Amigos lectores, permítanme que inicie este artículo con una cita de nuestro llorado cronista oficial, don Juan Pasquau Guerrero, contenida en su obra titulada Biografía de Úbeda, en el capítulo dedicado a las fuentes. No quiero apearle del “don”, como viene siendo habitual con personas que siempre han gozado del máximo respeto, consideración y cariño. Es el caso de don Juan, varios años maestro mío.
¿Fuente de las Risas? Quizá porque la risa es también agua: un agua espiritual, un derretimiento del alma que borbota inquieto, que surge espontáneo e incesante del hontanar oculto de la alegría. Todas las fuentes pudieran llamarse “de las risas”. En todas hay, cerca, niños, que sinfonizan su risa con el agua.
Pero lo cierto es que hemos tenido la fortuna de haber heredado una fuente; sólo una, quizá en el mundo entero, que tiene el privilegio de lucir el bello y armonioso nombre de Fuente de las Risas. Aunque sólo por eso, señor alcalde de Úbeda, la Fuente de las Risas merece ser rescatada del olvido, debe dejar de ser víctima del abandono y de la desidia en la que se encuentra. Pero hay más motivos, señor alcalde, como es el hálito de misterio que quizá fluya del «hontanar oculto de la alegría» (como nos dice don Juan Pasquau), que se resiste a perecer.
Hace años que las fuentes dejaron de cumplir la principal función social que tenían a su cargo, como era el abastecimiento de agua para uso doméstico en aquella Úbeda secularmente sedienta de no hace tantos años. Hoy han desaparecido o están en desuso, al menos las que se encuentran dentro del casco urbano. También desempeñaban otro (hasta ahora irreemplazable) servicio público: eran un foro “institucionalizado”, ideal para la tertulia más variopinta, donde se ponían en candelero la vida y andanzas de la vecina o el vecino más pintados. Quienes hemos sobrepasado el medio siglo de existencia, hemos sido testigos, y quizá protagonistas, de aquellas vivencias transcurridas en torno a cualquier fuente esperando el turno, “la vez”, para llenar el cántaro. Todo eso pertenece ya al pasado.
Pero la Fuente de las Risas sigue fluyendo risueña y generosa, regando los huertos aledaños, tal como los siglos nos la han legado. Su recuerdo me trae la afluencia de “mocicas” lavando la ropa, como ya se haría en tiempos de la ocupación árabe. De modo que en aquella “Ubbadza” mora, en la que habitaban «ciertas histrionisas y bailarinas, célebres por su viveza y su ingenio», ya iban a la Fuente de las Risas no sólo a lavar la ropa; también, a remojarse algo más que las pantorrillas y a solazarse entre risas y chanzas a la sombra del bosquecillo que envolvía el paraje. De aquí la exigencia que ya en el siglo XII hacía el cadí sevillano, Ibn Abdun, a los seguidores del Corán, siempre tan escrupulosos guardianes de la castidad de sus féminas: «Prohíbase a las mujeres que laven ropa en los huertos, porque se convierten en lupanares».
Exagerado o no lo del lupanar, éste debió ser el escenario con el que se topó el famoso Alvar Fáñez, “El Mozo”, cuando buscaba acomodo para su mesnada, en espera de entrar en combate, en aquel tórrido verano de la conquista de Úbeda en 1234, quedando en evidencia la falsedad de la coartada de haber estado «por esos cerros, Señor», cuando en realidad descansaba placenteramente en los brazos de alguna bella fatimí ‘descendiente de Fátima, la hija de Mahoma’, en el frescor de la Fuente de las Risas.
Y es que la Fuente de las Risas ofrecía (hoy también) las características ambientales y topográficas ideales que perseguían nuestros protagonistas: lo suficientemente cercana de la ciudad como para ir caminando, y tan lejana como para estar fuera de la vista “y de las miradas” de los celosos guardianes de la muralla. Oculta en una vaguada con bosquecillo, entre el cerro de la Horca (al Oeste, donde actualmente se levanta la academia de la Guardia Civil), y el Altozano (al Este, un leve pequeño promontorio donde más tarde se construiría el convento de san Francisco de Asís, del que, actualmente, aún se conserva una puerta con arco); sólo queda al descubierto la parte Sur, que es ocupada por las impresionantes vistas del valle del Guadalquivir con el fondo de sierra Mágina.
Si existe en alguna parte un lugar que pueda servir por igual a un grupo de guerreros para acechar al enemigo, o a unas moricas donde lavar descuidadas la ropa, o un lugar donde encontrarse plácidamente unos enamorados en el follaje de un bosquecillo, ese es sin duda la Fuente de las Risas.