Por Jesús Ferrer Criado.
Era una reunión de mayores a la que asistí por no hacerle un feo al anfitrión, viejo amigo, que hubiera lamentado mi ausencia y me habría exigido toda clase de explicaciones. En fin, sin muchas ganas, pero fui.
No conocía a la mayor parte de los dieciséis o dieciocho que estábamos; algunos de vista sí, otros de nada. Éramos matrimonios, o por lo menos parejas, y la reunión, un almuerzo más o menos campestre, se desarrollaba según lo previsto, o sea en plan superficial: sin política, sin religión y sin sexo.