Reseña humana de Quevedo, 2

07-06-2010.
II. EL PERSONAJE QUEVEDO.
Pocas personalidades tan interesantes y fecundas como don Francisco de Quevedo y Villegas podemos encontrar en la historia de nuestra literatura.

Pocos hombres pueden exhibir una biografía tan apretada y llena de acontecimientos como la suya. Fue un testigo de excepción de la decadencia española, circunstancia que marcó definitivamente su carácter.

El saber, la política y la literatura fueron sus grandes pasiones, «y como fondo el amor, en él mucho más problemático que las otras tres», como señala Juan Manuel Rozas. Los sesenta y cinco años transcurridos desde su nacimiento en Madrid (el 17 de septiembre de 1580) hasta su muerte en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real (8 de septiembre de 1645), desde su “cuna” hasta su “sepultura” podemos dividirlos, siguiendo a Juan Manuel Rozas, en tres etapas fundamentales.

En la primera de ellas (1580-1613), o período de formación, tienen lugar sus primeros contactos con las letras en el Colegio Imperial de Madrid, y sus estudios universitarios en Alcalá y Valladolid. En ella se registra el inicio de su vida cortesana, su aprendizaje de las costumbres palaciegas y el conocimiento directo de las intrigas que se fraguaban alrededor de la figura del rey y de los centros de decisión política del país. En esta época se produce el comienzo de sus actividades literarias, su entrada en el mundillo de las tertulias y academias, y sus primeros enfrentamientos con los autores del momento, especialmente con don Luis de Góngora y Argote.
En la segunda (1613-1620), hallamos a Quevedo principalmente dedicado a actividades políticas y diplomáticas, junto al Duque de Osuna. Su activa intervención en la política italiana seguida por España, le proporciona bastantes beneficios económicos y un hábito de la Orden de Santiago que Felipe III tuvo a bien concederle. Con la caída de Osuna, podemos dar por concluida esta etapa.
Los años que transcurren entre 1620 y 1645 recogen el tercer periodo de la vida de Quevedo, en donde la cárcel, los pleitos judiciales, la enfermedad y las preocupaciones económicas le perseguirán constantemente. El alejamiento de la política, pese a sus sucesivos intentos de conseguir el favor del Conde Duque de Olivares, le dará más margen para dedicarse a sus tareas literarias y, por ello, su producción se ve en gran parte acrecentada. Su destierro de la Corte, su prisión en San Marcos y sus confinamientos en Torre de Juan Abad le irán continuamente mermando la salud y aumentando su escepticismo. En esta situación se encontraba cuando le llegó la muerte.
Pero sin desmerecer estos rasgos generales que acabamos de apuntar, a nosotros nos interesa más conocer a Quevedo en su interioridad, como resultado vital de unos condicionantes internos y externos.
Tres son los condicionantes internos que ejercieron una influencia efectiva sobre la actuación de Quevedo. El primero, y quizá más fuerte de ellos, era su timidez profunda que siempre trató de combatir por medio de una agresividad brusca que en el fondo no poseía. Si a ella unimos los defectos físicos que padecía (cojera y falta de visión perfecta) y la enfermedad que durante bastantes años le acompañó, podemos más fácilmente comprender las causas de gran parte de su rudeza y encontrar los motivos de algunas acciones poco o nada encomiables.
Por otro lado, los condicionantes externos también tuvieron su enorme influencia sobre su temperamento sensible. El momento histórico en el que hubo de vivir ‑una época de decadencia para España, de contradicción entre el pasado esplendoroso y el presente arruinado y corrupto‑ originó su caída en el pesimismo más profundo y en actitudes drásticas e intransigentes. Su visión de toda esta problemática era la de un noble, con óptica de estado, nunca la de un plebeyo; por lo que su capacidad de sufrir y sentir se agudizaba aún más, conociendo la arrogancia o la insensatez de los gobernantes, porque conocía la vida del país por dentro en todos los órdenes: el político, el universitario, el judicial, el literario…
Por todo ello, podemos decir que Quevedo fue un típico producto de su época, con una personalidad rica y compleja, en la que cabían desde el más elevado amor hasta el más enraizado de los odios, desde la más absoluta fidelidad hasta el más profundo de los desprecios, desde el misticismo hasta los comportamientos bajos y ruines. No nos debe extrañar que tales caracteres tuvieran cumplido reflejo en sus obras, en las cuales es posible observar, junto a las más duras sátiras, los dichos más procaces y las descripciones extraídas de la más baja realidad, los más sublimes y elevados afectos y pensamientos.
No podemos concluir de este personaje que fuese contradictorio, no. Debajo de esta aparente contradicción subyace un pensamiento coherente y unitario que enseguida veremos, y será en su conocimiento y comprensión por donde podremos encontrar (para algunos descubrir) un insospechado y trascendente Quevedo.
Digamos, para terminar este capítulo, una anécdota significativa. Quevedo fue una de las personas más cultas de su tiempo. Su preocupación por adquirir y ampliar conocimientos y su pasión por la lectura fueron dos de las constantes de su vida. Sabía y hablaba, a la perfección, italiano, francés y portugués. Traducía y escribía, correctamente, latín, griego y hebreo. Resulta evidente que todo este saber se vio reflejado en sus escritos que, como todos sabemos, resultan ser de una extraordinaria diversidad.

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