31-07-2009.
Dedicado a Arturo Pérez-Reverte.
[El día 6 de julio de 2009, escribía Reverte ‑en el Semanal‑ un panfleto en contra de los políticos. Jamás había leído yo algo tan injusto y tan soez. En el fondo, es un escrito de odio y de desprecio a la democracia. Calqué su escrito, su tono y su vocabulario y se lo he devuelto, dirigido ahora a los escritores. Naturalmente, éste no saldrá publicado en ese medio, porque la patente de corso sólo la tiene el Alatriste de los güevos. Otro día haré lo mismo con los periodistas. Para conocimiento público.]
Paso a menudo por las puertas de algunas editoriales de renombre, oteando desde los bares de enfrente a los que entran y salen, y a veces coincido con la salida de los escritores que por ellas pululan. No hay coches oficiales, ni conductores, ni escoltas; van en taxi, con sus folios escritos, dando los últimos canutazos junto a las puertas de los portales, y un tropel de individuos de ambos sexos, en vaqueros, saliendo de las editoriales con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, aunque yo sí veo los telediarios; pero a los escritores, incluso a los académicos, se les conoce por la dosis de odio que tienen a los políticos. Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de la literatura, camino del despacho del editor o para comer de gorra en el restaurante, donde seguirán trazando las líneas maestras de la literatura nacional, periférica y mundial. Algunos, a los que llamo zampabollos, salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes raídos y zapatillas de todo a cien para despistar y pasar por ácratas o incorruptibles prohombres de las letras.
Escritores de chichinabo que cada día se releen algunas de sus propias páginas para comprobar que siguen siendo leídos por la mayoría mundial. Están orgullosos de seguir en las listas de los best sellers, compradas a base de bajarse los pantalones, tras el babeo delante de los críticos aplaudidos. Escritores, nada menos. Algunos tampoco tienen el bachillerato y tampoco han trabajado mucho en su vida. Lo suyo es trasnochar con el cubata: que el escritor siempre ha sido persona de levantarse para el almuerzo. Buscan el premio literario como el comer («Hoy por mí, mañana por ti») y se apuntan a tertulias generosamente pagadas, ponentes de verano, firmalibros corte inglés o cualquier faena de “negro” subvencionado. Tampoco tienen miedo a la cola del paro, ni escrúpulos, ni vergüenza. Y siempre que me cruzo con ese coro de escritores florero, con ese espectáculo de plumas, plumillas y plumeros, experimento un intenso desagrado: un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. Sé que no es un acto reflexivo, lo sé; y que está desprovisto de razón. Pero es el odio lo que me anima, un estallido de cólera interior que me invita a acercarme a cualquiera de ellos y cagarme en sus muertos.
También sé que hay escritores buenos y honrados en el “Planeta”. Escritores decentes cuya existencia es necesaria. Lo sé de muy buena tinta; pero hoy hablo de sentimientos, de impulsos, de mala leche. Y no lo puedo remediar. Me salta el automático y se me deben de cruzar los cables, porque me entran unas ganas enormes de decirles «¡Hijos de la gran puta!». Tengo 65 años, mis facultades mentales acojonantes, la vida resuelta y plena, una cultura notable, inteligencia tirando a alta; pero ‑no lo puedo remediar‑ estos escritores me sacan de mis casillas cuando asisto a su desfile, saliendo de las editoriales o de la Academia.
A mí no me preocupa que la náusea y la cólera que me provocan sean tan intensas. Y como el Reverte (el Alatriste de los güevos, ese que se cree el rey del mambo), también me pregunto qué está pasando y por qué siento contra los escritores lo mismo que él siente contra los políticos. Por qué soy tan cabrón y veo sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que, entre ellos, hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a otros grandes escritores, he pasado a despreciar a los mediocres que les suceden. Por qué muchos escritores analfabetos, irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de género literario ni metáforas, pueden amargarme el día a todas horas. Por qué esa obsesión mía de tomarla con los escritores de esa manera, y no con los empresarios, los futbolistas, los banqueros o los peritos de minas.
Me contesto que quizá sea porque no tengo cojones y me excita tomarla con ellos, sólo para ‑en el fondo‑ despotricar contra la democracia. Conozco a la tropa literaria: a la tropa y a la tribu. Los veo durante años, aquí y afuera. Estuve en los guisos de los premios literarios, en los callejones de la súplica editorial, en las páginas de los amiguetes de prensa, llevando sus libros ilegibles y coñazos. Y sé cómo lo hacen, adaptándose a su tiempo y a su momento con más cara que espaldas. Yo también, algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las comisiones, los jurados literarios, los suplementos culturales y las dádivas subvencionadas. Cómo participan en ferias del libro y actos epifánicos de bombo y platillo, regalándose unos a otros lo buenos que son y lo imprescindibles. Eso sí, que no vengan noveles a meterse en el pastel, que los funden con eso del estilo y la calidad literaria. Les contaré algún día cómo se han trajinado (aquí no hay discrepancias de estilos ni de porcentajes) la republicación de artículos, ponencias y charlatanerías varias en otros libros y otros chollos.
Creo que es suficiente por hoy. Tenía yo ganas de echar la pota, de desahogarme dándole a la tecla, un caprichito de escritor aplaudido; eso es todo. Otro día les perdonaré la vida a algunos, pero hoy me interesaba llenar de mierda a toda la tribu de los escritores zampabollos. Cuando los veo entrar pedigüeños en la editorial o cuando los oigo presumir de libres y de faros mundiales, no se pueden imaginar el asco que me dan.
Nota de la Redacción: Como anécdota, indicaros que Arturo Pérez-Reverte fue alumno de nuestro querido asociado Juan Antonio Fernández Arévalo, compañero de curso de Rafael. Esperamos que Juan Antonio nos dé algunas simpáticas o interesantes referencias de su posible alumno. Por cierto: este artículo ha sido editado en Alcalá Información el 17 de julio de 2009.