Pensamientos coincidentes

01-07-2010.
Un reciente artículo del historiador Santos Juliá me ha dado hasta cierto punto la razón en las tesis que desde mi humilde conocimiento alguna vez he manifestado y escrito respecto a la Segunda República y los sucesos posteriores habidos.

El artículo que titulé “Cambiar la historia no es posible” implicaba la intencionalidad de que las cosas había que ponderarlas y analizarlas con honestidad y la suficiente imparcialidad como para no desvirtuar ni su sentido, ni su realidad, por incómoda que nos resultase.
Al albur de deseos familiares, muy legítimos y ajustados a derecho, de saber por fin de sus parientes desaparecidos (pues desaparecieron de la faz de la tierra además de haber sido asesinados), se han venido lanzando los más idealizados juicios y las más rotundas afirmaciones sobre la Segunda República en general, sobre los que permanecieron en su bando, y sobre las personas en particular afectadas ahora por este movimiento de revisión histórica.
Que yo, como persona que fuese descendiente de uno (o más de uno y una) de aquellos infelices masacrados y envilecidos históricamente por los vencedores, quiera reivindicar su memoria, memoria a esa o esas personas en concreto que solo por ser del bando contrario y haberlo defendido significativamente o, como contaba el actor Paco León, por venganzas también personales, lo entiendo y no sólo eso: lo defiendo.
La honestidad, la intención verdadera de llegar por fin a un clima de reencuentro y de olvido (¡recuerden las palabras de Azaña!, esas que quedaron esparcidas por el peñascal del odio más profundo) y la necesidad de ser justos con los que se cometieron injusticias nunca reparadas (qué mayor injusticia que la de exterminarlos incluso de la tierra de descanso, de la visita del familiar, de la misericordia de una lágrima que pueda caer en la lápida de una tumba), hace que se dé satisfacción a las demandas. No es, ni debe ser, otra la intencionalidad ni la finalidad de lo que se vino a llamar «Memoria histórica».
Porque eso ha degenerado en lo contrario, en la mayor desmemoria histórica habida en estos últimos años. La tergiversación, manipulación, alteración de la verdad, intencionadamente o no, es a la postre volver sobre los pasos dados para, simplemente, darle la vuelta a la tortilla, sin más beneficio que la satisfacción de creer en lo que nunca existió, en la utopía lejana e inalcanzable y, por lo mismo, más deseada.
Santos Juliá comentaba así otro artículo de Javier Cercas. Y los dos, creo yo, llevan razón en sus argumentaciones.
Hay un punto clave en esas argumentaciones: el de la violencia ejercida desde los dos bandos. Hay otro no menos importante: el de las motivaciones políticas de cada acción violenta. Si los llamados nacionales, que no actuaban bajo legalidad alguna dado que se habían sublevado contra el orden vigente, llevaron su programa de represión y castigo, planeado metódicamente y prolongado en el tiempo, hasta sus últimas consecuencias (Mola lo tenía por fundamental como arma muy importante para la sublevación), no es menos cierto que los sectores republicanos, que sí detentaban la legalidad institucional, que propugnaban la revolución (atentos a esto, no la defensa de la República en sí, que consideraban burguesa y por lo mismo prescindible) y, como toda revolución, implicaban la destrucción y aniquilamiento de todo aquel considerado contrarrevolucionario, desafecto o, en apariencia, no muy proclive a cambios radicales. Por ello, también se obró de forma sistemática dentro del caos que suponía poner en marcha varias revoluciones (la anarcosindicalista, la socialista, la anarcocomunista), hasta que, desde el mismo interior republicano y desde las directrices de Moscú, se decidieron a enmendar la plana, dejarse de supuestas revoluciones e intentar, al fin, la salvación de la República por el método de vencer en el campo de batalla a los sublevados.
De todos es sabido que eso no pudo ser, por demasiadas razones que ahora no vienen al caso, y que los vencedores, al par que honraban manifiestamente a sus muertos en combate y por la represión republicana (colgados sus nombres en paredes y homenajeados al menos una vez al año), se dedicaron, a su vez, al intento de exterminar de raíz cualquier brote o vestigio del enemigo. Se extendió la represión nacional bastantes años, ya terminada la contienda y, mientras, los reprimidos apenas si podían llorar a sus muertos en paz y con la dignidad necesaria.
Esa es la puñetera verdad y esas son las puñeteras verdades que quería el escritor que se dijesen y que se afirmasen contundentemente.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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