Por Jesús Ferrer Criado.
¿Y la supuesta novia, qué dice? ¿Y los suegros? ¿Y ese cuñado súper celoso que siempre está pendiente de su hermanita? ¿Y don Hermógenes, el párroco? La oscuridad más completa se cierne sobre estos personajes a los que, pese a su implicación en el horroroso atentado, no se refiere el autor en ningún momento. Obviamente se trata de un plan ultra secreto entre él, la víctima y la Virgen de San Gil.
Porque, por increíble que parezca, el propósito confesado de la cruel mutilación es religioso, beaturrón incluso. Don Juanito, en sus años mozos, pretendía rezar mucho el rosario o, al menos, pone esa excusa para llevar a cabo su terrible plan. Ya sabemos lo mal que estaban las cosas en los cincuenta; pero ¡hombre, ahorre un poquito del tabaco, del chato de vino…, y cómpreseun rosario! La muchacha se lo va a agradecer y lo va a querer mucho más, y usted se va a evitar un trago. Por mucho esmero que le ponga, son muchos dientes, mucha sangre, gritos, etc. Porque, entre nosotros, don Juan, ¿qué herramientas tiene usted para esa faena? Yo he visitado al dentista muchas veces y el instrumental que hay allí vale una pasta. ¿O piensa usted hacer la faena en plan compadre, o sea, unos alicates y agua oxigenada?
Y otra cosa tenía yo que decirle, señor Valderrama: ¿reza usted mucho el rosario? O más directamente: ¿cuántos rosarios ha tenido usted en la mano? Pues, francamente, parece que ninguno. Me explico:
Un rosario es una especie de collar que tiene un número determinado de bolitas agrupadas en cinco series o misterios de diez, separadas por una aislada, y además un apéndice terminado en una pequeña cruz, donde hay algunas más. O sea, cincuenta y tantas.
Ahora vamos con los dientes. Resulta que sólo tenemos, en el mejor de los casos, ¡treinta y dos! ¿A quién pensaba usted decomisarle el resto para completar el rosario? ¡No me diga usted que ya le había echado el ojo a otra! También puede que a usted le vayan los rosarios cortitos, tres misterios escasos y adiós. Misterios dolorosos, sin duda.
Lo increíble de la canción es que no se limita a formular un propósito ‑una amenaza, diría yo‑, sino que parece que ya la ha cumplido. Sí señor; este hombre le ha echado un par de narices y se ha salido con la suya. Poco orgulloso que va el tío cuando pasa la frontera:
“Llevaba por compañera / a la Virgen de San Gil,
un recuerdo y una pena / y un rosario de marfil”
Efectivamente, ha sucedido lo peor. Una vez cometida la sangrienta fechoría, cuyas insufribles escenas no se atreve a presentarnos la imaginación, este incalificable personaje (la canción está en primera persona) deja a la novia en el pueblo, plantada como una biznaga, con el penoso aspecto que nos podemos figurar y se va cantando al extranjero, llevándose las pruebas del crimen en el bolsillo. Lamentablemente, no se conservan testimonios fiables de lo que la Virgen de San Gil opinaba sobre este evento.
Durante muchos años, don Juanito Valderrama ha ido de pueblo en pueblo, de escenario en escenario, refiriendo su hazaña sin ningún pudor y, al parecer, tampoco la Guardia Civil ha prestado atención al asunto. Eso es libertad de cátedra y lo demás, tonterías.
Y, puestos en plan morboso, se imagina el lector la horrible sarta de huesos, esos molares con sus raíces, el sarro, las caries…, todos agujereaditos, ensartados en un cordón, en un alambre quizás, con sus restos de sangre. ¡Aahg! Porque “de nardo y marfil”, nada de nada. Y ustedes me disculpen que voy al aseo un momento.
Y, por favor, Sr. Valderrama, no me cuente con qué huesecillos hizo la cruz que estoy cenando.
NOTA DEL ESCRIBIDOR: Esta increíble canción de 1950 tuvo un éxito extraordinario; figura en todas las antologías de la época y la cantó el señor Valderrama hasta su muerte, sin modificar la espantosa letra que transcribo al principio. Spain is (or was) different.