Vicisitudes de la vejez, 22

Se ha puesto la cosa que ya ni se puede viajar, a no ser que tengas el pasaporte de la vacuna incorporado a tu cuerpo (y las ganas de hacerlo, claro). Y no lo digo por mí, que ya hace bastantes años que solamente lo hago con imaginación y memoria, sino por mis pobres hijos y nietos y sus generaciones respectivas que vaya papeleta difícil que les está tocando vivir, con la dichosa pandemia mutante (y sus adherencias geopolíticas manipulativas y manipuladoras) que le gusta jugar al descarte y al escondite con la humanidad entera y con nuestra España, en particular.

Hoy nos dicen que la vacuna es la solución y al día siguiente nos aseguran que no es tan definitiva ni total. Juegan, unos y otros, a la Yenka con nosotros que es un susto. No sé si lo que quieren es que nos vacunemos ya todos los años de nuestra vida de esta dichosa COVID-19 para enriquecimiento perpetuo de las farmacéuticas…

Por eso y mucho más, compruebo que, a pesar de lo que te han dicho sobre la vida y sus vicisitudes y vericuetos, llega un momento exacto que es cuando te cercioras de la verdad de la vida. Un ejemplo: tus padres te hablaron y repitieron hasta la saciedad  de los problemas o retos de la adultez o vejez, durante tu infancia y juventud, pero hasta que tú no transitas en ellas no caes en la cuenta de cuánta razón llevaban; y a lo mejor -o a lo peor- ya es tarde para rectificar el rumbo o derrotero tomado.

Pasadas las navidades de este horrible año 2020 (¡y tan redondo que parecía…!) entramos en el 2021, con tanto o más problemas de los que teníamos antes, pues la esencia humana y el devenir cíclico de la sociedad y la historia vuelven -y volverán- a jugarnos malas pasadas, ya que creíamos -o así nos lo habían hecho creer- que la enfermedad, las guerras, los conflictos, el hambre, el descarnado egoísmo humano…; en definitiva, la vida misma, ya no tenía cabida en nuestra sociedad postmoderna puesto que nos la estaban fabricando prêt-à-porter.

Cada vez me gustan menos estas fechas festivas, edulcoradas con demasiada luminotecnia por doquier y en donde brilla -cada año más- la falsedad, la envidia, el odio disfrazado de engañoso amor, la mentira y tantos vicios o pecados en donde debería reinar el auténtico mensaje evangélico de paz y amor que Jesús nos legó.

En mis tiempos infantiles, la Navidad, era pobre pero honrada y feliz, en donde el amor familiar brillaba precisamente por su presencia. Hoy observo, desgraciadamente, que es otro cantar y contar muy diferente al de antaño. ¡Pobres de mis nietos y biznietos que solo le hacen valorar el regalo permanente e inmediato, sin hacerles ver o comprender que los verdaderos regalos son los inmateriales que cada día se van intercambiando personas que de verdad se quieren y estiman, sean familiares, amigos, vecinos o conocidos!

Otro aspecto negativo que observo desde mi particular atalaya casera es cómo los políticos (y alguno más) nos están envenenando continuamente todos los días con enfrentamientos ficticios o reales y que no se resuelven los problemas buscando el bien común sino el bien particular del personajillo o grupo mediático de turno que solamente le interesa abultar sus cuentas bancarias (y/o su poltrona) por encima de todo lo demás. Me remito a la actualidad más palpitante de estos aciagos días sintiendo pena por la que tienen armada los violentos, con la pretendida liberación del rapero, en nuestra España de hoy, en la que las redes sociales y ciertos medios de comunicación se han convertido en vehículos y transmisores de mentiras y bulos a mogollón para crédito de incautos y jóvenes crédulos (o no tan jóvenes) para llegar a la conclusión de que todo vale en lo referente a la violencia para conseguir cualquier objetivo. Si mi marido, padres o abuelos levantasen la cabeza y revivieran -por un momento- se volverían al otro mundo espantados, pero complacidos de haber dejado este nefasto engendro de planeta.

