Llegó la ansiada noche de reyes en la que andaba un tanto nervioso y preocupado, ya que precisaba contarle a mi nieto mayor (como tantas otras noches del año) un cuento para que se durmiese plácida y rápidamente, no sea que sus majestades se adelantasen y llegasen a su casa a hora temprana.
Palpaba que su corazón estaba abierto a la ilusión, a la ternura, a la confianza, al asombro y a la magia; y que en sus ojos intuía la bondad y la divinidad que todos llevamos dentro.