Las décadas, 27

30-07-2010.
60/70, VI
Chimo se levantó rápidamente y con los brazos abiertos se fue al encuentro de Raimon y Concepción. Cruzó tres sonoros y espaciados besos en las mejillas de Conchi y enseguida abrazó con fuerza a Raimon diciendo:

—Benvingut, amic Raimon, benvingut. Com estàs?
—Bona tarda, Chimo. Jo bé, i tu? Quant temps sense veure’ns; tres anys?, quatre?
—Gairevé quatre, estimat Raimon, gairevé quatre. Veuen, veuen i asseu‑te amb nosaltres. Pren una rosa, Conchi; i tu altra, Raimon.
Lo mismo que a Conchi, Chimo conoció a Raimon en la Facultad de Letras de la Universidad de Valencia, allá por el año 62. Chimo estudiaba Filología Hispánica; Raimon, Historia y ya empezaba a ser conocido entre los estudiantes porque cantaba en catalán con un estilo de voz desgarrada muy especial y porque sus canciones tenían algo de rebeldía existencialista y de grito por la libertad. No es raro, pues, que Chimo intentara hacerse amigo suyo. Y lo consiguió.
Aunque, en principio, Chimo no tenía nada que ver con aquella reunión, a él le encantaba eso de erigirse en improvisado mecenas organizador. Dispuso dónde debería sentarse cada cual; él, naturalmente, estaría entre sus dos paisanos. Llamó con autoridad a un camarero, solicitó la carta y dijo:
—Ya sabéis que el Plaza es conocido por sus excelentes pizzas y su buen chianti. Pedid lo que queráis, que os invito yo. Y no admito simulacros de protesta. Ocasión como esta, mes chers amis, no la volveremos a vivir.
Invitar a sus amigos era una de las estrategias que utilizaba Chimo para hacerse apreciar y conseguir de ellos cierta benevolencia, cuando monopolizaba la conversación o exageraba sus entrecortadas risas y ademanes un tanto sospechosos. La única persona que conseguía tenerlo a raya era Concepción Rull, Conchi, su casi vecina valenciana, porque los dos se criaron y crecieron en la Avenida de Vicente Blasco Ibáñez. Conchi conocía a Chimo como a su espejo de maquillaje. Y, enseguida, se dio cuenta de que la conversación de la cena giraría única y exclusivamente en torno a las recientes andanzas y aventuras de Chimo en París. No estaba dispuesta a consentirlo, porque ella quería saber qué opinaba Raimon sobre la actual situación sociopolítica en España. Ella quería enterarse de primera mano del impacto que habían tenido en las universidades españolas tanto las manifestaciones en Paris de estudiantes y obreros franceses como los enfrentamientos entre la policía y los universitarios de la Sorbone y Nanterre. Quería saber qué habían comentado periódicos independientes españoles como el Nuevo Diario o El Alcázar, ahora que existía la nueva ley de Fraga. Concepción Rebull, Conchi, estaba segura de que esas cuestiones también les interesarían a los Lasa, los amigos independentistas vascos. Pero Chimo, que también conocía muy bien a Conchi, se percató enseguida de por dónde quería encauzar la conversación, cuando esta le preguntó a Raimon:
—¿Sabes que Chimo ha estado recientemente en Paris y que ha presenciado la rebelión de los universitarios de Nanterre? Se habrán enterado en España de eso, ¿no?
—¿Es cierto, Chimo? —dijo sorprendido el cantautor—.
—Sí. Y fue muy interesante ver cómo Daniel Cohn Bendit, con esa carita aniñada y ese pelito rubio tan ondulado que tiene, se oponía con energía al ministro francés.
Y mirando a Conchi, añadió:
—Y también estuve de compras —Chimo acariciaba, como si fuera el lomo de un gatito, su pulcro foulard de seda color caña— y no olvidé el encargo que me hiciste, Conchi.
Y Conchi, que era realmente muy progre (¡cuánto se parecía a Teresa, la protagonista de la novela de Marsé!), pero también interesadamente agradecida, le dijo a Chimo que perdonara el no haberle dicho nada por el magnífico foulard que rodeaba su cuello y que «Mañana, sin falta, iré a tu piso a recoger el encargo que te hice. Espero que hayas tenido buen gusto».
