Por Mariano Valcárcel González.
El estallido del PSOE no se ha debido solo a los últimos acontecimientos, que el mal viene de lejos como ya indiqué; pero, sí que su detonante inmediato ha sido la serie de maniobras (externas e internas) y de torpezas cometidas entre las elecciones del 20 de diciembre del 15 y estas fechas otoñales del 16.
El anuncio de elecciones generales generó expectativas y deseos en todos los partidos, legítimas en principio. Podemos soñó con el “sorpasso” tantas veces deseado por la izquierda no socialista y hasta con la posibilidad de optar a gobernar. Ciudadanos soñó con configurarse en un partido de centro, árbitro de las coaliciones posteriores. Izquierda Unida solo aspiraba a no caer en picado. Los populares confiaban en mantener su posición y que la corrupción no les pasase demasiada factura, como forma de seguir gobernando. Y el PSOE creyó que podría constituirse en alternativa, siempre que el castigo al PP fuese efectivo. Las urnas se encargarían de modificarlo.
Rajoy se encontró en minoría, lo que no entraba en sus cálculos y optó por la maniobra inaudita y ventajista de autoexcluirse a una posible investidura. Dejaría así hundirse a los demás, inmersos entre sus propias contradicciones. Intuyo que sus asesores disponían, tal vez, de información privilegiada al respecto.
Iglesias no llegó a la meta deseada. Fiel a sus tácticas ya acreditadas (teoría de la insistencia y rendición por cansancio), lanzó un órdago al socialista de tal calibre que hacía así inviable cualquier acuerdo; sabía que sería imposible aceptarlo tal como fue propuesto (futuros ministerios incluidos) y así tendría argumentario para acusar al otro de no querer un gobierno de izquierdas. Su horizonte era mejorar los resultados obtenidos en una futura e inmediata convocatoria.
Rivera se encontró con menos fuerza de la deseada, pero se agarró a la propuesta de acuerdo que Sánchez le realizó, confirmando así que Ciudadanos era el partido bisagra deseado por su presidente.
Y Sánchez mordió todos los anzuelos. Los que eran meros reclamos y los que no. En su descargo, habrá que decir que los de su partido se movían con sordina y, en voz alta, no le reprochaban nada. Le dejaron hacer, apoyándole en apariencia. Creyó ver su oportunidad en la renuncia de Rajoy y se lanzó sin red; la red que debió tejer antes, ante los neocomunistas, públicamente y con claridad. Ante las condiciones absurdas de Iglesias (que incluían trabajar junto a los independentistas o admitir sus pretensiones consultivas), en vez de poner blanco sobre negro y de atajar así sus posibles maniobras, se fue al rincón de Rivera, a tejer un acuerdo que nunca llegaría a buen puerto; el otro (Iglesias) ‑y eso lo decía bien claro‑, nunca trabajaría junto a los de Ciudadanos. ¿A qué entonces meterse de lleno en esta salida que estaba cerrada por el otro lado…? Les brindó a los neocomunistas más combustible contra los socialistas.
La prueba del nueve fue la votación de investidura en la que ni el PP ni Podemos se abstuvieron para facilitarle el gobierno; antes bien, le votaron un NO que lo dejó fuera y sin posibilidad alguna. Y se daba lugar a la segunda oportunidad, en junio, que tanto esperaba Iglesias como Rajoy.
Rivera había jugado su carta de centrismo acomodaticio y creyó que le serviría de escaparate lo anterior. Garzón había visto el peligro de la exclusión y pensó que tenía que ceder ante Iglesias para sobrevivir. Iglesias seguía ‑esta vez, todavía con más fe‑ pensando que sus maniobras le darían al final la razón y la victoria. Rajoy se frotaba las manos, viendo que su espera tendría sus frutos. ¿Y Sánchez? Ilusoriamente se mantenía defendiendo su opciones (y el personal del Partido lo dejaba hacer), sin comprender que ya lo anterior era cosa pasada. Las urnas se encargarían, otra vez, de desmentirlo.
Rajoy encontró más gas del que esperaba, aunque le faltaba un poquito para volar por su cuenta y sobre todos los demás. Pero siendo el más votado otra vez, ahora sí se determinó a postularse como gobernante. Rivera, mermado en sus escaños, corrió a hacerle lo mismo que con Sánchez hizo: un acuerdo de investidura.
Garzón entró a engrosarle la bancada a Iglesias que, por el camino, había perdido, ante su estupor, más votos y escaños. Sibilinamente, volvió a ofrecerle al socialista un pacto de investidura, contando desde luego con los suyos, los añadidos, los que iban a su rebufo y los de los cantos independentistas; o sea, más de los mismo, pero un batiburrillo disfrazado de oportunidad única de botar definitivamente a Rajoy. Y con la misma canción, si no se hace es porque los socialistas no quieren. De autocrítica ni hablar; la idea del “asalto” al poder se le ha metido, tal vez, recordando lo del acorazado Aurora contra el Palacio de Invierno.
Sánchez no sabía cantar más que una canción con esta letra –«No, es no»‑, lo que indicaba claramente que ni se abstendría, llegado el caso. Por debajo, el río socialista ya bajaba cargado y arrastrando las piedras. En realidad, no había más que dos alternativas para maniobrar: o se dejaba a Rajoy gobernar mediante la abstención socialista o se bloqueaba su acceso a la Presidencia, al quedar sin los votos necesarios; entonces, descartada la “oferta” de Podemos, las tablas apuntarían a una tercera convocatoria de elecciones generales. Esa fue y es la realidad con la que hubo de lidiar, más que estuviese dándole vueltas a una cosa que no las tenía. El detonante para acabar con el Secretario General, tan deseado por la andaluza y los del aparato fue los malos resultados en Galicia y Euskadi; como digo, una excusa para hacer lo que ya venían tiempo pensando. Y así se ha hecho, en actuación deplorable y bochornosa.
Vuelve Iglesias a la carga del cargo de la situación a los socialistas, en consecuencia con sus postulados tácticos, incluso amenazando rupturas de acuerdos en las autonomías. Vuelve Rajoy al chantaje puro y duro, ya iniciado al señalar la fecha de las posibles nuevas elecciones, ¡el 25 de diciembre!; y, ahora, al determinar que la abstención socialista no le vale, sino que exige el compromiso de facilitarle la gobernabilidad, o sea, manos libres para seguir haciendo lo que le venga en gana… La pinza famosa se ha convertido en tenaza, cada vez más apretada.
Sueñan que a la tercera va la vencida y puede que lleven razón; a la tercera, si hubiese lugar, saldrá Rajoy investido Presidente y con mayoría absoluta. De Podemos no me atrevo a hacer diagnóstico.