Por Manuel Jurado López.
TESORO
No sé si existen las mujeres
dormidas como estatuas,
diosas del oro sorprendido
en su placer metálico.
Desconozco cómo son sus abrazos,
el resplandor de su mirada,
el fuego de sus huesos;
o si su corazón se muere
como una flor de fieltro;
si tienen alma eterna
o si, al final de todo,
son solamente duda y desencanto.
UN AMIGO
Era calvo, enfermizo,
inteligente por naturaleza,
cínico y hablador,
lector impenitente de poesía
-jamás hizo un poema,
ni hablaba de mujeres-.
Vivía al otro extremo de la isla.
Contaba hilarantes anécdotas
-que nunca había vivido-
de gente de la banca y la política.
Según los resultados
de sus análisis,
le gustaba nadar entre dos aguas,
dos muertes o dos vidas.
Era un actor magnífico.