—No te preocupes, chata —Chimo era la única persona a quien Conchi le aceptaba una alusión a su encorvada nariz—; que te he comprado la falda y el perfume más tendence de todo París —y Chimo se dio otra palmadita en el muslo—.
Llegaron las pizzas y el chianti. Raimon manifestó estar enterado de que a últimos de mayo se produjeron algunas algaradas en la Complutense de Madrid y en la Autónoma de Barcelona; que hubo algunos intentos de interrumpir el tráfico, pero que apenas duraban unos minutos y luego todo terminaba con carreras a la desbandada delante de los grises. «Poca cosa, en verdad, comparado con lo que ha ocurrido en París», terminó diciendo.
—La verdadera revolución que se está produciendo, estimat Raimon —tomó la palabra Chimo—, es mucho más amplia y profunda que la de esos universitarios y trabajadores franceses, porque busca la Paz, el Amor y la Libertad: los tres con mayúscula y en el sentido más auténtico y puro. Empezando por la libertad sexual… Es la transformación de la sexualidad en Eros como escribe Marcuse. Es el «¡Faites l’amour et pas la guerre!» que proponen mis amigos hippies… —exclamó Chimo, subrayando la palabra guerre, al tiempo que miraba a Lourdes—.
Por haber discutido muchas veces con ella, Chimo sabía que Lourdes y toda su familia, los Iturbe, simpatizaban con ETA, porque pensaban que la independencia del País Vasco sólo se podría obtener mediante la lucha armada. Entonces Lourdes preguntó:
—Eso de «Faites l’amour et pas la guerre» va con segundas, ¿Chimo?
—Y con las que quieras, Lourdes. Tú sabes como yo que lo que hace falta es un cambio cultural y eso es un proceso largo. Como Raimon, como Conchi, yo también deseo la independencia. Pero las cosas no se arreglan matando a la gente. Tengamos paciencia, que Franco no es eterno. ¿Tú crees que es aceptable que se asesine a un guardia civil, a Martin Luther King, o a los Kennedy? ¿Qué ha cambiado? Mira lo que está ocurriendo en China. Mira lo que están haciendo los Estados Unidos en Vietnam. Mira lo que acaban de hacer los rusos con Checoslovaquia… ¿Es que no tenemos suficiente con dos guerras mundiales? Como Raimon dice en una canción: «No, jo dic no. Nosaltres no som d’eixe món».
—Las cosas no son tan fáciles ni tan elementales como tú las planteas, Chimo —reaccionó Lourdes con cierto desdén—.
—Pues yo sigo diciendo con mis amigos hippies, «Faites l’amour et pas la guerre» —y alargando una rosa a Lourdes añadió con ironía—: ¿Quieres otra rosa blanca, chérie?
—¡Vale, Chimo, vale! —interceptó Conchi, cuando notó que la conversación se agriaba como tantas otras veces. Y como sabía que la mejor manera de hacer callar a Chimo era cambiar totalmente el tema de la conversación, Concepción le preguntó a Lourdes cómo estaba su niño y cómo se las había arreglado para que alguien se ocupara de él—.
—Pues, sencillamente, Javier Tobajas se propuso para hacer de niñera con otro seminarista mejicano, y allá están en el piso, ocupándose de él. Aunque, supongo que ya estará dormido y que ellos estarán jugando a las cartas.
—¿Javi está por aquí? —preguntó sorprendido Chimo, dándose otra palmadita en el muslo—. Pues yo creí que estaba de vacaciones en su Rioja. Ese chico sí que es una perla. ¡Qué maravillosa risa infantil tiene!
Casi desde el principio de la conversación, Mikel Lasa y Antonio Pacheco se habían desmarcado de la de los otros. Lasa sabía que Pacheco necesitaba con urgencia encontrar un trabajo menos duro y exigente que el que tenía en la Maison du Peuple, a las órdenes del señor Spicher.
—Un compañero vasco se vuelve a Mondragón. Su puesto se queda libre a partir del primero de septiembre. Si te interesa…
—¿En qué trabaja y qué horario tiene?; porque ya sabes, Mikel, que yo necesito estar libre por la tarde para los cursos de la Facultad.
—En ese sentido no hay problema, puesto que se trata de distribuir cada mañana, salvo los domingos, el periódico local La Liberté en los buzones de los abonados. Es como un largo paseo…
—Pues dile que sí.
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