Comentario al evangelio del día de la Ascensión

 

08-09-2009.

SAN MARCOS 16, 15‑20.

¿Es el Evangelio de la “despedida”? Por supuesto, despedida de su visible presencia. Jesús ‑cuenta San Marcos‑, después de hablar con sus discípulos, fue elevado al Cielo y está sentado a la derecha de Dios.

¿Y cuáles son las últimas recomendaciones de la despedida? Nada se dice en las despedidas que no se haya dicho antes. Nos visita un hermano o un amigo y ya, cuando se va a ir, la conversación de los postreros momentos es sincopada y emocional: nerviosa. Pero se incide en lo más importante: «Que te cuides», «Que te acuerdes», «Que escribas», «Que estudies», «Que hagas lo que te he dicho»…
Y así, Cristo, cuando se va, hace como un resumen de sus anteriores enseñanzas y condensa su doctrina en unas frases. La primera invita a la acción, a un no quedarse quietos: «Marchad por todo el mundo a predicar el Evangelio a toda criatura». Porque Él es el Redentor; pero es necesario que toda criatura conozca y sepa que Él es el Redentor. ¿Alguna circunstancia histórica puede eximir a los cristianos de la urgencia de predicar el Evangelio? Ninguna. Y, ¿puede una consideración de tipo irenista Pacífico y conciliador. o de carácter aperturista, podar el Evangelio para que su mensaje sea más accesible? Jamás. Predicar el Evangelio no es hacer la versión libre del mismo. No se adapta el Evangelio como se adapta un drama de Grahan Green. A toda criatura ‑el mandato es inapelable‑ debe llegar el mensaje. Porque ‑dice Jesús‑ «quien creyere y fuere bautizado se salvará; pero quien no creyere, se condenará». ¿No es tremenda la advertencia, no es clarísima la admonición que hace Cristo en la despedida, ya (valga la irreverencia) con «el pie en el estribo»?
Y, luego, Jesús anuncia su asistencia. Y predice los auxilios sobrenaturales que acompañarán a los que crean. «En mi nombre arrojarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, podrán tomar en sus manos las serpientes y si beben un veneno mortal no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y estos se pondrán buenos».
¿Alude el Señor a los milagros? Parece indudable. Milagros hubo y hay a lo largo de la historia cristiana. ¿Alguna vez se ha abusado en la interpretación del milagro y se ha caído en la milagrería? ¿Hay ahora menos milagros? ¿Fueron milagros todos los milagros? Un alud de preguntas equívocas, bien intencionadas unas, malintencionadas otras, pueden surgir ante la lectura de este pasaje evangélico. Y no hay que esquivarlas. ¿Por qué? Hay que agarrar las objeciones… por los cuernos. Y debe, probablemente, decirse: el milagro es una realidad sobrenatural. Se han producido miles de milagros. Y, si ahora hay menos milagros, es porque ahora no se cree en ellos. Condición para que un prodigio sobrenatural se produzca es que se tenga fe en él. (También, valga la consideración, Dios se oculta, en la medida en que no lo buscamos…).
Pero además –seguro‑, Cristo, al despedirse de los discípulos, se expresa en imágenes, en metáfora. Hablar lenguas nuevas, tomar en sus manos las serpientes, beber veneno impunemente, son señales del elegido. Y hablar lenguas nuevas es hacerse entender por los reacios, por los refractarios, por los duros de corazón. Manejar serpientes, sin daño, es vencer la tentación, lidiar el mal, engañar al Engañador. Beber veneno, sin morir, es convivir en el mundo viciado, contaminado desde Adán, infecto de pecado, usando del antídoto de la Gracia. La Gracia, que es el mayor milagro.
Pero, ¿cómo se producirá el milagro supremo de la Gracia y cómo vendrán los milagros menores, si de antemano renunciamos a ella? Cristo nos ofrece el auxilio sobrenatural. ¿Lo rechazamos o no creemos en tal auxilio con toda nuestra alma? ¿Creemos que la Gracia es una maravillosa teoría del Cielo teológico de la doctrina cristiana? ¿Dudamos de su eficacia tangible, concreta, en cada persona, en cada suelo, en cada espíritu? Pues no nos quejemos luego. No digamos: «Ya no hay milagros», después de haberlos previamente negado. Con Dios hay que ser como niños. Sin fe radical no se ve nada: ni siquiera se ve a Dios.

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