaba, en ciertas fechas curiosas, como el cumpleaños del P. Rector, el día de San Ignacio de Loyola (que como era el 31 de julio, en vacaciones, lo anticipaban al 3 de diciembre, día de los Misioneros, en honor a S. Francisco Javier), o las festividades religiosas de todo tipo. Sin embargo, no teníamos celebraciones en días señalados por el régimen, como el día de la Falange (29 de octubre), el Día de los Caídos (20 de noviembre), el Día del Estudiante Caído (9 de febrero), el Día de la Victoria (1 de abril), Día del Pueblo Trabajador (19 de marzo) o el Día de la Independencia (2 de mayo)
La misa seguía siendo en latín, hasta que empezaron a aplicarse las nuevas normas del Concilio Vaticano II, que terminado en 1965, no vio aplicadas sus normas hasta algún tiempo después, y con evidentes resistencias entre la clerecía. Lo primero que vimos fue que el cura dejó de dar la misa de espaldas y se colocó cara a la feligresía. Y en el primer año de su segundo rectorado, en 1968, el propio P. Bermudo empezó a decir la misa en castellano, con un poco de revuelo por nuestra parte, porque tras tantos años de misa en latín, no sabíamos qué contestar.
-“Me acercaré al altar de Dios”
-“Del Dios que alegra mi juventud”
En honor a la verdad hay que decir que nos resultó más fácil aprendernos la nueva liturgia, que nos explicaban en clases intensivas de Religión, que el martirio de los latinajos que nunca llegamos a dominar. Al poco, ya sabíamos responder a todas las frases y jaculatorias, y además, las entendíamos.
En la misa había que comulgar, porque los tutores escrutaban quién lo hacía y quién no. Y había que pasar por el confesionario, un trago no siempre fácil de digerir, según quién estuviese dentro: en el confesionario donde estaba el P. Mendoza se formaba una larga cola, en el que estaba el P. Navarrete o el P. Baena el entorno parecía el Kalahari.
La misa, incluso la diaria, tenía partes cantadas, las más sencillas, pero los sábados y domingos eran solemnes, a coro completo, con D. Isaac a la dirección y D. Eduardo R. al órgano, algunas veces sustituido por un alumno de la primera división.
La oración, a veces simple jaculatoria, era permanente, en cualquier actividad, séase ésta la clase, la comida, o lo que fuera.
A las doce, justo tras el recreo, el Ángelus:
– “El ángel del Señor anunció a María”
– “Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”
– “Dios te salve María, llena eres de gracia…” etc. etc.
A última hora de la tarde, antes de la cena, el Santo Rosario. Esta práctica se fue perdiendo poco a poco en los años de Oficialía, y se abandonó del todo en Magisterio y Maestría. Lo que sí se mantuvo fue el rezo final del día, en la capilla pequeña del pasillo, que era un rato de meditación y un par de padrenuestros.
En el mes de Mayo, dedicado a la Virgen María, se disparaba el nivel de rezos: el Rosario de la Aurora bien temprano, enlazando jaculatorias, padrenuestros y avemarías en una lenta procesión por el colegio. Menos mal que los fríos ubetenses habían desaparecido en ese mes, pero aún así el biruji nos helaba las orejas a esas horas.
A última hora, la ofrenda y los cantos a la Virgen:
De nuevo aquí nos tienes,
purísima doncella,
más que la luna bella
postrados a tus pies….
Y lo más ignaciano, lo ya comentado más arriba: los ejercicios espirituales, de los que nos libramos los años en que estábamos en Magisterio y Maestría. No fue poco alivio. Ya hablaremos de esto…
Muestra de la acendrada religiosidad de los primeros años era la repetida apelación a la oración comunal para resolver problemas terrenales. Por ejemplo, no era raro que la economía de la SAFA estuviese en permanente precariedad: unas veces porque no se recibía una asignación, otras porque habían suspendido las subvenciones, otras porque el donativo de la piadosa señora no se hacía efectivo, etc. Lo cierto es que el Administrador decía: “Padre, no hay más dinero”, e inmediatamente saltaba la alarma: movilización general y exposición del Santísimo en su custodia. Rauda y veloz, la Plana Mayor del colegio reclutaba a todos los efectivos, alumnos y profesores, para recurrir a la intercesión divina.
Lo primero, una vigilia, infalible táctica para solucionar el grave problema de no poder hacer frente a los gastos diarios de comidas, sueldos de profesores y empleados, pago de suministros, etc. Empezábamos el combate contra las asechanzas del maligno con una primera andanada de oraciones, a la que nuestro enemigo, el cruel dinero, le era muy difícil resistir. Pero no dábamos tregua, detrás de esta andanada llegaba otra (otro grupo de alumnos), y después otra y otra, tantas como turnos de efectivos se dispusiera. Tal era el bombardeo de oraciones que finalmente nuestro enemigo caía abatido ante nuestro infalible armamento y dispuesto a facilitarnos todo aquello por lo que sin descanso habíamos luchado.
Conseguido nuestro objetivo, devolvíamos al Sagrario la Hostia Consagrada, y, exhaustos y bostezando, regresábamos a nuestros aposentos para descansar las pocas horas que quedaban de aquella terrible noche. Nos sustituía otro grupo de alumnos, que, ojerosos y somnolientos se dejaban caer en los bancos que acabábamos de dejar.
Lo malo era cuando por la mañana nos decían que las gestiones en Madrid (o donde fuera) del P. Ciganda o del P. Rector no habían dado sus frutos: tocaba otra noche de rezos.
(Continuará…)
El 1º de Mayo sí que se celebraba bajo la advocación de San José Obrero (nada relacionado con reivindicaciones obreras). Se hacía una especie de «jornadas abiertas» con visitas a las instalaciones, actividades lúdicas y verbena que montaban los diferentes cursos según sus capacidades y medios (y lo que se les autorizaba). Así los cursos de mayores podían poner bar (con tapas y todo) o tómbola y demás casetas peor o mejor montadas.
Inconmensurable la descripcion/narracion/comentarios de José Luis y la matización de Mariano.
Poco queda por apostillar, máxime cuando no corresponde al tema central expuesto, aun así, por ampliación, cabría añadir que al paso del tiempo, y con cierta rapidez, las costumbres se relajaron, siendo más perceptible por los externos. Resultó especialmente significativa la apertura de la institución al exterior, al pueblo, comenzando con desfiles de todos los alumnos, con vestimenta deportiva, por las callesde la ciudad. Después llegaría la creación de la Tuna y sus serenatas nocturnas en fines de semana y hasta la creación de un grupo musical -conjunto SAFA- que celebro su primera actuación precisamente en la noche que se inauguró la primera verbena pública, abierta por tanto a toda la ciudad, en el 1º de mayo del curso 1964-65, en los bajos, o soportales, de lo que se conocía como el edificio de Magisterio.
Gracias a José Luis y Mariano.
Gracias, Manolo, por tu comentario.
Es posible que en el futuro haya un artículo sobre la actividad musical en la SAFA.