Reconciliación contra concordia

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Visitando un pueblo de nuestra provincia pude comprobar con cierto estupor que en la pared de una de sus iglesias seguía bien grande y visible una lápida de mármol, junto a una gran cruz, donde se podía leer una relación de nombres, bien grabados en la piedra, de los “caídos por Dios y por la Patria”.

Y digo lo de cierto estupor porque ello manifestaba la persistente presencia, bien pública y evidente, de lo que en muchos años de dictadura se consideró como los que eran admitidos, reconocidos y honrados oficialmente tanto por el régimen a nivel de partido como a nivel estatal. Eran los muertos vencedores, ¡qué paradoja! Los demás muertos, los perdedores, tanto en contienda como en la posterior represión nunca existieron.

Durante cuarenta años hubimos de asistir al reconocimiento de esos supuestos mártires y otros cuarenta años siguieron siéndolo; que es cierto que sufrieron injustas vejaciones y asesinatos cobardes alcanzados en tal orgía sangrienta muchos que solo eran o simplemente de derechas, o católicos (curas y monjas por supuesto solo de serlo), o empresarios, comerciantes, terratenientes, intelectuales conservadores, etc. En un escrito anterior expuse algo sobre la cárcel vieja de Úbeda y la atrocidad que allá se cometió a manos de milicianos o gentes extremas; no lo oculté.

Y nunca he ocultado que la justicia era necesaria para hacer castigo de esos criminales, cobardes, amparados en la impunidad de la masa y del desorden institucional. En mi novela (semipublicada) titulada “Te pasarás al otro lado” no escurro este tema, pues precisamente esa narración comienza con el asalto y persecución sufrida por unos seminaristas a manos de “incontrolados”.

Los crímenes lo son, los cometa dios o el diablo; se buscó ocultar los crímenes cometidos en el bando vencedor, pues no todo fue castigar al verdadero culpable del perdedor; por serlo, solo por ser de los perdedores, podía caer uno en la desgracia de la acusación falsa, de la venganza personal, de la codicia por sus bienes que le serían expropiados. En los campos de concentración esperaban soldados, comisarios políticos, miembros de los sindicatos, o de los partidos republicanos… También los que habían permanecido en territorio republicano sin pasarse al otro bando. Para salir de los mismos había que conseguir un “aval” (pasaporte de limpieza ideológica y criminal) que no siempre se conseguía o llegaba a tiempo y desde luego contando con que no hubiese nunca denuncia por medio, lo que podía ser fatal. Pongo ejemplo de mi padre: permaneció en el territorio republicano toda la contienda, en el último año tuvo que sufrir (ausente) la muerte por parto de su mujer y al hijo consecuencia del mismo (con parálisis cerebral), metido en un campo esperó y esperó la llegada de ese aval tan necesario; mi padre no militó en partido ni en organización de izquierdas y era un oficial de la Cruz Roja local. Pues, aún así, el documento salvador tardó en llegarle. ¿Cuántos como él, sin mancha alguna salvo la de haber sido republicanos murieron de enfermedad o hambre y peor aún por “sacas” indiscriminadas o actos con apariencia de juicios…?

Se ha resucitado un término muy de la dictadura, aquello de “español de bien”. ¿Y quién lo es y quién no lo es?, ¿cuáles son los parámetros o requisitos para pertenecer a tal excelsa categoría?; habremos de entender desde luego que al igual que entonces nadie que no profese los principios e ideas definidos por los vencedores pudiera ser “de bien” (y hasta en entredicho el ser “español”).

Las familias de los represaliados vencidos buscan sus huesos en todo el territorio nacional, es cierto. Porque es cierto que nunca tuvieron tumba reconocida (ni individual ni colectiva) y así marcada. La reconciliación que se predicó no existió y esto es un dato incuestionable; para ello se habrían de haber producido los reconocimientos necesarios de todos los verdaderamente “caídos” (y no se me hable de la caricatura fúnebre de lo realizado en Cuelgamuros, mero panteón para un dictador con ínfulas faraónicas). No confundan ni me confundan; no trato de volver al maniqueísmo desgraciado de “buenos y malos” ahora redefinido y alterado por revisionistas de medio pelo. Ni todos fueron buenos ni todos malos, sólo unos que apoyaron un golpe de estado y otros que defendieron una situación legal.

Y como reacción a las revisiones y a la llamada Ley de Memoria Histórica se invoca el espíritu de “concordia”, ni siquiera el de reconciliación. Concordia, parece ser, como forma de dejar las cosas como siempre estuvieron, o sea, que unos vencieron y eran los españoles de bien, los buenos, y otros perdieron siendo desde luego malos españoles; que aquellos se merecieron honores, reconocimientos y placas y nombres de calles e instituciones y así debiera seguir siendo, aunque estos últimos permaneciesen en las listas negras o el anonimato más oscuro.

Reconciliación fue el trabajo realizado, ya muerto el dictador, por quienes intentaron levantar un estado democrático; reconciliación algo imperfecta (por lo que se debate estos días, que ya habría de estar resuelto, incluido el lugar de reposo de Franco), pero que ellos representaron perfectamente no solo con dichos sino también con hechos. Reconciliación que tuvo muy clara el presidente Suárez y que pagó caramente por el abandono sufrido (y que su hijo, aspirante político ya fracasado antes, prefiere olvidar). Aquellos años sí que fueron los de la reconciliación nacional y así se debería haber permanecido.

Pero el monstruo del enfrentamiento, la exclusión, la posición en trincheras inabordables, la discriminación, otra vez, de buenos contra malos, nos come día a día y lo dejamos avanzar sin oponer la más mínima resistencia.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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