Vicisitudes de la vejez, 21

Por desgracia, llegó la segunda ola Covid, con la desbandada, el desconcierto, el enfrentamiento y la incertidumbre que siempre crean y caracterizan a estas situaciones de pandemia; y de la que se aprovecha mucha gente, políticos incluidos, que tienen la oportunidad de mostrar descarnadamente lo poco que saben del asunto, el ansia de poder y/o dinero y los palos de ciego a dar. A la actualidad me remito.
Todo ello lo sé, por lo bien que me lo cuentan -especialmente- mis nietas, destacadas universitarias ellas, que están más que hartas de que quiera manipularlas el poder de turno con sus añagazas. Como me dicen textualmente: «Es que la clase política actual nos han tomado como rehenes y nos recuerdan a los señores feudales de antaño; pues, a veces, quieren tratarnos como si fuésemos siervos de la gleba, con el marchamo aparente de que aman y cuidan mucho al ciudadano, sobre todo cuando hacen campaña electoral. Lo resumen bien con la frase que (ellas y las diversas generaciones) estudiaron sobre el despotismo ilustrado: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”


Perdonad, queridos lectores, mi sinceridad, pero llega una edad en la que una servidora tiene que decir lo que siente antes que reventar. Me siento identificada más con la tercera España de la guerra civil española (la que llevan tiempo tratando de desenterrar, unos y otros) que no era ni de derechas ni de izquierdas, sino que tenía la cabeza fría y los pies calientes (y que por desgracia tuvieron que huir del suelo patrio) al ver las tropelías y actos de barbarie que protagonizaron ambas.
Y la cosa esta más que calentita; pues, en este momento, elucubrando, me acuerdo de que mis tentaciones carnales sucumbieron hace mucho tiempo, mientras que las otras siguen palpitando con menor intensidad y necesidad cada día, aunque el ansia de contar y decir la verdad que yo aprecio no ha cesado aún.
Y es que, con el tema de la pandemia, la mentira se ha hecho virus indestructible, pues los políticos de cualquier nación o color nos lanzan su manidos discursos, con su bronca continuada y sarta de mentiras, para arrimar el ascua a su sardina, inoculando ese nefasto mal a esta sociedad civil que ya de por sí no sabe a lo qué atenerse, con las mentiras adoptadas por el poder -e incluso su oposición-, y que pululan por medios de comunicación y redes sociales cual Pedro por su casa, saltándose el derecho inalienable del ciudadano a que le digan la verdad y no la mentira en todos los aspectos de la vida.
Mira por donde, hoy me encuentro un tanto filosófica y quiero aprovechar esta vena momentánea y especial para lanzar al viento, negro sobre blanco, los pensamientos que siguen. Espero, preciado lector, no amargarte el día.
Hoy en día, la fuerza vital y la adoración del sexo campan por sus fueros; así como la ignorancia con la que nos enfrentamos a la vida ya que los humanos somos extremados o extremosos por naturaleza. Compruebo que la emotividad es plena e identificativamente humana, tanto en el hombre como en la mujer, aunque es más frecuente y expresiva en la mujer que en los hombres; a pesar de que andemos en una época apocalíptica en la que pretendan igualarnos ambos sexos, más en lo bruto y desenfrenado que no en lo delicado y espiritual.
Actualmente se machaca y sacrifica al pacífico (como siempre ha ocurrido y un poco más), que tanto viste socialmente, por naturaleza y decreto ley; y al que casi nadie sigue e imita fehacientemente en su vida y comportamientos cotidianos.
¡Cómo ha cambiado la crianza de las nuevas generaciones comparándola a cómo lo hacíamos antiguamente! Lo compruebo cada día en mis nietos y biznietos, pues antaño solíamos vivir en la misma casa y había un respeto hacia la persona mayor que hoy está desapareciendo. Ella era la mejor escuela o universidad de la vida que podías cursar para cuando te tocase ser esposa, madre, abuela o bisabuela. Confundimos artículo nuevo con bueno y no siempre es así. ¡Cómo ha sucumbido casi todo!
Hoy hablar de castidad, caridad y demás virtudes está obsoleto y mal visto, en contraposición a promocionar la lujuria, la gula, etc. haciéndolas -eso sí- permanentes y desenfrenadas, gracias a que nos las promocionan y proporcionan gratuitamente todos los medios de comunicación más o menos sibilinamente.
Es paradójico comprobar que lo que asusta o preocupa a una generación a la siguiente se la refanfinfla. La envidia, el odio al otro, la posesión del dinero y todos los bienes materiales que no espirituales, la lascivia, la crueldad, la sinrazón, el orgullo, etc. son caldo de cultivo y moneda de curso legal en nuestra moderna sociedad. ¡Ah! Y qué pensar o decir de la (in)utilidad de las modas (introducidas siempre por intereses creados y personas no tan ocultas), tanto en el pensamiento como en vestir o las nuevas costumbres. ¡Nada nuevo bajo el sol!
Lo que también me voy dando cuenta, por desgracia, en ciertos momentos lúcidos (que cada vez son más escasos) es de tener esta memoria olvidadiza que no se acuerda de lo que ha leído hace un rato o lo que iba a hacer (de lo inmediato o memoria a corto plazo) y sí de lo de antaño (memoria a largo plazo), siendo, curiosamente, el castigo/recompensa por tener la edad que yo tengo y haber llegado a este grado de madurez/desvalimiento.
Me vienen -por ráfagas- la rutina de la adversidad, la gradual decadencia de los amores y esperanzas juveniles, la callada desesperación, las tristezas que albergamos y creamos en otras vidas y el resentimiento incoherente con el que les enseñamos a reaccionar a ella; lo que me hace pensar en las admirables oportunidades que tenemos de desgastar nuestra alma (y las de los demás) por agotamiento…
Sevilla, 7 de noviembre de 2020.
Fernando Sánchez Resa

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