Por Mariano Valcárcel González.
«Los hijos no son propiedad de los padres». Pues empieza bien la ministra; nos quiere llevar a los tiempos de Esparta. Bueno, luego volveré sobre la frase.
Si es cuestión de retroceder, veamos… En época de la dictadura nacional-católica, el sistema educativo se dividía en centros privados mayormente católicos (no se contemplaba el término de “concertados”) y públicos. Estos últimos, con carácter subsidiario de aquellos.
Nadie cuestionaba si se estaba adoctrinando o no en esa enseñanza del régimen, porque se daba por hecho que sí. Nadie osaría hablar de libertad de enseñanza; y la libertad de elección de centro estaba restringida al filtro que cada centro religioso aplicara. No era discutible.
Fuese de la privada o la pública, hasta bien entrados los años de dictadura, los maestros y maestras colaboraban muy activamente y fundamentalmente en el adoctrinamiento de los principios del catolicismo, haciéndole así fácil la labor a los curas; a los pastores, les pastoreaban los rebaños sus zagales. Los domingos los niños eran conducidos a misa, bien ordenaditos por sus maestros y maestras. Esto era más factible en los pueblos que en las grandes ciudades; en estas eran los privados quienes facilitaban los cultos y ritos en sus propias instalaciones. Nosotros, salidos de SAFA como Maestros de la Iglesia (tal era nuestro título), teníamos natural colaborar en esto y en lo que se nos pidiese y de buena gana, según nuestros iniciales destinos profesionales. Esto no es una crítica de nada; es mera exposición de los hechos habidos.
Aclaración: en un destino de mi provincia, el director me avisó que el párroco pedía que preparásemos a los niños para la primera comunión. Pero nos reunirá o, al menos, dará ciertas directrices, ¿no? Él dice que con que le enseñéis el padrenuestro, el avemaría y a persignarse, que ya van bien. Mi colaboración fue mínima.
Con los cambios, llegaron los intentos de cambiar.
Cuando los rojeros socialistas se inventaron la LOGSE, se armó el belén. Temblaron paredes, que no cimientos. En las supuestas consultas, se incrustaron maestros y maestras de los más católicos, defensores a ultranza del mantenimiento en el sistema de la enseñanza religiosa católica (adoctrinamiento de doctrina cristiana, no nos engañemos), como asignatura reglada y calificada.
Aclaración: cuando a alguno de estos catequistas funcionarios le insinuábamos que hiciesen su labor fuera del horario lectivo (incluso sin salir de la escuela), adujo que sin que se le pagasen esas horas no lo haría. ¡Bendita vocación misionera!
De todos estos polvos no barridos mantenemos estos lodos, a pesar de la existencia de una Constitución supuestamente neutral en materia de creencias y que los convenientes tratados diplomáticos y conciertos (ahora sí) educativos neutralizan hasta dejar el tema como antaño. Agarrados al indiscutible hecho de la libertad de decisión y elección educativa, el cauce es desviado arteramente hacia el molino del adoctrinamiento confesional.
Vayamos con Celaá. Declarar lo declarado, así, sin anestesia, es fuerte; demasiado tal vez. Los hijos en verdad no son propiedad de los padres, al modo de la propiedad de un cochino, de una moto… Los niños no son como los esclavos de antaño, meras cosas, propiedad de sus amos; los niños son personas y, como tales, dignas de respeto y de que se les respeten sus derechos, los suyos, no los de sus padres. Los niños no tienen por qué sufrir el adoctrinamiento que únicamente y en exclusiva decidan sus padres para ellos, aunque estos se crean con tal derecho. Esto es así. Los niños deben ser provistos de los instrumentos necesarios para que puedan luego acceder a la diversidad y la elección libre del camino que seguir. Para ello deben ser informados (y formados, no adoctrinados). Ladrar mentiras manifiestas, con el solo propósito de desprestigiar y anular otras opciones, es ruin. También es ruin aprovechar la ocasión educadora para inculcar opciones sectarias, creando así atmósferas inexplicables e incoherentes, para las cuales, las criaturas todavía no estén preparadas ni maduras. Adelantarles la posibilidad del conflicto por mor de afianzar ciertos pensamientos y modas es un acto de manipulación también.
Olvidamos, no obstante, que la educación (vean, hablo de educación, no de enseñanza) necesita de tres patas: los padres (o familia en su caso), la escuela y la sociedad. Estas tres patas intervienen muy activamente y decisivamente en la educación de los niños y niñas. Cuando alguno de estos soportes falla, se ha de compensar el equilibrio con los otros; pero, muchas veces, esto nunca llega a compensarse y la educación es deficiente, incompleta, traumática o sectaria. Seamos sinceros; por el lado de los padres falla muy frecuentemente el sistema educativo, principalmente porque se deja en manos de la escuela esta labor; o, peor aún, porque la influencia de la sociedad se merienda la influencia o el trabajo de los otros dos sectores. El mayor peligro acecha ahora por este lado, por las influencias de una sociedad cambiante, pero, a la vez, indefinida y contradictoria. Si al educando no se le informa de esos peligros y cambios, encerrándolo en una burbuja doctrinal y única, se le expone a un choque con la realidad, que puede ser traumático. Enseñar en la diversidad debe evitar adoctrinar en la exclusividad; de cualquier clase.
Cínicamente argumentamos el derecho de los padres a determinar la forma de educación de los hijos; pero, en realidad, dejándola en manos de esos centros privado-concertados que puede que coincidan con nuestra ideología (y que tratamos de perpetuar en ellos). Para que esto sea realmente eficaz, se ha de mantener la importancia de la religión como asignatura curricular y evaluable, pues es un medio de obligar a cursarla; si fuese extracurricular (y no evaluable), las deserciones serían manifiestas, lo cual ya se contempló en alguna época reciente.
Libertad de enseñanza, de centro. Cierto. Libertad de conciencia y de creencia. También.
Igualdad de trato y de oportunidad. Existan. Neutralidad y laicismo en lo público, cúmplase. Cúmplase la ley constitucional en su total dimensión. Se evitarán problemas. Se evitarán discusiones. Se evitará que nunca y jamás se pueda elaborar una ley general del sistema educativo que sirva para bastantes años y para varias generaciones, asentándolo y permitiendo su desarrollo sin sobresaltos, interrupciones ni marchas atrás.
Porque, si de lo que verdaderamente es de la educación de nuestros hijos de lo que nos preocupamos, lo que hay que emprender y aprender es a tener muy claro el camino que seguir. Y hasta podremos discutir con la ministra, si los hijos son nuestros o suyos. ¡Faltaría más!
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