Como la vejez no viene de balde, sino que trae sus adherencias o dependencias ineludibles, que ya conocerás, amigo lector, cuando la disfrutes (o la padezcas, Dios no lo quiera) me viene a la mente algún  que otro refrán africano, con esa sabiduría que tienen los habitantes de este masacrado continente, pues soy asidua lectora de revistas misionales y quedo impactada de su sabiduría, resiliencia y buen ejemplo.

Aquí van algunos: “Quien no suda de joven, tenderá la mano cuando sea viejo”. (Proverbio Moba, Togo).

El que sabe mucho habla con el silencio”. (Proverbio Amhárico. Etiopía).

“Quien escucha la voz del anciano es como un árbol fuerte; quien se tapa los oídos es como una rama al viento”. (Refrán Masai, Kenia).

A veces recuerdo cuando se producían esos casamientos ocultos que en un tiempo se tildaron de “penalti” y que ya están más que obsoletos en sus expresiones y acciones. Pero en mi juventud  o madurez esos casamientos de penalti se hacían de madrugada o al anochecer, al fin y al cabo, tratando de que nadie se enterase del asunto por la vergüenza que ello conllevaba, por ir a deshora al matrimonio. La fabricación del futuro bebé se hacía incluso por las rejas, dando por bueno el proverbio popular, un tanto borde: “la cosa de la jodienda no tiene enmienda”; ni siquiera -incluso- en los tiempos que correos hoy en día.

Sigo observando el machismo imperante que sigue rampante, por más subterfugios con los que quiera disimulársele, se nota especialmente en quién se hace cargo, a la vejez o a la enfermedad, de los padres de una familia. Lo más seguro es que sea una hija, soltera, a ser posible o quizás casada, pero hembra al fin, con gran regocijo y hasta cachondeo o recochineo, a veces, del resto de los hijos (hermanos) de esa familia en cuestión. Hay ejemplos que contar por un tubo. Yo misma me hice cargo de mi madre viuda a la vejez; o el caso de de mi madre cuando se llevó sus padres a su casa; o de la tía de mi suegro que se hizo cargo -al morir su hermana- de sus cinco sobrinos y se los trajo a Úbeda desde Madrid a criarlos. ¡Eso sí que era mérito, no lo de hoy en día!  Ahora se zumba o confina, en la residencia, al viejo, pagándola de su bolsillo (la mayoría de las veces; como lo hicieron los pobres judíos que los llevaban a los campos de concentración nazi para sacrificarlos); y que con la dichosa pandemia tienen la excusa perfecta para morir, como lo han hecho tantos viejos, en la soledad más dura y absoluta.

Otro de los recuerdos que me asaltan es la de veces que hemos hecho el baño o lavado de nuestro cuerpo por partes y en el barreño, palangana o lebrillo, cuando no existía el famoso bidé, ni duchas, lavabos o aseos tan modernos e higiénicos; también rememoro los famosos pañitos que usábamos cuando nos venía la menstruación, a la que llamábamos cotidianamente la “regla” o el “primo”, entre otras acepciones populares; y que era la forma más eficaz de tener la higiene necesaria resuelta. No se habían inventado las compresas y demás adminículos actuales. ¡Tiempos aquellos!

Como ahora tengo tanto tiempo para pensar y repasar mi larga vida, cada vez aprecio más la sencillez en el obrar cotidiano y el buen corazón de todo ser humano, que no busca la gloria personal ni el medro individual sino servir sencillamente a sus semejantes más próximos o cercanos. ¿Qué sería de esta sociedad si en realidad la gobernasen los más justos y sabios del lugar y no la caterva de indocumentados que no hacen más que agitar odios, vendettas y venganzas prometiendo en la campaña electoral lo que nunca van a cumplir ni por asomo? No lo llegaré a ver nunca, por desgracia…

En fin, sé que estoy ya más en el otro mundo que en éste, añorando lo imposible y viendo la vida de forma tan cándida e idealizada como cuando era niña y soñaba con ser mayor y conocer el mágico futuro que se me presentaba, ejerciendo los roles que tenía marcados para mi destino como mujer, esposa y madre; o quizás tratando de mejorarlos. Entonces -soñaba- con un mundo mucho más ancho y libre del que hoy piensa mucha gente.

Sevilla, 21 de febrero de 2021.

Fernando Sánchez Resa

 

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